Por Norma D. Moreno
Establece la Constitución que la soberanía reside original y esencialmente, por no dejar este argumento de lado, en el pueblo, siendo quien tiene el derecho en todo tiempo de alterar la forma de su gobierno. Entendemos por tanto que cada uno de nosotros formamos parte de ese ente de poder que no obedece a ningún otro y hemos decidido, como consecuencia de la historia política, social, jurídica y económica de nuestro país, constituirnos en República representativa, democrática, laica y federal, compuesta de Estados soberanos, lo que parece bastante lógico hasta aquí.
Siguiendo con la cascada federalista de división político-territorial-administrativa encontramos que los Estados tan libres y soberanos como ellos solos, tienen como base al Municipio Libre que siguiendo esta misma lógica argüiríamos democrático, representativo, popular, laico etc. Sin embargo, el Municipio Mexicano adolece de una característica importante, a saber, la soberanía.
Existen dos características que generalmente revisten las autoridades político-territoriales, la soberanía y la autonomía. Los Municipios sólo son acreedores de esta última lo que significa, entre otras cosas, que aunque sus representantes son electos de manera directa por el pueblo a través del voto, única forma de democracia según algunos, y tienen materialmente facultades legislativas y en extremo limitadas atribuciones judiciales, no son posibles de gobernarse ni en el sentido más sencillo del concepto. No están facultados para crear impuestos, para establecer sus propios recursos presupuestales, por mencionar sólo algunas de las vetadas facultades.
Es así como los Municipios en México cuentan con autonomía para regirse administrativamente pero no con la investidura soberana que tanto aporta a la resentida democracia mexicana. Por lo que resulta motivo de sospecha cómo es que por un lado la soberanía reside en el pueblo y por el otro la cotidianidad revela que es ese mismo pueblo quien ante cualquier inconformidad o petición a las autoridades, se acerca de manera directa y siempre mucho más inmediata al Presidente Municipal, síndicos, regidores y demás conformación del aparato municipal. Dicho lo anterior resulta incomprensible que no tenga el Municipio la calidad de soberano, cuando es quien recoge de primera mano las necesidades, sensaciones y hasta súplicas del pueblo para el que se trabaja, del primer depositario del poder genuino.
La diferencia sustancial entre soberanía y autonomía es la manera de autogobernarse, aunque ambas radican en lo jurídico, la primera es justamente el poder de autodeterminación de los Estados sin atender a limitantes externos, mientras que la segunda es ese mismo poder de autodeterminación del pueblo respetando al Estado de Derecho pero además, atendiendo a los límites externos, es decir, bajo la conducción y rectoría del Estado soberano del que es componente.
Recordando textos inmortales recogemos en estas líneas que la soberanía es un poder que no admite otro poder y volviendo a nuestra Carta Magna la soberanía reside en el pueblo y después, pero sólo en segundo término, en los Estados. En ese orden de ideas, por qué los Municipios obedecen al soberano Estado y no al pueblo, puesto que es en éste en quien desde la filosofía legislativa de hace casi un siglo, reside el verdadero poder.
Como consecuencia de la reflexión anterior no es requisito forzoso los actos de manifiesto repudio, es por el contrario requisito sine qua non, la conciencia, la civilidad y tolerancia, la educación y retomo de principios éticos lo que requiere el motor mexicano para sacudir y echar a andar la maravillosa infraestructura humana de la que todos somos parte.
Lo anterior no debe ser motivo de disputa sino más bien de análisis, de reflexión consciente que nos haga distinguir, tomar postura y forjar criterio para construir el país que merecemos. Es común querer a México por lo que puede ser y no por lo que es hoy por hoy. Invito así a la fuerza del país, los jóvenes, a sumarse en pro del supramundo que no terminamos de materializar al terreno humano y tierra mexicana. No es cuestión de revueltas más que intelectuales e ideologías despiertas querer a México por lo que hoy es y contribuir a la causa humana de hermandad nacional.