Palabra prohibida
No tengo cifras, es mera percepción, creo que el texto más citado de toda la obra de Octavio Paz debe ser el capítulo cuatro (Los hijos de la Malinche) de El laberinto de la soledad; donde elabora un inventario de lo que la chingada significa para el mexicano.
No voy a escapar a la tentación, así que me permitiré citar extensamente, señala Paz: “En nuestro lenguaje diario hay un grupo de palabras prohibidas, secretas, sin contenido claro, y a cuya mágica ambigüedad confiamos la expresión de las más brutales o sutiles de nuestras emociones y reacciones. Palabras malditas, que sólo pronunciamos en voz alta cuando no somos dueños de nosotros mismos. Confusamente reflejan nuestra intimidad: las explosiones de nuestra vitalidad las iluminan y las depresiones de nuestro ánimo las obscurecen”.
Enseguida, el autor de Libertad bajo palabra, señala que para el mexicano esa palabra secreta, prohibida, es la chingada: “Esa palabra es nuestro santo y seña. Por ella y en ella nos reconocemos entre extraños y a ella acudimos cada vez que aflora a nuestros labios la condición de nuestro ser. Conocerla, usarla, arrojándola al aire como un juguete vistoso o haciéndola vibrar como un arma afilada, es una manera de afirmar nuestra mexicanidad”.
El capítulo cierra con el siguiente párrafo: “El mexicano y la mexicanidad se definen como ruptura y negación. Y, asimismo, como búsqueda, como voluntad por trascender ese estado de exilio. En suma, como viva conciencia de la soledad, histórica y personal. La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad”.
Feliz día de las madres
Es posible que exagere y en un intento por explicar la vigencia de este texto de Paz, al buscar relacionarlo con lo que ocurre estos días, juegué a encontrar la cuadratura del círculo, sin embargo, me parece pertinente para intentar entender las razones por las que ayer, con motivo del festejo del día de las madres, miles afirmaron su mexicanidad en las redes sociales participando en la “Mega mentada a Enrique Peña Nieto”.
La iniciativa fue promovida por el colectivo Anonymous e invitaba a que a través de Twitter, se le mentara la madre a Peña Nieto para “romper el récord Guinness” en esa materia. No sé si lo hayan logrado, ni siquiera estoy seguro de que ese pueda ser una marca que se contabilice, en un sitio en Internet contabilizaban las mentadas, antes de terminar el 10 de mayo, ya sumaban más de 144 mil recordatorios.
Los más ingeniosos, acompañaban la mentada de madre con un motivo, los más frecuentes hacían referencia al resbalón del entonces candidato en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, así que el recordatorio era porque Peña Nieto no sabe leer; por supuesto, no podía faltar el cambio del nombre al IFAI; y las acusaciones de que asesinó a su esposa. Los menos creativos (que fueron los más) simplemente se dejaron llevar por sus filias y agregaban a la mentada otros insultos, el más frecuente: “puto”.
Triste pero cierto, así nomás.
Las redes sociales no votan
En medio de las mentadas cibernéticas, no faltó quien acusara de censura. Las redes sociales son caníbales, se alimentan de sí mismas, desde que la falta de imaginación transformó la opinión en noticia, no pasan unos minutos cuando alguien, quien sea, lance el rumor de que está siendo “atacado”, que los del otro grupo están intentando que no tenga éxito su iniciativa.
Quienes intentaron subir a las tendencias temáticas el hashtag #chingatumadreEPN acusaron a los “robots del PRI” de querer eliminar el tema, así que se inventaron otro para poder subirlo a los trending topics: #rechingasatumadreEPN.
La jugada, por su simplicidad, es funcional. Si falla el intento por convertir en tendencia, no fue por una falla en la convocatoria o porque el tema es una tontería, siempre hay un culpable que impide la “libertad de expresión”.
No quisiera insistir en que nuestro sentido del humor está en la lona, pero lo cierto es que, al menos en las redes sociales, nuestro comportamiento es similar al del público que asiste a una función de cine y suelta la carcajada cuando escucha la palabra pendejo; eso basta, ¡uy!, dijo una grosería, una mala palabra, y suelta la mandíbula y se ríe, sin saber bien a bien la razón.
