Aunque Einstein se ha llevado toda la gloria y el reconocimiento, desde hace mucho los mexicanos saben que el tiempo es relativo. Desde hace tiempo –como puede ver, estimado lector, como buen mexicano, me rehúso a utilizar expresiones que impliquen una referencia temporal precisa– los mexicanos conocen y practican la relatividad temporal, saben que el tiempo no es una magnitud absoluta, para los mexicanos un segundo, un minuto, una hora, un día, etc., no son medidas idénticas para todos, sino que dependen de manera absoluta de la subjetividad de cada quien. Para los mexicanos, pues, el tiempo, y también el espacio –pero ése es tema de otra entrega– no es absoluto sino relativo, es decir, para los mexicanos, el tiempo no existe independientemente de los mexicanos. En este sentido, aunque la mayoría lo ignore, los mexicanos siempre han sido claramente antikantianos y antinewtonianos.
Para el mexicano, el tiempo es una medida que depende del observador y de su estado, dos mexicanos, pues, miden el tiempo transcurrido de un determinado proceso de manera diferente. El transcurso del tiempo entre un evento A –digamos, despertar en la mañana– y un evento B –digamos, llegar al trabajo– puede ser percibido por dos mexicanos de manera radicalmente diferente, para uno puede tratarse de dos sucesos que ocurren con simultaneidad insólita –“ya estoy en el trabajo y aún no puedo abrir bien los ojos”, diría este mexicano–, para el otro puede tratarse de dos sucesos que divergen de tal manera que bien podrían situarse en universos paralelos –“¿por qué aún no he llegado al trabajo?”, constantemente se cuestiona este mexicano–. Para el primero, el tiempo pasa en un parpadeo, es decir, siente que todo acontece a tal velocidad que el uso de un reloj o un calendario resultan inútiles e irrelevantes; para el segundo, el tiempo pasa len-ta-men-te, es decir, siente que todo acontece a ritmo tan lánguido que el uso de un reloj o un calendario resultan inútiles e irrelevantes. Para uno, pues, el continuo espacio-tiempo está tan encogido que le resulta imperceptible; para el otro, el continuo espacio-tiempo está tan dilatado que le resulta imperceptible.
Quizá, en aras de una explicación científica de la administración tanto laxa como tensa del cronos mexicano, podríamos suponer que la gravedad en el altiplano mexicano amanece más fuerte todos los días y que genera distorsiones de diverso tipo en el espacio y en el tiempo. Pero no, éste no es el caso, se trata, como vimos, de los observadores, de los mexicanos y sus paradojas físicas, ahí es donde reside el problema y, por ende, la explicación. Por ello, dicho sea de paso, la astronáutica nacional sigue en pañales, pues los mexicanos son muy malos candidatos para viajar en el tiempo, pues lo anulan, además de los contratiempos que se generarían por la ausencia de relojes o calendarios, dicha anulación también podría generar eventos funestos –incalculables, impredecibles, pues– para el universo, como bien saben los astrofísicos y yo.
No se desespere, pues, estimado lector y próximo adoptante, cuando su mexicano llegue o muy tarde o muy temprano –son las únicas dos posibilidades, créame–. Si su mexicano es impuntual, no le está faltando al respeto como un Edipo ni está menospreciando su tiempo y sus planes como las Moiras, tampoco es un indisciplinado que ni siquiera puede administrar de una manera más o menos decente los quehaceres de su vida diaria, tampoco quiere llamar la atención y hacerse el importante como socialité anoréxica o de grupas monumentales que cree que la superficie del mundo es una alfombra roja imaginaria flanqueada de flashes insistentes, tampoco está demorando la llegada porque le aterra estar solo o porque quiere hacer una entrada triunfal y partir plaza, no, recuerde que la explicación de las aporías temporales de su mexicano están en la teoría de la relatividad de Einstein, que en resumen dice: E=mc2, lo cual a las claras explica la impuntualidad crónica –¡oh, paradoja!– de los mexicanos. Por ello, si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos.
Primer paso: enséñele a su mexicano a dar mejores excusas por su impuntualidad, de ahora en adelante prohibido culpar al tráfico, al auto, al chofer del camión, a la abuelita, al perro, a los ovnis, etcétera, mejor que intente otras opciones como “el volante se atoró y sólo podía dar vueltas a la izquierda”, “perdí el camino persiguiendo a un conejo con mucha prisa”, “descubrí un Aleph en mi casa y le dio hipo del susto”, “el calendario que me regaló mi carnicero es juliano y no sabía”, “me atoré en un loop al cruzar la calle”, etcétera.
Segundo paso: que su mexicano lleve consigo siempre una caja de chocolates. Claramente, no es para que haga reflexiones bobaliconas sobre la vida , sino para ofrecer al ofendido u ofendidos una golosina y dejar que los alcaloides hagan su trabajo. Reuniones de trabajo, fiestas o funerales, no importa, esta técnica no falla.
Tercer paso: podríamos decir que la impuntualidad es el arte de hacer perder el tiempo a los demás, cada minuto perdido por los otros es un minuto ganado para uno, apoye a su mexicano a desarrollar las cualidades que ya trae de nacimiento, su mexicano es un impuntual, pero podría llegar a ser un impuntual con propósito y llevar siempre la ventaja en los juegos de poder.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es instantáneo? Sí. ¿El mexicano es interino? Sí. ¿El mexicano es infinito? Sí.