Desde hace tiempo, Brasil ha sido un ejemplo de desarrollo para México. La evidencia documentada nos dice que este país sudamericano ha logrado consensuar el crecimiento económico con una equitativa distribución del ingreso. Tomando como referencia los indicadores más comunes de crecimiento y desarrollo, las cifras no mienten. Brasil en los últimos dos años ha crecido en un 7.5 por ciento del Producto Interno Bruto. En distribución del ingreso, los indicadores también respaldan a este país. Del año 2000 al 2010, se logró reducir el coeficiente de Gini de 60.13 a 54.7, casi seis puntos (recordemos que con un coeficiente de cero hablamos de un estado totalmente igualitario en la distribución del ingreso, y de uno hablamos de un estado en donde en un solo grupo se concentra toda la riqueza). En cifras, este país reflejaría prosperidad y nadie esperaría que a la puerta de un mundial (deporte de máximo interés nacional), existieran descontentos y conflictividades sociales como los sucedidos en la reciente inauguración de la Copa Confederaciones.
Los programas sociales de Brasil, de un nivel técnico excepcional, son referentes en América Latina. Se ha reducido significativamente los niveles de pobreza. De acuerdo con datos del Banco Mundial, la tasa de pobreza ha pasado de 35.2 a 21.4. Es decir, se ha reducido en más de diez puntos esta problemática que aqueja a todos los países de la región.
Ahora bien, ¿por qué hay inconformidad social? ¿Qué no estamos hablando de un país en la senda del éxito?
Intuitivamente, tal como se ha observado en estos últimos días, existen señales que alertan un posible desgaste de este modelo técnico-progresista. Quizá se ha caído en la confianza que brindan las cifras y los procedimientos sofisticados para aliviar los problemas sociales, pero no se ha tomado en cuenta que se vive en democracia, y que por ende siempre existirán conflictividades, propias de la interacción entre individuos, que exigen una constante renovación institucional.
Es en el análisis político en donde podríamos encontrar una respuesta. Como argumenta Patricio Morales (un chileno que es cómplice de pensamiento de su servidor), la importancia radica en absorber niveles de crítica y conflicto que la sociedad expresa, para poder, desde allí, generar una capacidad de respuesta consensuada desde “el conflicto”.
El conflicto es ese espacio vital de la política. Es ese espacio en donde existen múltiples interconexiones entre individuos y el marco institucional que los rige. Un individuo catalogado como “pobre” quizá en este momento ya no resuelva su problema con un ingreso mayor al estipulado en la “línea de pobreza”. Ahora este individuo requiere de liberar las frustraciones que la desigualdad de oportunidades trae consigo. Quizá ya no se trata de que esta parte desaventajada esté sana y supere sus condiciones de marginación. Quizá ahora deseen oportunidades para expresar sus ideas y que éstas lo lleven al mismo lugar que llevarían a un individuo que nace con mayores oportunidades de desenvolvimiento. El conflicto es constante, es cuestión de identificarlo. Sólo así la gubernamentalidad estará en condiciones de encarar inconformidades sociales como las que actualmente encara Brasil y así generar renovaciones institucionales a partir de éstas.
En resumen, Brasil es un país que a grandes rasgos ha hecho bien las cosas. El modelo de desarrollo ha resultado exitoso. No obstante la realidad nos dice que esto no basta, el consenso técnico puede terminar sucumbiendo ante el conflicto social. El ciudadano no puede estar supeditado a una clasificación de, por ejemplo, si es pobre o no y a disposiciones sobre cómo y cuánto requiere para superar este problema. Y es que no existe un “único problema”. El ciudadano se desenvuelve en un espacio compuesto por muchos problemas individuales y colectivos que se regeneran constantemente. Espero que de esta experiencia que actualmente se vive en Brasil también podamos aprender algo, lo mínimo…
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