Ciudadanía económica / Nuestro consumo, ese desconocido - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Para el consumidor promedio de las noticias que se difunden en los medios de comunicación con mayor audiencia e influencia de México, resulta sumamente difícil hacerse una idea clara y objetiva de la realidad de los hechos y acontecimientos. Lo que en estos días sucede con respecto a la disidencia magisterial sobre la reforma educativa es, para la gran mayoría de la población, un mero problema gremial azuzado por intereses políticos. Por el amplio rechazo que la población mexicana otorga a todo acto que violente o altere de alguna manera el orden, dado que los maestros han tomado la calle y bloqueado carreteras, se ha generalizado el rechazo a los disidentes y desdeñado el reconocimiento a sus razones. Ya no importa para el público en general –el consumidor promedio- lo que con la llamada reforma educativa será el sistema por medio del cual se forman las personas, las ideas y, en general, el país.

El tema de fondo en el tema de la reforma educativa, desdibujado por los medios de comunicación mayoritarios, es precisamente el sostenimiento de una economía basada en el consumo.

Las noticias son un mero producto de consumo dentro de un sistema donde todo lo público también lo es. La educación sería así,  un producto de consumo al igual que los cigarros, los desodorantes y los políticos en campaña.

En un sistema socioeconómico sostenido por el ideal paradigmático del neoliberalismo de dejar hacer y dejar pasar, se tiende a simplificar la realidad entre lo que es “bueno” y lo que es “malo”. Quien trabaja y se esfuerza, gana, por lo que si hay pobres es porque éstos son flojos, incapaces o tontos. El sistema se basa en la inducción de una cultura general, que también es un bien de consumo, donde lo bueno es todo aquello que produce ganancias económicas y monetarias. Resulta sencillo conducir el inconsciente colectivo cuando, desde que nacen, los individuos de nuestra sociedad son expuestos al maniqueísmo bipolar de lo bueno y lo malo a través de telenovelas, partidos de futbol y películas de acción. Cuando sólo hay dos opciones y sólo una de ellas representa lo “bueno”, lo que no lo es conforme al paradigma de la ganancia, es “malo”, deplorable e indeseable.

Desde que la política pública en nuestro país fue dominada por el paradigma neoliberal del Consenso de Washington, existe una muy fuerte presión por convertir al sistema educativo nacional en un mecanismo para la producción de trabajadores eficientes y consumidores constantes. La persona constituye la mercancía individualizada del factor trabajo en el gran proceso productivo nacional. Si es bueno para el país que su sistema productivo sea eficiente, de nada sirve distraer recursos educativos para enseñar a las personas civismo, historia, biología o geografía. A lo sumo, si algo habrán de saber en cuestiones de salud, es el tipo de nutracéuticos que conviene comprar y, en cuanto a la aritmética, lo necesario para que primero cuadren las finanzas y luego, la puntuación de la liguilla futbolera.

Una educación que es producto de consumo y a la vez promotora del sistema de consumo, debe generar ganancias. No puede ser gratuita porque lo que no da ganancias es, por principio, lo que es malo. De allí que, una parte de la educación debe ser concesionada para que, quienes pueden pagar por ella, paguen y paguen mucho. Eso ayuda a separar, desde el origen, el nivel que van a tener, dentro del sistema productivo, los que mandan y los que son mandados.

Lo interesante de la forma en que operaría el sistema educativo bajo el paradigma neoliberal, es que haciendo a la propia educación diferenciable por medio del precio, resulta muy sencillo para el sistema replicar este patrón para distinguir lo bueno de lo malo.

El producto de consumo, como todo en la mente de quienes piensan en la economía de consumo ideal,  es tamizado y reducido a criterios de lo bueno-malo, barato-caro. Si hubiese una educación responsable, ayudaría a que el consumo pudiese ser una decisión humana que tenga que pasar por el tamiz de la ética, la crítica, y criterios como la legalidad, la equidad, la solidaridad y la sustentabilidad. Por el propio origen y condición del sistema educativo, carecemos de la capacidad de identificar al acto de consumir como un acto libre, racional y responsable.

La semana pasada una persona que quiso comprar una botella de agua de cierta marca en una de las tiendas concesionadas dentro del campus de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, se encontró con que no había más que una sola marca de agua. Ante su protesta, el atento encargado le mostró un oficio que le había sido enviado por las autoridades universitarias en el que informaban a los concesionarios sobre un convenio con la mayor refresquera del país. Una copia de esa carta fue a parar de inmediato a las redes sociales. La protesta del consumidor responsable (cuya inconformidad surgió de manera inconsciente de su tamiz crítico, ético, solidario y sustentable) se replicó rápida y masivamente. Ante la protesta pública, con total candidez y honestamente ajena al concepto de libertad y responsabilidad del consumo, una representante de la administración universitaria informó que el convenio firmado no implicaba prohibición, sino sólo el compromiso de vender en exclusiva las marcas de cierta refresquera.


Este incidente refleja lo fácil que es caer en el engaño de lo bueno y lo malo. La libertad de elección, bajo el actual paradigma socioeconómico, se supedita fácilmente a lo productivo, lo rentable. Así de fácil estamos cediendo todos los días nuestra libertad en aras de la seguridad o de la ganancia.

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Twitter: @jlgutierrez


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