Se reabrió la Monumental aguascalentense para que en su vientre redondo se diera, ante buena entrada, la primera novillada del serial sanmarqueño.
Los ganaderos de Claudio Huerta, tuvieron a bien seleccionar atinadamente un encierro muy bien presentado, rematado y bello que además ofreció excelente lidia. Cinco de los novillos se evaluaron con alta nota y fueron aplaudidos el primero, segundo y sexto, éste siendo gloriado con el halago del arrastre lento.
Ése es el verdadero ganado mexicano; el bravo y noble, que ataca honrando la vieja estirpe de la que procede; lo demás es coba y lisonjas indignas.
Ricardo Frausto (oreja y palmas tras aviso) diáfanamente realizó el toreo clásico, pero su ente emocional lo sacó apagado; fue un pabilo en ocaso frente al relámpago de clase y nobleza del primer hermoso utrero, que en deliciosa forma se desplazó largo por ambos pitacos y al que despachó de buena estocada.
Formidable juego vertió el cuarto; emocionó su fijeza, calidad, raza y nobleza. Muy desnivelado e inconsciente de la materia que tuvo en escena, dio más de lo mismo. Con media estocada terminó el desperdicio y firmó su menos que mediocre paso por la Monumental.
El lucimiento capotero, lo centró Nicolás Gutiérrez (palmas y oreja) en un apretado quite por tafalleras, y el muletero en un trasteo derechista, congraciándose, por momentos solamente, con las bondades de la res, la cual manifestó claridad y prestancia al embestir a las telas. Concluyó el acto teniendo que descabellar tres ocasiones.
El quinto traía lumbre por dentro; exigente y dado a remitir puñaladas, paulatinamente se fue convenciendo y rindiendo a la decisión y temple del chaval, quien pese a su inexperiencia realizó lo correcto técnicamente y pintó momentos de gran interés, además de una buena estocada.
Francas se revelaron las chicuelinas del saludo a Diego Emilio (oreja y dos orejas). El ramo fue prólogo de un regular segundo tercio que cargó en su responsiva. El bovino, con clase en la embestida, reclamaba plantarse cerca de la órbita propia; y así lo hizo el joven, siendo bonificado por palmas en pleitesía a muchos y buenos pases logrados sobre el flanco diestro. Decidido en la ejecución, mató de medio espadazo tendido.
Valiente y bizarramente quitó evocando la suerte de Chicuelo y manando afición clavó banderillas de buena manera. El precioso tres añero fue de bandera; galopando su embestida, se arrancó siempre de largo manteniendo la testa acucharada muy abajo. Eso fue una probada de lo que es el ganado bravo y noble criado honradamente en los páramos aztecas. El joven buscador de glorias, en contexto de su inmadurez natural, realizó un desempeño intenso, mandando el mensaje de la vehemencia que le hierve por ser notado en la profesión de lidiador de reses de casta; y así, a lo largo de la faena, en momentos embarullada, protagonizó fascículos a la altura de la buena suerte que tuvo en el sorteo, matando entregadamente de estocada trasera y tendida.