Por Alejandro Sandoval
Bajo estos arcos, en estos patios donde los jóvenes, niños y niñas, maestros de la Casa de la Cultura, fincábamos a partir del canto, de la danza, de la palabra, nuestra identidad con los aires, atardeceres, con las calles, con los oficios de nuestra ciudad, fincábamos la identidad con nuestra gente, con nosotros mismos, el Ferial de Aguascalientes
Es imposible abarcar la vida, obra y personalidad de mi padre en pocas palabras, hombre de tierra adentro como a él le gustaba reafirmarse, fue haciéndose asimismo a mano y de la mano de otros hombres y mujeres que compartieron sus anhelos sus espacios, sus encuentros.
Hablar de Víctor Sandoval es hablar de Salvador Gallardo Dávalos, de Desiderio Macías Silva, de Ladislao Juárez y de muchos más que con él, asumieron en el trabajo cultural el mejor derrotero sus vidas y trataron de inculcar esa visión en la gente buena de la ciudad.
Aquí quiero hacer una especial reflexión hacia María de los Ángeles, la Maestra Gelos para muchos aguascalentenses, la bíblica palabra esposa es insuficiente para aprender, para comprender lo que esta mujer significó en las obras y en la vida de Víctor Sandoval; para don Víctor, como le decíamos sus amigos cercanos y su familia, como aquella mujer, mi madre también le decía.
Pero más en lo entrañable quiero hablarles de su sentido del humor suave y agudo como su mirada, cuando hablaba de poesía u observaba obra plástica que lo conmovía.
Siempre tenía la broma amable, el comentario divertido, irónico que buscaba aligerar las durezas de la vida.
Era un hombre de cultura, más allá de la erudición le gustaba citar poemas, pero no como jactancia de un ejercicio, sino para conmover a quienes compartían la charla y para conmoverse asimismo; no era extraño ver sus ojos humedecidos cuando hablaba de sus autores tutelares o sentía nostalgia por algunos sitios.
En comunión con su sensibilidad, una de las enseñanzas que nos deja, es la diaria participación en los sucesos de una vibrante realidad, nunca dejó de estar al tanto de lo que sucedía en nuestro mundo y hablarlo con quienes lo rodeábamos y de tener una opinión personal, a veces sorprendente.
Por supuesto, sus ilusiones estuvieron siempre al lado de los desposeídos y ésta es una enseñanza de mi padre:
Hacer de la política un instrumento para engrandecer la cultura, para vincularla orgánicamente a quienes deben ser sus destinatarios, la política al servicio de la diversidad y el desarrollo cultural.
Reasumir uno de los dones más esenciales de la política, situarse diametralmente opuesta la guerra a la violencia a todo aquello que nos enajena y nos hace sentir inhumanos.
Sí, a mi padre le gustaba reconocerse como poeta y promotor cultural, dualidad inseparable, pero también asumía que sabía hacer política, le gustaba hacer política y construyó una manera de hacer política, poniéndola al servicio de aquello que nos hace más humanos: la sensibilidad.
Hombre de letras y de libros que también tenía profunda vocación por lo que él llamaba mística de servicio, es esa ruta de apropiarse del servicio público lo que nos llevó a articular una frase que él se entusiasmaba: un proyecto de nación es un proyecto cultural. En los días que vive el país estas palabras cobran una reciedumbre insospechada.
Construyó un modo de hacer el trabajo cultural con absoluto respeto hacia quienes tenían sus raíces en otras calles y bajo otros cielos.
Amigas y amigos, no estemos de luto, eso no iría con la forma de ser y hacer de mi padre, celebremos la vida, la cultura con nuestros poetas, pintores, músicos, teatreros y bailarines, que como colectividad aprendimos con él a hacerlos más nuestros.
No hay despedida posible.
Gracias.
Foto: Gilberto Barrón