Lo preocupante de este comportamiento en redes no es, por supuesto, la mentada de madre, sinceramente eso es lo de menos y sabido es que esos insultos son como las llamadas a misa, cada quien decidirá si acude o no. Lo que llama la atención es que cada vez con mayor frecuencia, los actores políticos detienen demasiado la atención a lo que ocurre en las redes sociales, con una perspectiva equivocada, a mi parecer.
Los nuevos ingenieros de imagen le venden al candidato (al puesto que sea) la importancia de las redes sociales y el valor que juegan en el posicionamiento y valoración que del político tenga la opinión pública, le muestran gráficas, le restriegan los resultados de los diferentes conteos y en qué lugar se encuentran; por supuesto, obligan a que se gaste más en redes, a que se invada con publicidad YouTube, Facebook y Twitter, porque es obligatorio que estén ahí.
Hasta que se demuestre lo contrario, las redes sociales no votan y todavía existe una enorme brecha entre el furor con que se da un “Me gusta” y el asistir a un acto de campaña; aún no se ha logrado transformar los retuiteos en intenciones de voto. Sin embargo, el político interesado en ganar, se obnubila por el canto de las sirenas, se le muestra que tiene equis número de impactos, pero no se le comenta que los usuarios están hasta el gorro de que su imagen les interrumpa el video que buscan; tampoco se les indica que tiene más éxito cualquier bufonada por encima de una idea. Lo importante es estar, le dicen, pero no le explican que el éxito en las redes sociales es solamente eso: fama en un todavía reducido espacio.
En el reino mediático, la fama no es resultado de las ideas, sino de la propensión al descaro o la tontería.
Besar bebés y apapachar viejitos
En uno de esos extraños giros que tiene la historia, ahora que se tiene a la mano una cantidad enorme de herramientas para difundir un mensaje, la clase política ha renunciado a las ideas, en el imperio de la imagen se rinde, con miedo, ante la posibilidad de que su público, los electores, no entiendan lo que quieren decir, lo que ofrecen.
Los equipos de campaña saben que es necesario sintetizar un mensaje para lograr su viralidad en las redes sociales, pero en vez de aprovechar esa condición para pulir una idea, establecer una agenda, mostrar que conocen las necesidades de la comunidad, hablar de derechos de tercera generación, educar a su electorado, se rinden ante la chabacanería, se vuelven sensibleros, y adoptan como estrategia lo peor de las redes. Por eso están de vuelta las fotos donde los candidatos besan bebés o apapachan viejitos.
Ésas son imágenes que nadie se cree ya y sin embargo…
Imágenes sórdidas, palabras malditas
Enamorados de su imagen, de repetirse ante el espejo que son unos chingones y merecen ganar, seducidos por la fotografía que los muestra como lo que quieren ser y no como lo que son, los candidatos no se detienen a preguntarse cuál es el secreto del éxito en las redes sociales, verían que no hay tal, que las figuras públicas que logran cierta penetración, que hicieron una campaña ganadora, lo hicieron gracias a que no se inventaron una personalidad sino que se mostraron como son; la notoriedad positiva que consiguieron no fue por darse baños de pueblo y subir la foto a Instagram, ni por tuitear estúpidos mensajes de superación personal, o por mostrarse en Facebook como candidatos “buena onda”; extrañamente, en esos casos, la honestidad sí pagaba.
Regreso a Paz, dice que esas palabras malditas sólo se pronuncian cuando no somos dueños de nosotros mismos, es el mismo caso al igual que esas imágenes sórdidas donde se muestra a los candidatos ridículamente empáticos con una realidad a la que no pertenecen, de la que no serán.
No van a aprender, tampoco el público está muy interesado en enseñarle, lo más que se le ocurre al electorado, al menos en redes sociales, es dejarse obscurecer el ánimo y organizar una mega mentada, virtual, por supuesto.
@aldan