En México no existe el azar o la contingencia, aquí las leyes del universo simple y llanamente son inoperantes. Desde el Bravo hasta el Usumacinta, las cosas acontecen por necesidad. Para los mexicanos, los grandes actores con el gran plan, los titiriteros que mueven los hilos de literalmente todo son, en estricto orden de importancia: Dios, la Virgen de Guadalupe, la CIA y Salinas. Tenemos, pues, dos agentes sobrenaturales, uno extranjero y uno nacional.
Hasta donde sabemos, Dios es autor del universo, la totalidad, la eternidad, la infinitud, la omnipresencia, la omnipotencia, la omnisciencia, la omnibenevolencia y la blancura; también es el creador, aunque esconde la mano y ha borrado su firma, del infierno, el mal absoluto, Hitler, el calentamiento global, los chícharos y el reggaeton. Creador, pues, de todo cuanto conocemos, autor sólo de lo que le conviene, la mano de la divinidad suprema hace y deshace y se encarga personalmente –para el Dios absoluto todo es personal– de los mexicanos y sus planes locos, frecuentes descarrilamientos y escapadas del huacal.
La Virgen de Guadalupe es autora oficial, según la versión del Vaticano y también del Discovery Channel, de cuatro apariciones y del primer autorretrato de una mujer que desde tierras mexicanas lograría fama mundial –¡toma eso, Frida Khalo!–. También es autora de haber apaciguado los ánimos rijosos de los indios remisos, además de ser paracaidista y nueva inquilina vitalicia del cerro del Tepeyac, landlord absoluta de una basílica y sus alrededores, coreógrafa de miles de danzantes, envase de la espiritualidad amorfa y sincrética de la mayoría de los mexicanos, dueña de sus corazones, legitimadora del poder –político, empresarial, delincuente–, distractora de conciencias ciudadanas laicas. Madre de los mexicanos, pues, como madre los cobija, los protege y, también, los mangonea.
Para los mexicanos, la CIA, ese gran ente supranacional, gran ojo de Sauron, con cualidades divinas –todo lo ve y oye, en todos lados está–, ha participado en todos, sí, todos, los hechos de importancia en el México moderno, desde ungir candidatos oficiales y opositores y presidentes, controlar vía remota a miles de políticos –lo cual explica su estupidez, claro, para solaz de nuestras inquietudes–, manipular la balanza de exportaciones e importaciones, encabezar la cadena de mando de las fuerzas armadas nacionales, además de las policías locales y federales, controlar las mentes de los televidentes con programas de propaganda disfrazados de documentales, series, películas, caricaturas, etcétera, administrar los recursos naturales, las industrias manufactureras y de la extracción, el sector financiero y el banco central, hacer y deshacer movimientos sociales y, en general, estabilizar y desestabilizar al país según convenga a la coyuntura política o económica del poderoso vecino del norte. Como puede ver, estimado lector, para los mexicanos, la CIA es más poderosa que Dios y la Virgen juntos.
Cuando ninguno de los agentes anteriores dan para explicar más o menos bien los acontecimientos, entonces los mexicanos recurren a su última carta, ésta sí, un tanto más terrenal. Salinas es El Padrino de la política mexicana, gran operador y negociador, maneja el país desde hace varias décadas, desde dentro, desde fuera, directa e indirectamente interviene en todos los acontecimientos de importancia para los mexicanos: tratados perversos de libre comercio, asesinatos de operadores incómodos, movimientos insurrectos –él los provoca o los controla, según sus objetivos siniestros–, ataques alienígenas a ganado caprino, tanto victorias como derrotas de la selección nacional de futbol, caídas y subidas de la bolsa de valores, caídas de aeronaves, cambios en gabinetes de gobierno, consejos de empresas y cárteles del narcotráfico, etcétera; y algo tiene que ver con cualquier persona que detente una posición de poder en el país: políticos de derecha, centro e izquierda; empresarios pragmáticos o mochos; narcos buenos y narcos malos. Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos para desarmar las bombas mentales de su recién adoptado.
Primer paso: su mexicano tiene dificultades para dar una explicación más o menos lógica y coherente de fenómenos complejos, en otras palabras, está traumado y se niega a reconocer que el azar y la mera coincidencia rijan su vida y el universo. Lo primero pues es introducir en su vocabulario palabras que le hagan cambiar su modo de pensar: “contingencia”, “accidente”, “sinsentido”, “caos”, “muerte”, “insignificante”.
Segundo paso: por un lado, hay que enseñarle a su mexicano a ver que los individuos y sus errores y sus creencias son más importantes de lo que parecen, es decir, las decisiones estúpidas de un solo individuo sí pueden incidir en la vida de miles de personas; y por otro lado, hay que enseñarle a ver que las organizaciones y sus grandes presupuestos y su numeroso personal son menos importantes de lo que parecen, es decir, la capacidad de las organizaciones para transformar la realidad es mucho menor de lo que varios suponen.
Tercer paso: su mexicano reparte bien las culpas, pero el problema viene cuando une más puntos de los que debería. Es una falacia común: a hechos aislados pero contiguos se les atribuyen relaciones de causalidad. Es decir, sí, en efecto, en un mismo mes hizo calor, la economía griega colapsó, se escapó un narco, la inflación bajó en Estados Unidos, la inflación subió aquí, un político ganó, otro perdió, el banco central titubeó, tembló en la ciudad de México, ganó el Cruz Azul, la señal de TV falló justo en el noticiero y sucedieron millones de eventos más. Sí, en efecto, Dios, la Virgen, la CIA y Salinas son los posibles autores de varios de estos hechos, pero de verdad, hágale entender a su mexicano que éstos no tuvieron una reunión secreta en una isla del Pacífico, donde decidieron el concierto de todos estos acontecimientos para distraer la atención del público global.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es un illuminati? No. ¿El mexicano es un templario? No. ¿El mexicano es un rosacruz? No.