Después de la Reforma Laboral, la Reforma Educativa y la Reforma en Telecomunicaciones, ya se habla de una Reforma Fiscal. Que si un IVA generalizado, que si un aumento al ISR, que si alcanza para una seguridad social universal. Todas son cuestiones fundamentales que circundan a esta reforma.
Para esta entrega, discutiré la opción de una reforma fiscal con perspectiva de formación de capital humano, en especial en el nivel de educación superior.
Los ciclos económicos son determinantes en la decisión de los individuos para invertir en educación. No sólo eso. También son determinantes en las decisiones de política orientadas a la oferta educativa de universidades e institutos tecnológicos. Los países de altos ingresos suelen reaccionar con una mayor inversión en capital humano durante periodos de recesión. Los países de bajos ingresos suelen hacer todo lo contrario.
Un diseño de reforma fiscal que considere los ciclos económicos y su incidencia en la formación de capital humano es determinante. Si continuamos con políticas pro-cíclicas, la desigualdad de acceso a la educación superior se reflejará en una fuerza de trabajo menos escolarizada que perdurará por más de una generación. El problema no está tan sólo en resolver el presente. El problema también nos obliga a pensar en la formación de capacidades para enfrentar el futuro. Por ende, la educación superior no puede ser excluida del debate fiscal.
Ahora bien, en términos de recursos, ¿quién se tiene que hacer cargo de contribuir, y en qué medida, al desarrollo de la educación superior? En primer lugar, nosotros, los ciudadanos. No obstante, la medida debe priorizar la progresividad; esto es, que quien cuenta con mayores ingresos, proporcionalmente pague más que aquellas personas que viven en desventaja socioeconómica.
La evidencia es clara, es más progresivo cobrar impuestos que afecten directamente sobre la riqueza de las personas (ISR), que cobrar sobre el consumo, como sería el caso de un IVA generalizado. Recordemos que existen bienes de primera necesidad que son más consumidos por las familias más desfavorecidas y que por lo tanto gastan una mayor parte de su ingreso en estos bienes. La apuesta por la formación de capital humano avanzado requiere de un diseño de obtención de recursos justo y equitativo.
Pero no basta con mayor oferta y calidad de educación superior. A como están las cosas, lo anterior conllevaría un beneficio a las personas equivocadas, que son aquéllas que per se tienen más oportunidades. Es por esto que es importante un diseño integral. Para que exista un acceso a la educación superior sin distinciones, es necesario que todos, desde su nacimiento, cuenten con las mismas oportunidades. El ideal es que la formación de preescolar, primaria, secundaria y bachillerato sea de alta calidad y que el factor socioeconómico deje de incidir en la disparidad de la enseñanza y los logros educativos (más de 12 años de escolaridad).
Para una educación superior como la que necesitamos, es lógico preguntarse: ¿cómo hacer para que todos paguen impuestos y así contribuyan? La pregunta tiene una respuesta, más que empírica, intuitiva. Pagará impuestos aquel ciudadano que comience a recibir un beneficio social real, que perciba una sociedad igualitaria, que deje de observar homicidios, que poco a poco se le olvide la palabra corrupción, que pueda brindar a su familias oportunidades que quizá nunca tuvo. El ciudadano se hará cómplice del Estado si y sólo si el accionar gubernamental se legitima a través de una provisión de bienes públicos justa. Convencer al ciudadano va más allá de una simple receta tecnocrática.