Entre los grandes logros que ha traído consigo el siglo XXI, se encuentra el análisis socioestadístico respecto de algo tan intangible, que se creía inaccesible incluso para el ojo escrutador de la ciencia, como son los valores morales. Sin embargo, investigadores como Inglehart y Christian Welzel, autores de Modernization, Cultural Change and Democracy, New York: Cambridge University Press, 2005; nos dieron la primicia de un condensado estadístico acerca de la influencia de los valores preferentes de los individuos sobre las grandes tendencias sociales, de tal manera que ya es posible tipificar el dinamismo característico de una sociedad determinada, que la hace completamente distintiva de cualquier otra; y además, la ubica con gran nivel de certidumbre en las coordenadas sociales de su propio grado y calidad de desarrollo.
En efecto la Encuesta Mundial de Valores (2005-2008), que dichos autores diseñaron y aplicaron con el concurso de una gran fuerza de tarea a nivel global, se propuso medir todas las grandes áreas de interés humano, desde la religión a la política y de la economía a la vida social. Resultando que de ese gran espectro de áreas de interés, dos dimensiones dominaron la escena: Primero, el continuum que va de los Valores Tradicionales a los Valores Racionales; y, Segundo, los Valores de Sobrevivencia a los Valores de Autoexpresión. Estas dos dimensiones explican más del 70 por ciento de la variancia transcultural estudiada e identificada sobre “scores”/ resultados de valores más específicos.
Para entender un poco esto, se plantea que la dimensión compuesta por los valores seculares y racionales refleja un grado de contraste entre aquellas sociedades en las que la religión es muy importante, de aquellas otras para las que no lo es. Un amplio margen de distintas orientaciones está cercanamente vinculado a esta dimensión. En donde, sociedades que están cerca de esta polo tradicional enfatizan la importancia de los lazos entre padres-hijos, rechazo al divorcio, aborto, eutanasia y suicidio. Estas sociedades tienen altos niveles de orgullo nacional y una visión patriótica. En cambio, sociedades que poseen valores seculares y racionales tienen preferencias opuestas a aquéllas, en todos y cada uno de estos tópicos.
La segunda gran dimensión, de la que hablamos, de una variación transcultural está ligada con la transición de la sociedad industrial a las sociedades postindustriales, lo que trae consigo una polarización entre los valores de la Sobrevivencia y la Autoexpresión. La riqueza sin precedentes que se ha acumulado en las sociedades avanzadas durante las pasadas generaciones significa que a la par, un porcentaje sin igual de población ha crecido teniendo la sobrevivencia como un supuesto dado. Por consiguiente, las prioridades han cambiado de un énfasis sobre la seguridad económica y física por encima de todo; y hacia un énfasis creciente sobre el bienestar subjetivo, la autoexpresión y la calidad de vida.
Para ubicar a México en este gran contexto mundial, los autores de la Encuesta Mundial de Valores encontraron que, dentro del gran paisaje conformado por esas dos dimensiones contrastantes, como ciudadanos del mundo nos encontramos ubicados: por un lado, dentro de las coordenadas del contraste entre los Valores Tradicionales/ Seculares y Racionales con un índice de -0.81 (promedio); y respecto del contraste de valores de la segunda dimensión: Valores de Sobrevivencia /Autoexpresión, con un índice positivo de 0.30; asumiendo que los países Europeos-Protestantes, liderados por Suecia alcanzan los índices más altos, determinados por los dígitos 2.0, para cada dimensión. La media, en este gran comparativo, está ocupada por los países angloparlantes como Gran Bretaña y Los Estados Unidos con el resto de sus países asociados, que alcanza valores cercanos al índice cero, en la primera dimensión e índice 1.5 y más de la segunda dimensión.
Sorpresivamente, sabemos que en Aguascalientes se llevó a cabo exactamente parte de este ensayo pionero y del cual nos ofreció resultados la empresa de Consulta-Mitofsky en colaboración con el Municipio de Aguascalientes, a través del Instituto Municipal de Planeación, Implan (2001). Del que destaco, como muestra los resultados en materia del valor “Confianza Personal”, y que se expresa así. Los habitantes de Aguascalientes opinan que “se puede confiar en la mayoría de la gente” en un 15.5 por ciento contra el 14.9 por ciento del Estado; y respecto de si “hay que ser muy cuidadoso con las personas”, los ciudadanos del municipio de Aguascalientes opinamos afirmativamente en un impresionante 84.5 que así debe ser, mientras en el Estado, el resto opinó superándolo, con el 85.1 por ciento. Lo que nos dice lisa y llanamente que conformamos una sociedad de personas profundamente desconfiadas.
Esta nota nada halagüeña, no obstante, si las estadísticas de Inglehart y Welzel no mienten, representa un patrón constante y consistente para la totalidad de México. Por ello se entiende la nueva ola de sospechosismo sobre la posibilidad de que el gobierno federal pueda llevar a cabo una política general de desarrollo social, sin desdoro a causa del manejo indebido de los recursos públicos para objetivos y efectos electorales; máxime dado el caso o supuesto de que los gobiernos estatales y locales sean absolutamente incontrolables en este preciso sentido, como ya cundió con antitestimonios del estado veracruzano. Lo que es interpretado como una práctica autoritaria, absolutista y antidemocrática “suapte natura” (por su propia naturaleza).
Suponiendo, sin conceder, que así fuera aquí y ahora, lo que opone esta obtusa disyuntiva es que se debe cesar a toda costa –y esto es literal- toda entrega de subsidios alimentarios a población en extrema pobreza, so pena de mancillar los valores supremos de la Democracia que todos los mexicanos hemos conquistado, o que así lo creemos, según las amplias valoraciones y lisonjas del extranjero. Oposición política es neutralización absoluta de la acción estatal en materia de sobrevivencia de masas depauperadas a punto de la inanición; ¡ah! Pero eso sí, bien democráticos. La conclusión es inevitable, países sumamente avanzados –a pesar de la crisis global- sobreestiman el valor de la Sobrevivencia y Autoexpresión, aun por encima de valores tradicionales y profundamente anclados en la religión; mientras que nosotros por vil y pura desconfianza estamos a punto de dejar hacer y dejar pasar el frágil nivel de sobrevivencia de millones de compatriotas, por el eximio valor de la democracia conquistada. ¿Hay alguien que me explique tal desvarío?