Aunque este año ya pasaron las fechas alusivas al quehacer docente y al estudiantil, considero que no está de más compartir unas reflexiones sobre ambas vocaciones y en consecuencia rendir honor a quien se lo gana con esfuerzo disciplinado e inteligente.
Un profesor, una maestra, un docente, se suele concebir como una persona dedicada a contribuir en la formación de otra persona. Terreno brutalmente farragoso, ¿de qué magnitud debe ser esa contribución?, ¿qué es formar a una persona?, ¿la formación es estrictamente técnica, o es un asunto de etapas donde el esfuerzo en lo no técnico se dosifica de acuerdo al desarrollo del formando?
Un estudiante, un alumno, es una persona que aspira a recibir educación y dedica su tiempo a un proceso de desarrollo intelectual. La consideración previa parece una nimiedad si nos preguntamos ¿qué es la educación?, ¿qué constituye el desarrollo intelectual?, ¿la parte emocional, física, social debe ser incorporada?, ¿la educación es un proceso pasivo, activo o tiene momentos alternantes?
No es mi afán escribir un artículo filosófico sobre uno de los procesos humanos más complejos, mi intención es invitar a los lectores a que revisen sus propios conceptos y consideren si los pueden clarificar en beneficio propio y de aquéllos cuya educación esté bajo su cargo.
Por un parte, se espera del docente que sea una persona ejemplar, en el mayor número de aspectos posibles: conducta intachable, dominio técnico, competencias comunicativas, virtudes humanas excelsas. Se espera que el docente trabaje con ahínco, de manera inteligente con sus estudiantes, que sepa reconocer la manera en que aprenden, que identifique y estimule los intereses de ellos, que sepa el tema de su materia y que lo sepa transmitir y que al menos sea justo evaluando el desarrollo de sus aprendices. Algunas películas documentan casos ilustres de profesores que han transformado de manera positiva la vida de sus estudiantes. Los periódicos reportan con cierta regularidad abusos y asuntos realmente punibles de algunos profesores. En el grueso de la población magisterial, hay muchas conductas rescatables, pero hace falta que se asuma un compromiso en lo personal para cerrar brechas entre el concepto ideal del docente y al que acceden los estudiantes en nuestro país. Cuando vemos profesores que no dominan las matemáticas básicas, que los problemas de primaria les parecen retos dignos de un doctorado en matemáticas puras; cuando vemos que los profesores no sólo desconocen la ortografía, sino que su redacción es pobre y de mala calidad; cuando constatamos que no son lectores y no se actualizan ni de los asuntos relevantes de la vida cotidiana, ni de los aspectos diversos de su materia, explicamos en parte nuestro atraso tecnológico, consecuencia en buena medida a nuestra pobreza educativa.
En otra arista, se parte del principio de que el estudiante desea aprender, quiere desarrollar habilidades, apropiarse de competencias para la vida. En la práctica, vemos que ellos son los primeros en festejar cuando se anuncia que se va a cancelar una clase, o se puede atestiguar su algarabía cuando se cancelan algunos días completos del conjunto de días hábiles escolares. Todos los libros y recursos educativos les parecen siempre caros, pero nada tiene que ver ese juicio cuando se trata de pagar la diversión, la beca Pronabes que se entrega vía tarjeta bancaria, ha registrado pagos sustanciales en bares de la localidad, dinero que en principio, está pensado para financiar los gastos educativos de los que menos tienen. En los pasillos universitarios es raro ver libros en las manos, en lugar de ello, se encuentra algún accesorio deportivo y últimamente material para malabares.
Considero que los docentes debemos ser jueces casi jacobinos con nuestro propio perfil docente. Exigirnos el mayor desarrollo intelectual y personal posible. Ser lectores que promueven eficazmente la lectura, que consumimos lectura de los temas más diversos y significativos posibles. Los docentes debemos predicar con el ejemplo los hábitos que se requieren para perseguir con éxito la felicidad en la vida. Los docentes debemos encontrar la manera de establecer una comunicación efectiva con los estudiantes y saber encontrar sociedades eficaces con la comunidad significativa de nuestros alumnos.
Los alumnos deben ser disciplinados, vivir un compromiso auténtico con el aprendizaje. Deben reconocer cómo aprenden y cómo pueden diversificar su manera de aprender. Deben exigir a la institución y sus profesores el mejor servicio, a partir de un desempeño incuestionable (puntualidad, honestidad, cumplimiento). Los estudiantes colaborarán en el diálogo y enriquecerán a su comunidad con su quehacer y su renovado ejemplo.
Pocos casos se dan en nuestro entorno de personas que sobresalen en estos quehaceres y cuando sucede, poco se habla de ellos, en su lugar, se pone énfasis si en el festejo del día del maestro amenizará un artista determinado o una banda popular; se habla de los desmanes que tienen lugar el día del estudiante, o se publican fotos de personas embriagadas hasta perder el sentido en la calle, de uno y otro gremio. Por todo esto, considero importante reconocer tanto a una maestra que se puede considerar como la mejor maestra de primaria en Aguascalientes, y a un estudiante que podría ser tomado como el mejor estudiante de posgrado en Aguascalientes.
Por una parte está la maestra Patricia Rodríguez Aguilera, quien recibió el reconocimiento nacional Ignacio Manuel Altamirano, por “la constancia en la participación en el programa de carrera magisterial, estímulo al desempeño profesional, con base en el aprovechamiento escolar de los alumnos y el factor preparación profesional”(1).
Y regresando al otro vértice, el Mtro. Adán Brand Galindo, quien recibió la medalla Alfonso Caso al mérito universitario por parte de la UNAM, que lo distingue como el mejor estudiante de su programa de posgrado en la máxima casa de estudios del país.
Ojalá y que nos acostumbremos a ejemplos como el de la maestra Rodríguez Aguilera y al de el Mtro. Brand Galindo, que seamos mejores docentes y contemos con estudiantes ejemplares. Considero que el esfuerzo debe iniciar en casa, promoviendo un concepto claro de lo que es la educación, siendo aprendices destacados con los nuestros y solidarios en las demandas procedentes de un servicio educativo de calidad.