Con la conformación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), se ha generado un intenso debate sobre la evaluación de los maestros, los estudiantes y sus repercusiones en la mejora de la calidad. Independientemente a que el argumento a favor o en contra de la evaluación tenga un sustento riguroso, es fundamental preguntarse lo siguiente: ¿existirá una mediocridad instalada como acuerdo implícito entre docentes y alumnos en México?
Actualmente la calidad se mide a través del aprendizaje de los alumnos. Entonces, las evaluaciones se convierten en ese parámetro que alinea lo que todos los estudiantes debiesen aprender, y todos los profesores debiesen enseñar. Críticas hay muchas. La principal reside en el mecanismo conductista de premio/castigo que existe detrás de esta lógica (de hecho en este espacio se escribió algo al respecto).
Ahora bien, supongamos que sí hay una mediocridad instalada, entonces, ¿qué hacer?… ¿Qué hacer cuando no hay muestra de mejora?… ¿Qué hacer cuando la rendición de cuentas en el área magisterial es prácticamente nula?
La evaluación educativa puede que no signifique la panacea, pero sí es un instrumento válido de rendición de cuentas. Lo importante es tener bien claro qué y para qué se está evaluando. Repito, la estandarización no es el eje, tan sólo es un instrumento. Otros factores como la familia, la propia escuela, el grupo de clase y el capital social creado por el Estado son factores que complementan a la estandarización y su aporte sin duda incidirá en la mejora.
A raíz del surgimiento de las evaluaciones estandarizadas existe cierto consenso que en educación todos los logros de política se deben reflejar en mejoras en el aprendizaje. Recetas sobran: reducción de alumnos por aula, mejora de los conocimientos del profesor, fomento a las competencias básicas, programas dirigidos al alumno, mayor participación de los padres de familia, la privatización de la enseñanza, la desaparición de los sindicatos y el aumento de jornadas escolares. Todas son propuestas que han abordado a la discusión y sus resultados son tan marginales que no permiten validar la existencia de un recetario.
Además, según la diversidad de experiencias, la mejora en la calidad educativa es algo muy complejo, que va más allá de ideologías o sistemas políticos. A manera de ejemplo, ¿cómo interpretar el éxito de los cubanos? Según la investigación de Carnoy (2010), en este país un estudiante de bajos recursos tiene mayor posibilidad de aprender más y mejor que un estudiante de ingreso medio de un país en vías de desarrollo como el nuestro. ¿Hace falta generar un contexto social como el de Cuba? No, ésa no creo que sea la respuesta.
A lo que quiero llegar es a un punto escéptico. No hay respuestas. Es muy difícil esperar que al evaluar a maestros y a alumnos la calidad mejore. La evidencia que arroje la evaluación será importante para analizar la formación docente y su incidencia en la enseñanza, no más. La calidad y mejora en el aprendizaje no depende de la evaluación, ni tiene recetas ni ideologías. Factores familiares, escolares y políticos inciden en este sistema y lo hacen más difícil de entender de lo que se cree.
Para cerrar. Mientras se discute la evaluación y las recetas, lo único que no podemos olvidar es que es el Estado, y nadie más que el Estado, esa instancia rectora de nuestro sistema educativo.
Referencia. Carnoy, Martín (2010). La ventaja académica de Cuba. ¿Por qué los estudiantes cubanos rinden más? Fondo de Cultura Económica, México D.F.
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