Guía para adoptar un mexicano / Los secundarios - LJA Aguascalientes
15/11/2024

 

Desde la conversión de manos más o menos habilidosas en manos orfebres y expertas llevada a cabo por algún, acaso dos, ilustrado y anacrónico enviado de la Corona, hasta los sueños neoliberales que colocaron todos los huevos en la canasta maquiladora, las manufacturas –eso, hacer algo con las manos– pasaron en 300 años de la excelencia técnica, de las mejores de su tiempo, a mero pegote cumplidor de algún plan comercial global. Algo, pues, se perdió en el camino. Durante la época colonial, la puesta en práctica de un saber hacer para transformar los recursos naturales en productos terminados estaba íntimamente emparentado con el desarrollo técnico de su momento. Las materias primas, pues, pasaban por un proceso que consistía básicamente en la aplicación de una serie de técnicas manuales sobre la madera, los metales, las pieles, las piedras, etcétera, con la idea de que al final se tuviese en las manos algo diferente de lo que se había tomado de la naturaleza: una vasija, unos zapatos, una silla. Las formas de la naturaleza entonces se convertían en formas del hombre; la natura se volvía cultura. A estos procesos hoy los llamamos “artesanales”, pero hace unos siglos ser artesano significaba entrar en contacto con un tipo de conocimiento que se había forjado a fuerza de acumular experiencia y que, a un mismo tiempo, era vanguardista. El carpintero, el herrero, el cantero necesitaban de un maestro que los iniciara en el oficio, después de años de trabajo arduo, si el mentor veía que su pupilo poseía habilidades excelsas, le revelaba sus secretos, pues veía en él a un heredero seguro y digno del oficio y, a la vez, a alguien que podía superarlo como maestro.

Pero la técnica no sólo significaba modificar manualmente las materias primas hasta convertirlas en cachivaches para facilitar la vida diaria, sino que también significaba elaborar herramientas que a su vez simplificaran y complementaran el trabajo manual. Uno de los picos alcanzados por este proceso, como sabemos, fue la Revolución industrial. La técnica había alcanzado tal desarrollo que fue posible construir máquinas que sustituyeran el trabajo manual, parcial o casi totalmente. Las tareas complejas, que antes requerían de mucho tiempo y de manos habilidosas, entonces fue posible realizarlas por cualquier persona sin instrucción alguna, a través de una máquina que podía ejecutar diversas operaciones simples de manera simultánea. La mesa que hacía el artesano, la podía hacer la máquina en menos tiempo; la calidad era menor, pero los costos también. El objeto producido ya no artesanal sino industrial y fue aceptado sin problemas. No se obtenía lo mejor, pero el precio era bajo, el trato, pues, era justo. Esto aconteció en Inglaterra y otros países, pero no en México.

Aquí hubo varias revoluciones, pero ninguna de ellas fue industrial. La técnica siempre ha sido importada. En México, el sector secundario de la economía es como un cojo con muletas prestadas. Las artesanías siguen siendo las manufacturas de más alta calidad. Hay productos industriales excelentes hechos en el país, pero los procesos de producción no fueron ideados aquí y, en su momento, emigrarán con la misma celeridad con la que llegaron, tras de sí quizá dejen una estela mínima de know-how, que quizá sea avistada por alguien, quizá demasiado tarde.

Pero el sector artesanal también se durmió en sus laureles. A pesar de su productos portentosos, los artesanos no dieron el siguiente paso. En otros países, muchos artesanos, enamorados de su producto, lograron un feliz matrimonio con los modos industriales, sin que hubiera menoscabo de la calidad y sin menospreciar el valor del trabajo manual. Varias de las marcas de lujo de la actualidad tuvieron inicios muy humildes en pequeños talleres zapateros, costureros, orfebres o de marroquinería y venden ahora bienes que son fruto de un doble proceso artesanal e industrial y son negocios millonarios.

En México no hay casos similares. Los zapatos sirven para ilustrar lo que sucede aquí: los materiales son excelentes, las hechuras –semindustriales o industriales–, cumplidoras pero nada extraordinarias, los diseños, paupérrimos, las marcas, casi genéricas, ninguna es realmente descollante. Y a nivel artesanal la cosa no es muy alentadora tampoco, a pesar de que existe el conocimiento y la experiencia, o existían, es difícil encontrar un zapatero artesanal que confeccione un par a la absoluta medida y gusto del cliente. Zapateros así aún existen en Argentina, Italia o Inglaterra, por ejemplo. Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos, eso sí, con zapatos nacionales semindustriales o semiartesanales de semicalidad.

Primer paso: prohíba que su mexicano juegue con plastilina o palitos en el kínder, es muy peligroso, a menos que desee que desarrolle habilidades motrices que en su vida adulta lo lleven a considerar seriamente como modo de vida ser un saltimbanqui de semáforo o un “artesano” de dijes y aretes anticapitalista y, a un mismo tiempo, parte del sistema.

Segundo paso: prohíba que su mexicano reciba regalos como Legos o similares en sus cumpleaños, es muy peligroso, a menos que quiera que su mexicano estudie una ingeniería y se convierta en un operario calificado de un botón en alguna línea de producción transnacional.

Tercer paso: prohíba que su mexicano juegue en la tierra, es muy peligroso, pues le puede tomar el gusto a escarbar y encontrar y coleccionar guijarros, la minería es una actividad harto resbaladiza y oscura, mejor dejar que otros arriesguen sus vidas buscando oro, plata, cobre, silicio y otras naderías por el estilo.


Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es industrioso? Sí. ¿El mexicano es industrial? No. ¿El mexicano es industrializado? Depende.

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