Palmaditas y apapachos / Envoltorio de papaya - LJA Aguascalientes
16/11/2024

Estrellita en la frente

Felicidades por usar el cinturón de seguridad, me despide con una sonrisa la muchacha que me acaba de pedir que sople para verificar que no conduzco en estado de ebriedad. Como el pueblo celebra su feriecita incrementaron el número de retenes, en un solo día me tocó que me detuvieran los del alcoholímetro en tres ocasiones. Ya se sabe: por un lado, se le intenta otorgar categoría de internacional al festejo presumiendo que somos el pequeño gigante en materia de venta y consumo de cerveza (¡puedes beber en la calle!, nunca falta quien agrega emocionado) y al mismo tiempo las autoridades se desviven en declaraciones que enaltecen todas las acciones que se toman por nuestra seguridad (sí, lo hacen por nosotros, dicen) aumentando el número de bloqueos y así evitar una irresponsabilidad.

Las tres ocasiones en que fui detenido por el alcoholímetro, no me dejó de llamar la atención el exceso de amabilidad, el tono empalagoso, en que me pidieron que soplara sobre el aparatito, mira aquí sobre la palma de mi mano, me dijo una muchacha con bata blanca, casi disculpándose. Tras unos segundos, me mostraban el resultado de la pantalla, me agradecían que no hubiera bebido y me dejaban ir. La última de las veces fue cuando me dieron la palmadita verbal por usar el cinturón de seguridad, la primera reacción fue la de permitir que el orgullo inflara mi pecho: sí, así es, soy un conductor responsable, iba a decirle a la muchacha y pedirle que me colocara una estrellita en la frente por mi buen comportamiento, después de tres veces, consideré en ese momento, era lo menos que podía esperar. Afortunadamente, no me dio tiempo de avergonzarme a mí mismo porque un policía me apuró a avanzar.

Escribo “avergonzarme” porque de haber solicitado mi estrellita, hubiera caído en ese comportamiento, tan común estos días, de pedir un reconocimiento por el simple hecho de cumplir mi parte del contrato, conducta que en todos los ámbitos y más allá de la necesidad de reconocimiento, no es más que una concesión que le hacemos a la mediocridad. Exaltamos lo que debiera ser la norma en un oscuro afán de que el día de mañana se nos premie por hacer lo mínimo indispensable, también para que en el futuro, nuestras faltas sean observadas bajo el escrutinio benevolente de quienes saben lo difícil que es cumplir con una responsabilidad, del tamaño que sea, de quien nos brinda la cortesía de la justificación ante nuestra incapacidad. El refrán lo dice mejor: desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los…

Es un ejemplo mínimo, lo entiendo, en el reglamento de tránsito se establece que es mi obligación, al conducir, utilizar el cinturón de seguridad (“y hacer que los pasajeros hagan lo mismo”, dice la fracción X del Artículo 44), pero me felicitan porque tan sólo en el primer trimestre del año, el municipio ha aplicado mil 200 sanciones por esa falta, y el año pasado se penalizó a más de cinco mil conductores. ¿Es tan difícil cruzar el cinto sobre el pecho? No, pero se invierten miles de pesos en campañas en recordárnoslo, peor todavía, se nos perdona cuando se nos olvida, porque a pesar de que es nuestro beneficio, hemos acostumbrado a la autoridad a que no nos levante la voz, pues podemos reclamar de inmediato maltrato, persecución, que se lesiona nuestro derecho… lo que usted quiera; innecesario recordar los múltiples ejemplos que corren en las redes sociales de videos en que es posible atestiguar a un “famoso” perder la compostura porque un naco le recuerda que está obligado a cumplir la ley, incluso en su propio beneficio.

 

Entre mediocres te veas

Digo que es una concesión a la mediocridad, porque la búsqueda de ese reconocimiento lo puede llevar a otros ámbitos y la conducta siempre es la misma: premiar el cumplimiento de la norma; desde quien pide que se le galardone su puntualidad porque todos los días llega “temprano” a su trabajo, es decir, a la hora que establece su contrato, hasta quien ante una falta cometida suele emplear el vulgar: pero los demás también lo hacen. De lo que verdaderamente se trata esa persecución del premio es de acumular puntos para sustentar la justificación en el futuro.

Concesión a la mediocridad que nos impide comportarnos como adultos, como ciudadanos, aceptando todas las obligaciones y derechos que corresponden a la convivencia en las calles, aulas, trabajo…


Reitero que es un ejemplo mínimo lo del cinturón de seguridad y que se puede llevar a otros ámbitos para dimensionar su absurdo, basta repasar algunos de los “argumentos” con que sazonamos nuestras quejas contra la autoridad, cómo al justificarnos hacemos a un lado la necesidad de argumentar para así pasar como las pobres víctimas.

Uno de esas “evidencias” que están de moda en el pueblo, es calificar a cualquier medida de la autoridad como recaudatoria… con eso basta, ha llegado a rango de insulto, diga que está en contra de una disposición por su espíritu recaudatorio y voilà! No es necesario más, ya se tienen los pelos de la burra en la mano. Atrás queda si uno violó o no la ley, de hecho es lo que menos importa, la atención se fija en el espíritu malévolo que distingue a los gobiernos porque quiere obtener dinero a costa de nuestras faltas.

 

Estas ruinas que ves

En la peor pesadilla del revolucionario a toda costa (esa especie de buenpedista al que nunca le faltan causas a las cuales sumarse, desde el rescate de una especie en extinción hasta una manifestación punk en Budapest) todos hacemos lo que nos corresponde hacer, no más, no menos. Se cumple el contrato social en todos los ámbitos. Esa utopía debe hacer que su Che Guevara interno sude horrores, ¿de qué podría quejarse?, ¿de qué podría inconformarse? La realidad le otorga millones de ejemplos para saber que eso es casi imposible que ocurra, pero si por alguna extraña razón nos acercáramos a ese modelo de convivencia, ya tiene su argumento: sociedad robotizada.

Lo dudo, dejar de pedir la estrellita en la frente por lo que nos corresponde hacer, es crecer y abrirse a la posibilidad de discutir, de dialogar, intercambiar argumentos; porque implica que hemos sido capaces de discutir las reglas de convivencia, de revisar nuestro contrato con los otros: si algo no me gusta, si algo me daña, se revisa, se discute y se modifica, se llega a un acuerdo; no se trata de acatar la instrucción.

En mi pesadilla, conducimos sobre las ruinas de una ciudad en la que los conductores siempre encontramos la forma de evadir los controles, pero traemos una estrellita en la frente.

 

Coda obligada

Agradezco encarecidamente la lectura y comentario del anterior envoltorio a Socorro Ramírez O. y Netzahualcóyotl Aguilera R. E. Sé que no me esperan a la salida de La Jornada Aguascalientes con la piedra en la mano por usar una serie de calificativos en contra de este pueblo, sé también que no coincidimos, pero ahí está la riqueza. Muchas gracias.

@aldan


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Edilberto Aldán
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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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