- Más de media plaza presenció el concepto taurino de prácticamente dos actores.
Se soltó un encierro de Montecristo, armónico de lámina, que en evalúo global se dejó torear, destacando el primero, aplaudido al ser llevado el desolladero, y el quinto que ganó la pleitesía del arrastre lento.
Pintando un hermoso detalle El Pana (cornado en su primero) sintió haber cumplido con la capa. Esperando que le invadiera el milagro se pasó toda la tarde; cuando ello amagaba, vino un arcano adorno y al rematarlo, el extraordinario bovino le apretó, y por sus nulas facultades físicas le propinó el percance.
Una efigie de alabastro hizo de la verónica Morante de la Puebla (palmas en el que mató por El Pana, división tras aviso y dos orejas), y en cristal vació las dos medias que hicieron rúbrica. Sacada la muleta, húbose de reducir a detalles de singular estética; la debilidad del noble animal no se extendió para más. Luego vino una pesadilla al desfundar las armas.
De canela resultaron nuevamente sus lances al quinto, haciendo del percal alas de libélula delicada. Extasió luego al transformarse en un demonio de arte; en un duende raro; en un esteta que de cada muletazo hizo una obra de arte para explicar que el toreo es así, arcano, extraño, ancestral, ritual, aromático, eterno; para exponer que el toreo es privilegio religioso y ejercicio de ungidos. La fortuna, enamorada de su obra, le mimó y en la suerte suprema dejó un espadazo algo tendido.
Si bien se empleó con la capa Juan Pablo Sánchez ante su primero (palmas, silencio y vuelta al ruedo), con la sarga no se reveló el embone que al inicio se pronosticaba al vérsele señoriales pases por bajo. Luego de varias tandas de estudio, aparecieron algunas de buena nota, sin embargo no reveló el son de otros quehaceres, en parte por lo incierto del adversario. Llegaron después de la afanosa lucha, tres pinchazos y una estocada eficaz.
Lentos y hermosos fueron sus lances al cuarto, bien correspondidos con incontestable larga. La res era noble y de clase en la embestida, pero le costaba demasiado acudir, sin embargo el diestro se dedicó descubierto a desdoblar el brazo y correr la mano con delicia, edificando una muy buena faena sobre ambos pitones, aunque no honrada con el estoque.
Con un incierto peligroso, adherido al piso, el cierra plaza, se fajó y aguantó terriblemente en trasteo dramático; con aroma de tragedia –incluso llegó una aparatosa voltereta-; quizás de pocos pases, pero llenos de verdad cada uno. Espoleado tal vez por la conquista artística del extranjero, derramando alto sentido de la competición, hombría y ambición de gloria, se irguió impávido entre que el bicorne le acariciaba con los filos de sus armas el cuerpo, esperando que luego viajara por el trayecto de su muleta bien manejada. La respuesta espontánea de cualquier conglomerado, ante la entrega mostrada sin socaliñas, es pararse de sus butacas… y así sucedió. Lamentablemente, los apéndices ya tilineando, interpretó dos pinchazos y una estocada tendida.