El propósito primordial de la educación liberal es hacer de nuestra mente un lugar agradable en el cual pasar nuestro tiempo libre.
Sidney J. Harris
Autoridades educativas, profesores, padres de familia y la sociedad en general coinciden en que el actual sistema educativo no está funcionando, y los resultados saltan a la vista, pero no sólo por los exámenes nacionales o internacionales, cuyos resultados nos avergüenzan como país, sino también por las generaciones que están egresando de los diferentes niveles educativos, cada vez peor preparados y con mayores lagunas de aprendizaje, a las que hay que agregar una conducta inmadura. Sin embargo, creo que, además de darnos cuenta de este evidente fracaso, todos intuimos el origen del mismo.
Hasta la fecha, casi toda la culpa, por la baja calidad educativa, se la han llevado los maestros, compartiéndola en menor grado con las familias y, en mucho menor grado, con las autoridades educativas, pero nadie se ha atrevido culpar a los alumnos con su actitud pasiva y poco comprometida, ni a la ideología que se ha enquistado en nuestro sistema educativo y que promueve una educación light y lúdica, que iguala a todos en la mediocridad, despreciando los contenidos, el valor del esfuerzo y la disciplina.
La nueva pedagogía trata a los niños como si fueran indefensas criaturas a las que no se les puede exigir nada que no les agrade, so pena de infringirles un grave trauma que tardarán años en superar; y para que el concepto quede más claro, se encargarán de recordar los terribles métodos de la educación tradicional, negando cualquier logro de la misma, sin considerar que los padres o abuelos de los actuales estudiantes fueron educados así y el resultado no fue tan malo.
La idea es que el niño, que se convierte en el centro de toda la actividad educativa, vaya a la escuela a aprender jugando, mientras que el maestro se convierte en una especie de ayudante, obligado a motivar y hacer grata su clase, bajando también su nivel de exigencia ya que aprender se ha vuelto un objetivo secundario, superado por el de socializar y pasarlo bien. Los contenidos pierden importancia y serán las actividades o la practicidad del aprendizaje lo que privará, además de que tampoco importa demasiado, ya que nadie reprobará. Los alumnos egresarán sin los conocimientos necesarios, pero lo que importa es que egresen, y con ello las estadísticas no se verán tan pobres.
La escuela está perdiendo la oportunidad de enseñar a los niños que, en esta vida, todo lo que obtendrán será gracias a su esfuerzo y trabajo, enseñarles a tolerar la frustración, enfrentándolos al fracaso y ayudándolos a levantarse una y otra vez para superar los obstáculos. Enseñarles que el acto de aprender requiere la intervención de la voluntad, el ejercicio de la responsabilidad y la laboriosidad, y será justamente todo eso lo que los ayudará a madurar y fortalecer su personalidad.
También está perdiendo la oportunidad de educarlos en el respeto a los maestros y a sus compañeros, porque, si bien es cierto que acoso escolar ha habido siempre, nunca como ahora se ha disparado el fenómeno y, de simples bromas, se está pasando a la crueldad y el daño emocional grave. Las normas y la disciplina son las que deben imponerse en estos casos y los alumnos deben cumplirlas y asumir las consecuencias de sus actos, porque en la sociedad también existen reglas y el día de mañana se las harán cumplir, se traumen o no. Todo esto es de sentido común, pero desgraciadamente se está diluyendo en los centros escolares y es tiempo de rescatarlo y ejercerlo.
La educación supone el perfeccionamiento intelectual y moral del ser humano. Decía Freire que “Enseñar a pensar es una de las principales tareas de la educación intelectual” y tiene razón, pero con la nueva pedagogía resulta difícil puesto que los conocimientos no son lo prioritario y una condición para enseñar a pensar es tener contenidos sobre los que pensar; de la misma manera que no podrán “aprender a aprender” si no tienen la materia prima para ello. Según Savater: “Si se trata a alguien como idiota, lo más probable es que, si no lo es, llegue muy pronto a serlo”.
Es cierto que con motivación y afectividad el niño aprende mejor, pero no hay que perder de vista que estudiar y aprender son tareas que requieren esfuerzo y disciplina. Kant decía: “No se puede educar a un niño sin contrariarle. Para poder ilustrar su espíritu hay que formar antes su voluntad”.
No es un secreto que la educación de calidad empieza con la calidad de sus maestros, sigue con la buena disposición de los alumnos hacia el aprendizaje y se fortalece con el apoyo que las familias le brindan a ambos; pero es evidente que no se están dando esas tres condiciones, así que urge trabajar a fondo en la formación inicial y continua de los maestros, en la actitud de las familias como primeras formadoras de sus hijos, en responsabilizar a los alumnos y que recuperen el valor del esfuerzo, pero sobre todo revisar la ideología de una pedagogía fácil y sin consecuencias, en la que se sustenta la educación actual. Según J.Stuart Mill: “Al estudiante que nunca se le pide que haga lo que no puede, nunca hará lo que sí puede”.
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