Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir.
Robert Louis Stevenson
Una maestra se quejaba amargamente de las condiciones en las ejercía su trabajo, aunque se consolaba porque ya sólo le quedaban dos años para su jubilación. Decía que llevaba ya varios años trabajando al límite de sus fuerzas. No se trata de una maestra sin vocación, al contrario, era muy buena en su profesión, además de que siempre le gustaron los niños y sabía desde muy joven que ésta sería su carrera; sin embargo se ha quedado sin energía, agotada y sin ganas de seguir luchando.
Los especialistas le llaman a esto el “Síndrome de Burnout”, síndrome de estar “quemado” en el trabajo o estrés laboral crónico. Es un estado avanzado de estrés que suele ser más frecuente en los trabajadores que tienen un contacto directo con las personas, como doctores, enfermeras o maestros. Son profesionales que se sienten desbordados por las exigencias emocionales de los otros y por tanto acaban ellos también agotados, profesional y emocionalmente; tienen problemas de sueño, están irritables, con fatiga crónica y dolores de cabeza, además de somatizar una serie de enfermedades.
Seguramente, en todas las épocas, los maestros habrán tenido que manejar una buena dosis de ansiedad, pero no con el mismo grado de intensidad que se presenta hoy día. Antiguamente los padecimientos clásicos de los maestros eran la afonía, el dolor muscular y de espalda por estar tanto tiempo de pie, o las enfermedades que les contagiaban sus propios alumnos. Sin embargo ahora, la gran mayoría de las bajas por enfermedad o las constantes ausencias, tienen relación directa o indirecta con el estrés. Esto es algo que debe preocupar a las autoridades y a los padres de familia, ya que si los profesores no trabajan en buenas condiciones de salud física y emocional las consecuencias pueden ser muy graves.
El maestro es un profesional de la educación, un trabajador intelectual, con un cúmulo de actividades, que van más allá de su sesión frente a grupo. Deben planear y preparar clases, realizar engorrosas gestiones burocráticas, asistir a múltiples cursos de capacitación, soportar presiones de autoridades y padres de familia y revisar trabajos y tareas, que casi siempre se llevan a casa, hasta terminar viviendo en un estado permanente de trabajo.
A eso hay que agregarle que tienen que trabajar, en la mayoría de los casos, con grupos muy grandes, por lo que el estrés y la presión se acentúan, ya que no es lo mismo atender y tratar de motivar a 10 o 15 alumnos que hacerlo con un grupo numeroso, eso sí, con mucha responsabilidad pero con nula autoridad, elevándose su nivel de preocupación y frustración.
Por si fuera poco, en algunas escuelas el clima laboral es muy malo y las relaciones son bastante conflictivas. Se dan agresiones verbales entre maestros y con los alumnos y padres de familia, de manera que asistir todos los días a un lugar así, acaba convirtiéndose en un infierno. En estos casos hay mucha culpa de los directivos en el mal manejo de las relaciones humanas.
También habría que añadir que muchos padres de familia están adoptando una postura cómoda al entregar a sus hijos a la escuela y desentenderse de su educación, por lo que los maestros no tienen más remedio que desempeñar un papel que no les corresponde y hacerlo de la mejor manera posible, aumentando con ello, además de su responsabilidad y trabajo, la presión emocional.
Otro de los factores que influyen en el estrés del maestro son los cambios, ya sea en el uso de nuevas herramientas para la enseñanza, o ya sea en nuevos métodos y programas, en la mayoría de los casos sin que nadie les haya consultado. Es posible que para los docentes jóvenes no represente mayor problema, porque de algún modo han vivido inmersos en una sociedad cambiante y en el uso de las nuevas tecnologías, pero para los maestros veteranos supone una presión importante que afecta de manera significativa su ejercicio en el aula, y no siempre las autoridades les brindan el apoyo para que asimilen estas novedades.
Como si todo lo anterior no fuera suficiente, el maestro no cuenta con reconocimiento social y son contadas las ocasiones en las que se les agradece su labor. Así que ellos, que deben motivar a sus alumnos para que aprendan, no tienen la motivación ni de las autoridades ni de los padres de familia ni mucho menos de la sociedad.
No sé en qué momento se les ha dejado solos en la enorme responsabilidad de educar, quitándoles al mismo tiempo su autoridad y su dignidad; tampoco entiendo en qué momento, la profesión de maestro dejó de ser importante y se descuidó de esta manera, ya que, sabiendo el estrés al que están sometidos día con día, y la trascendencia que tiene el estado emocional del docente para su buen desempeño, no existan políticas encaminadas a prevenir y remediar situaciones que pueden afectar la salud emocional de unos profesionales que trabajan con personas en formación. Los maestros son personas con vocación de servicio y una gran fortaleza, pero ellos solos no pueden, necesitan el apoyo de todos los que están involucrados en la enorme tarea de educar.
Twitter: @petrallamas