Intervención de Blanca Rivera Río de Lozano
Cuando escribí estas palabras, tuve que enfrentarme a la hoja en blanco, a ese páramo desierto que invita al desafío, pero en el que fácilmente podemos perdernos en la desolación y la desesperación.
Entonces recordé que el calor intenso de la palabra, lejos de secarnos la piel y las entrañas, es una savia que debemos dejar correr por nuestra imaginación y nuestros dedos, para describir el universo con la fuerza de los sentimientos y pensamientos de nuestro interior.
Imaginé al maestro Víctor Sandoval sentado frente a una hoja en blanco meditando cada idea, metáfora e imagen que darían forma a un verso y a un poema con los que cantaría a la vida, a la muerte, al amor, a la luz y a la oscuridad, porque a veces “hay que pisar el silencio” si se quiere tocar, por lo menos, los hombros de la inspiración en una noche de frío y soledad.
En don Víctor la palabra era fecunda. Ella se entregaba a él de manera incondicional, sin resistencias ni ambigüedades, para ofrecernos su Fraguas convertido en transfiguración luminosa que anuncia imágenes y recuerdos de un lugar más antiguo que el tiempo, que en todas partes y en ninguna parte.
A Víctor Sandoval se le recordará como un poeta que murmuró una “oración de tierra y viento”, pero principalmente como el gran promotor cultural del siglo XX en México, que hizo realidad el sueño de convertir a la cultura en patrimonio de todos, para que dejara de ser riqueza de pocos.
Tuve el privilegio de conocer a don Víctor Sandoval desde mi juventud, cuando tuvo la iniciativa de crear la primera Casa de Cultura en el estado de Aguascalientes y en el país, como una semilla que en pocos años germinó, creció y se convirtió en un árbol para cobijar a todo México con su sombra.
Trabajé con Víctor Sandoval y compartí su amistad sincera, afable y generosa que inspiró mi vocación artística.
Mi amigo y maestro fue una guía, inspiración e impulso para captar en las artes plásticas “la ternura, el drama y nuestra contradictoria humanidad”, como él mismo tuvo la gentileza y amabilidad de escribir, en una carpeta de litografías que realicé para un catálogo de grabado, porque compartí con él la idea de que “la belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte”.
Conocer a Víctor Sandoval significaba trazar nuevos caminos para la creación artística y sobre todo, para hacer que la cultura y las artes lleguen a cada rincón de México y de Aguascalientes.
La presencia física de mi maestro y amigo se ha hundido en el sueño cálido de la primavera, pero su legado permanece con nosotros no para contemplarlo, sino para difundirlo y preservarlo como un patrimonio cultural que es de las generaciones presentes y futuras.
Dicen que “cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido, solamente lo que has dado: un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor”.
Don Víctor se ha ido y se ha llevado nuestro agradecimiento, respeto y cariño entre “letanías de trigo” para reunirse con María de los Ángeles, su amiga y compañera, y seguir “preparando el pan de un poema”.
Hasta pronto maestro. Sólo se nos ha adelantado un paso en este camino de versos inconclusos, donde la muerte es apenas el inicio de una métrica más perfecta para la eternidad.
Lloramos su partida, pero nos queda el consuelo de su Fraguas, de esta ciudad a la que vuelve para gustar de los enternecidos frutos que produce su Casa de la Cultura en los niños y jóvenes, y donde “verá crecer la noche en los brazos del viento”.
Gracias por todo maestro Víctor Sandoval. Quienes fuimos sus alumnos, compañeros y amigos, le hemos guardado un nicho en nuestros corazones para “recorrer con usted todos los caminos, los ríos y las tierras áridas, en la flor y el canto que siempre amanecen”.
Foto: Gilberto Barrón