El pasado 8 de abril, a los 87 años de edad, murió la británica Margaret Thatcher, quien fuera Primera Ministra de Inglaterra de 1979 a 1990; su fallecimiento ha sido ocasión para avivar el debate político y económico del llamado modelo neoliberal.
Los simpatizantes de la obra de Thatcher han permanecido en la manifestación silenciosa y en el sentido tributo del recuerdo; los detractores del “Thatcherismo” han salido a las calles para manifestar alegría por su muerte, y el rechazo a las políticas neoliberales aplicadas durante su gobierno.
“Ex mineros, activistas de extrema izquierda, estudiantes, opositores y críticos de la ex primera ministra Margaret Thatcher, se reunieron el sábado por la noche y hasta las primeras horas del domingo en la céntrica plaza londinense de Trafalgar para celebrar la muerte de la ex primera ministra británica, ocurrida el pasado día 8” (LJ, lunes 15 de abril).
Es oportuno considerar algunas perspectivas que sería útil tener en cuenta cuando hablamos o rechazamos las llamadas políticas neoliberales que llevan a cabo muchos gobiernos de países, calificados de izquierda o de derecha; en el estudio de la realidad que viven muchas naciones, frecuentemente se pasan por alto algunas perspectivas que pueden dar una mejor visión de los problemas, y, a su vez, permitirían, tal vez, mejores soluciones. Para ello es provechoso el dejar a un lado los extremismos de la mera calificación del “estar con el pueblo o en contra del pueblo”.
Recurro a una cita, de las muchas expresiones que podemos encontrar en la red en los días posteriores al fallecimiento de Thatcher, que nos puede dar una idea de esta reflexión, ya que muestra elementos que coinciden con otras muchas apreciaciones sobre el momento de la crisis; las diferencias de opinión se dan, posteriormente, en el momento en que se toman las alternativas para la solución de los problemas de la crisis. Y son diferencias porque la corrección de los desequilibrios que llevan a las crisis, afecta a grupos de la sociedad, que son los que reaccionan, comprensiblemente, contra las medidas tomadas por los gobernantes.
La siguiente cita es del político colombiano Juan Manuel Ospina: “A comienzos de los años setenta Inglaterra estaba derrotada, arrinconada y humillada. Vivía una situación tal que permitiría estudiar cómo un país puede pasar del desarrollo al subdesarrollo. ¡El otrora gran imperio sometido a un programa de ajuste del FMI, como cualquier país del subdesarrollo! Inflación, déficit fiscal, descrédito de partidos y políticos, industria estancada, minería en crisis, servicios públicos en caída libre. Las huelgas eran el pan de cada día. La confianza nacional y la autoestima ciudadana por el suelo. Un escenario propio del subdesarrollo. Aparece entonces una estrella conservadora en ascenso, Margaret Thatcher que llega al 10 Downing Street, como primera ministro.” (Réquiem por el neoliberalismo, elespectador.com).
El panorama expuesto por Ospina es al que llegaron los dos gobiernos laboristas anteriores, Harold Wilson en su segunda ocasión, 1974-1976, y James Callaghan, 1976-1979. Pareciera el escenario, también, al que llegó el gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero en España, o al que llegó primero el gobierno conservador de Grecia con Kostas Karamanlis, Primer Ministro de 2004-2009, y después el socialista Yorgos Papandreu, 2009-2011.
Bajo este panorama, tendríamos que ponderar si las crisis son propias de una corriente de pensamiento político o de la otra, o son determinadas condiciones de la economía que se presentan y que todavía no han podido ser previstas y remediadas por el gobierno de cualquier signo político. No obstante, la reflexión ahora la enfoco al punto de cómo son los antecedentes de las crisis, y cuáles son las alternativas de solución.
De ahí la necesidad de dejar a un lado –hasta cierto punto y relativamente, porque el estudio de fondo no puede dejar de considerarlo- la característica ideológica de los partidos políticos que están en el gobierno, para pasar a la circunstancia de los dos momentos de las crisis de los países, llámense Inglaterra, España, Grecia, Unión Europea, o, ahora, Estados Unidos de América con su todavía no resuelto “precipicio fiscal”. En el primer momento encontramos la aplicación de determinadas políticas que llevan la inercia y la tendencia al desequilibrio, el cual, tarde o temprano, desemboca en el segundo momento, que es el de la crisis propiamente dicha.
Es así que no podemos, simplemente, rechazar o descalificar los recursos de solución –por desatinados que puedan ser en su aplicación o que los gobernantes no los sepan instrumentar con el delicado sentido social para los sectores vulnerables de la sociedad-, porque, entonces, estaríamos confundiendo causas con soluciones. En otras palabras, permítaseme una no muy acertada comparación, pero que ayudaría a la visualización de la crisis: primero la fiesta con exceso, y, después, la cruda realidad (los partidos políticos, en general, recurren frecuentemente, a los excesos de “beneficios sociales”, sin resolver de fondo los problemas; y, de esta forma y al cabo de los años, llegan a causar problemas a sus ciudadanos).
Las políticas que desarrolló Thatcher en su gobierno tuvieron la finalidad de remediar las circunstancias en que recibió el país en 1979, como fue el déficit fiscal, la deuda excesiva, la sobre regulación en la economía, la desincorporación de empresas públicas y servicios, la reducción de impuestos, etcétera. Sin embargo, padeció el efecto de las inercias gubernamentales: lo que en un principio es el remedio, después, cuando ya deben cambiar de políticas de desarrollo, mantienen las que resolvieron las crisis –que son extraordinarias y excepcionales-, y no aplican las que pueden llamarse normales. Lo que hoy llamamos, por lo tanto, políticas “neoliberales” son alternativas, hasta cierto punto necesarias, para solucionar las crisis.
Es por ello que la terminación del gobierno de Margaret Thatcher se vio empañado por el repudio y el cansancio de la sociedad. La recuperación de los equilibrios financieros no deben dejar en el desamparo a los sectores vulnerables de la sociedad.