Por Rodolfo Popoca Perches
Mis inicios en los medios de comunicación, concretamente con la radio, están íntimamente ligados con la música de The Doors y nada me hace dudar de que esta relación es, sin objeción, indisoluble. Pues bien, el asunto es que cuando inicié, más de manera casual que con una intención definida, a hacer mis primeros intentos en la radio, fue precisamente con un programa de este grupo del sur de California.
Te lo platico rápidamente, el 21 de julio de 1984, era sábado, lo recuerdo con una claridad que no deja de sorprenderme, coincidí en una reunión familiar con el señor José Dávila (q.e.p.d.), fundador de la radio cultural en Aguascalientes, él era esposo de la señora Angélica Pérez Gaona, hermana de una prima política mía, así que era frecuente encontrarme con él en algunas reuniones, pero en esta ocasión, estando en el mismo grupo de conversación, inevitablemente afloró el tema de la música, recuerdo que mi papá y él hablaban de música clásica, y en algún momento, el señor Dávila me preguntó que si a mí me gustaba la música, y me apresuré a decir que no sólo me gustaba, sino que era una de mis pasiones. Y así en medio de una charla amena la reunión se hizo vieja hasta que llegó el momento de despedirnos, antes de decir “buenas noches” el señor Dávila me preguntó si me interesaba hacer algo en la radio, finalmente él era el director de Radio Casa de la Cultura y algo saldría, y a mí casi se me atropellan las palabras para decir que por supuesto, que estaba muy interesado, recuerdo que me dijo, te espero el lunes a las 4 de la tarde, llevas un guión, y yo, aparentando un seguridad que definitivamente no sentía, le dije, “claro señor Dávila, ahí nos vemos”, esa noche, ya estando solo y en la quietud de mi cama, me quedé pensando “¿…y qué rayos es un guión?” Pero bueno, como el tema central del Banquete de los Pordioseros de este viernes no es la anécdota de cómo fueron mis inicios en la radio y qué sucedió en aquel “casting”, ahí le paro y dejo la historia para otra ocasión, posiblemente la retome para el 23 de julio, o el viernes más cercano a esta fecha, por ser el aniversario de la primera vez que tuve la oportunidad de hacer una grabación para radio, el asunto es que fueron los Doors el tema de aquel primer guión, o intento de guión que escribí en mi vida. Recuerdo que lo iniciaba recitando las palabras con las que Jim Morrison termina su enorme poema The End incluido en el primer disco de The Doors en el año de 1967, justamente en lo que hoy recordamos como “el verano del amor”: “Éste es el fin, hermosa amiga, el fin. Éste es el fin, mi única amiga, el fin. Me duele dejarte libre, pero sé que nunca me seguirás. Es el fin de las risas y las dulces mentiras, es el fin de las noches en que procuramos morir. Éste es el fin”.
Desde la primera vez que escuché a Los Doors me llamó enormemente la atención el teclado de Manzarek, con ese sonido tan característico y original, nadie, definitivamente nadie toca como él, nadie puede reproducir ese sonido, tan barroco, pero psicodélico al mismo tiempo, tan rústico pero tan ambicioso y contemporáneo, de hecho recuerdo que la primera vez que vi a The Doors tocando en un video en la televisión, me llamó la atención lo arcaico de su teclado, pero más llamó mi atención la forma de tocar de Ray Manzarek, como sabemos, los Doors no tienen bajista, usaron alguno como músico de sesión para la grabación de dos de sus discos: The Soft Parade, cuyo sonido traiciona un poco la fuerza de sus dos primeras producciones pero mantiene la contundencia poética de Morrison, y el disco L.A. Woman, que se constituyó en el canto del cisne del Rey Lagarto, así que Manzarek se encargaba del bajo con su mano izquierda sobre el teclado, mientras que la derecha hacía cosas maravillosas creando líneas melódicas impresionantes. Sin duda, y sin ánimos de demeritar el toque jazzístico que imprimía a sus tambores John Densmore y la citaresca forma de tocar la guitarra de Robby Krieger, creo, salvo tu mejor opinión que Ray Manzarek era el alma musical del grupo. Fue él, Ray Manzarek quien insistió a Jim Morrison para que le cantara alguna de sus composiciones, mientras ambos fabricaban sueños en las playas californianas de Venice en el lejano 1966. Fue después de que Morrison, con los ojos cerrados, más por timidez que por inspiración, entonó las primeras palabras de Moonlight Drive, y fue Manzarek quien después de escucharlo le dijo: “es maravilloso Jim, construyamos el mito”.
Ahí, justo en ese momento, nacieron The Doors, uno de los grupos que a pesar de sus pocos años de vigencia, han sido una de las propuestas más influyentes en la historia del rock. Un cuarteto que nació, creció, se desarrolló y murió en medio de una generación que proponía la paz, mientras ellos, The Doors, proponían el caos. Mientras que Jimi Hendrix decía “Cuando el poder del amor supere al amor por el poder, el mundo conocerá la paz”, los Doors gritaban, en la voz de Jim Morrison: We want the World and we want it now! (¡Queremos al mundo y lo queremos ahora!).
Por coincidencia, algunos de los más grandes tecladistas del rock se han marchado recientemente, hace algunos años se fue Richard Wright de Pink Floyd, no hace mucho se nos adelantó Jon Lord de Deep Purple y ahora es Ray Manzarek de The Doors, la nómina de los monstruos sagrados del rock que quedan vivos se adelgaza drásticamente, lo preocupante, para quienes nos gusta el rock, es que, salvo honrosas excepciones, las nuevas generaciones no tienen mucho qué decir. ¿Qué sucederá con la música cuando el último de los grandes se convierta en ciudadano de la eternidad?
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