- Cascada de mentadas de madre, cuando una niña resucitó a Artemio Cruz
- Hay un hilo invisible que nos relaciona a todos: plantas, pájaros, personas
Lo sorpresivo se produjo cuando en el Maratón de Lectura del Día Mundial del Libro, una niña de unos nueve años, que tal vez omitió su nombre a propósito, leyó un fragmento de la novela La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, y liberó una cascada de mentadas de madre, como si se recorriera otra vez la película de la vida del revolucionario.
“Tú la pronunciarás, es tu palabra, y tu palabra es la mía; palabra de honor, palabra de hombre, palabra de rueda, palabra de molino; imprecación, propósito…”
Y luego, más adelante: “Blasón de la raza, salvavida de los límites, resumen de la historia, santo y seña de México; tu palabra:
“Chingue su madre, hijo de la chingada, aquí estamos los meros chingones, déjate de chingaderas, ahorita me lo chingo; ándale, chingaquedito; no te dejes chingar, me chingué a esa vieja, chinga tú, chingue usted; chinga bien, sin ver a quién; a chingar se ha dicho…”.
Exquisito momento, sin embargo, porque finalmente es la palabra de la cultura, es la palabra del libro; no sólo es la palabra de Artemio Cruz, sino también la de su creador, Carlos Fuentes. “Es la palabra del libro que nos hace soñar y volar con la imaginación, llevándonos a lo impensado, lo distinto, lo importante… Lo mejor”, diría una de las presentadoras del niño Fabián Cardona y la niña Frida Romero, que leyeron fragmentos de otros libros.
Esto ocurrió en la primera parte de ese Maratón de Lectura que se llevó a cabo, no en el Centro de Investigación y Estudios Literarios (CIELA), sino en la Casa de la Cultura, donde Frida nos platicó del libro Leyendas mayas:
“El cocal es el nombre que dan los mayas a las luciérnagas… El chilám, un curandero del Mayab, aplicaba una piedra verde y susurraba algo a sus pacientes y los curaba de todo… Una mañana se acostó a descansar en el bosque y se soltó un aguacero, él corrió y se le salió del bolsillo su piedra verde… Pidió ayuda a los animales del bosque para encontrarla… Participaron el venado, la liebre. El cocal, un insecto muy empeñoso buscó la piedra pero la encontró primero el venado, le pareció tan bonita que no la quiso compartir con nadie y se la tragó…”.
Fabián leyó un fragmento de La gaviota de Juan García Ponce: “La gaviota lo siguió… El muchacho de los blancos pantalones… Y la muchacha con su largo short y de piernas largas… De pronto, el vacío luminoso del cielo”.
El grupo Árbol de Letra Luz presentó al niño Everardo y a las niñas Violeta, Sofía y Jimena, y el presentador agradeció la participación de los padres de familia; uno de ellos –Antonio Zapata Cabral- aplaudiría entusiasta las lecturas de sus hijos; se citó la Sala de Lectura, en el barrio de Haciendas de Aguascalientes y se explicó las bondades de “las letras de luz”.
Everardo leyó algo de La colina de los muertos “y otras historias que cuentan de miedo… Cuando descubrió que había una relación entre las plantas que las marchitaban… Es que el mundo estaba relacionado por hilos invisibles y lo que le sucede a uno les sucede a los demás [como cuenta Hemingway en Por quién doblan las campanas]… Lo que caminó entonces, de uno a otro extremo del salón, fue el silencio…”.
Siguió Sofía: “…Es como una telaraña y ahí están las plantas de mi mamá… Está enferma, la llevamos al hospital; si no, le va a pasar lo mismo que a las plantas y a los pájaros sin cielo… ‘Lo siento’, dijo una voz desde el fondo del salón, de una niña en un pupitre… Tu abuela dice que se halla cansada, que la dejes ir… Gerardo se secaba las lágrimas con la manga de su camisa… No sólo se refería a la abuela, sino también a las plantas marchitas y a los pájaros sin cielo…” Lo dicho: una delicia.