No se pongan tristes, repetía la instructora. A los que no mencione, no se vayan a poner tristes. Una decena de niños esperaba el resultado de su examen de Taekwondo. Todos habían aprobado. Sin embargo, la instructora decidió hacer algunas menciones especiales antes de entregar las cintas anaranjadas. Los niños, sin la información completa, entendieron mal el mensaje. Supusieron que algunos no habían obtenido la cinta. El fracaso sugerido los hizo llorar. Al final todo quedó aclarado. Todos volvieron a ser felices.
El número inicial en el circo involucra a 10 tigres y un domador. Los tigres suben a unos banquitos, caminan sobre pequeños peldaños, brincan a través de un aro en llamas. El domador hace restallar un látigo y ellos ejecutan el acto sin mayores problemas. Cuando le preguntamos a los niños qué les pareció, uno responde que es horrible, que en los circos maltratan a los animales, que eso está mal. Conforme avanza la función, el ambiente se relaja, los acróbatas chinos devuelven la sonrisa a los niños; el antipodista mexicano y los payasos obtienen sonoros aplausos. Camellos, dromedarios, caballos, cebras y jirafas dan vueltas sin parar en la pista; sin embargo no logran nunca emocionar al público como lo hacen los malabares, las acrobacias y los chistes ejecutados por personas.
Estamos en la terraza del restaurante, el último tío adicto a la nicotina obtuvo el favor de la familia. Además así estamos más cerca de los juegos infantiles. Sobrinos y nietos van y vienen, corren y medio comen, mientras los adultos tomamos cerveza, conversamos y practicamos un suave bullying en contra del recalcitrante fumador. Los niños comienzan a angustiarse, el tío puede morir, y el alcohol es malo. La angustia invade a los más pequeños, no deberíamos fumar, no deberíamos tomar, “eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”.
Yo haré a mis hijos vegetarianos y responsables, dice el flamante vegetariano y responsable, obviamente. A mí me ha ido muy bien así, continúa. Desterraré de mi hogar la comida chatarra, no más refrescos, papitas, nachos, comida enlatada, transgénicos, chile, yema de huevo, manteca, margarinas. Sigue y sigue. Destruirá McDonlad‘s, aplastará a la Nike y salvará focas en Canadá. En unos pocos meses, sus pequeños son ya el non plus ultra del respeto por los animales, la ecología, la agricultura sustentable, las cooperativas y la leche de soya. También se han constituido en feroces guardianes de las creencias de su padre. Denuncian a quien come Ruffles, acusan a quien no recicla la botella del agua, señalan a quien osa comprar una pila.
No se equivocó la maestra de Taekwondo. Olvidó por un momento que estaba frente a niños que desconocían la existencia de las menciones al desempeño. Exigió a sus escuchas interpretaciones que ellos no estaban preparados para elaborar. Ella hablaba en “adulto”, ellos oían en “niño”. Ella introdujo la frustración como tema, y, por unos momentos, frustró a sus aprendices. Insinuó la posibilidad de fracaso, y ellos fracasaron unos minutos. No se equivocan los bienintencionados enemigos de los circos; maltratar animales no puede ser aplaudido. Pero filtran en los niños las conclusiones de sus reflexiones de adultos; los niños no han evaluado, considerado, sopesado, ellos quieren ver al tigre, al león y hasta el dinosaurio. Tampoco se equivocan los padres que comentan con sus hijos los perjuicios que provoca el cigarro y los riesgos que implica el consumo de alcohol, no obstante olvidan que ellos lo saben gracias a los años y no a partir de juicios sumarios a los intangibles “fumadores” y “borrachos”. El neovegetariano, o vegano nivel cinco (esos que no comen nada que produzca sombra), o neoecologista, anticapital-imperio-starbucks-cocacola-muera-eeuu-ista seguramente no se equivoca, aunque algo ligeramente perverso provoca en sus hijos cuando los convierte en policías de problemas que no entienden, que son sólo para adultos.
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