Por Marcela Mijares Lara
El Colegio de México
Como toda buena película, el guión es fundamental para atraparnos en ella. Así quiero definir el trabajo de Evelia Reyes. Tenemos frente a nosotros una Ópera Prima sugerente y novedosa que nos lleva de la mano por Aguascalientes de principios del siglo XX, en su traza, su gente y su cine. En este trabajo se discuten conceptos, ofrece datos y anécdotas, pero sobre todo, para los que nos interesa la cuestión histórica, se arriesga a entrar por la puerta grande de la historia del cine con una propuesta historiográfica original. Llegado el clímax de la obra, como en las películas, nos cautiva y comenzamos a preguntarnos qué habría sido de ese pequeño sitio de no haber pasado la exhibición cinematográfica por él. Para los que nos gustan los “finales felices” quedamos un tanto inconformes, pues nos preguntamos por qué la directora de esta película, no continúa la saga. Si George Lucas lo hizo en la Guerra de las Galaxias, sus lectores quisiéramos enterarnos sobre cine sonoro en Aguascalientes. Sirva esta pequeña introducción para hacer una invitación a la autora de que vuelva pronto al tema que le apasiona.
Como deformación profesional, cuando se tiene en las manos una obra recién publicada lo primero que se hace es consultar las fuentes, es decir, los documentos, libros y la hemerografía que el investigador utilizó para armar y sustentar su trabajo. Así, para satisfacción del lector, dicho libro es sustancioso en información, pues su autora revisó minuciosamente el archivo estatal y municipal, especialmente 35 periódicos locales que le permitieron responder sus preguntas de investigación y construir una meticulosa estadística de películas y salas de proyección, misma que permite conocer al público que asistía a las salas de cine como consumidores.
Apropiación del espectáculo cinematográfico en Aguascalientes –tesis de maestría en Historia por la Universidad de Guadalajara– está estructurado en cuatro capítulos, todos ricos en extensión y contenido, obra que no sólo pretende llenar un vacío historiográfico en lo que podría denominarse “historia regional”; aspira a ser una historia social, cultural, urbana y económica. Su objetivo es conocer a los “cineros”, es decir, al público que asistía a las exhibiciones cinematográficas por el puro gusto de ver una película. La cuestión fundamental de la investigación fue ¿por qué asistían los hidrocálidos a las salas de cine? Dicha pregunta desanuda otros temas que constituyen los pilares del libro: dónde se ubicaban estos cines, quiénes eran los exhibidores, qué propaganda había, e incluso si existía una crítica de cine. Por lo tanto, el trabajo expone y explica las transformaciones de la sociedad hidrocálida a través de sus asistentes, las películas proyectadas, el exhibidor, así como la ubicación y distribución de las salas. Precisamente la diferenciación entre los lugares de exhibición, y sobre todo en las salas de cine, muestra las diferencias entre las clases sociales y hasta qué punto ir al cine significó un símbolo de estatus.
El libro arranca en 1897, cuando llega el primer cinematógrafo con cine mudo y concluye en 1933 cuando se cierra el primer cine que ya proyectaba cine sonoro. En ese sentido, esta obra plantea una clara delimitación temporal, en tanto que la experiencia del cine mudo del que contiene sonido es claramente distinta. Al mismo tiempo, también señala las condiciones que permitieron que Aguascalientes se convirtiera en una ciudad ideal para la instalación de este tipo de diversiones que, sin duda, subraya la relevancia que tuvo esta localidad para el Bajío y Centro-Norte del país, primero como cine trashumante, que iba de un lado a otro, y posteriormente la importancia que tuvo en la región para instalar espacios fijos para proyectar las vistas y películas a su población.
Gracias a la cartografía que ofrece la obra, se observa que las salas de cine se ubicaron en el centro histórico de la pequeña ciudad de Aguascalientes, cuya oferta –como la estadística nos señala, comparado con otras ciudades de igual tamaño– era por sí misma numerosa. De forma breve, uno de los principales hallazgos es que la introducción del agua potable y la luz eléctrica explican que se instalaran en el centro histórico y no en otra parte, que era la zona comercial y habitacional más importante de la época. La luz eléctrica era la fuente del proyector, y por razones higiénicas y de seguridad, también debía existir agua potable en los locales destinados a la exhibición cinematográfica, sobre todo porque se trataba de material altamente inflamable. Simultáneamente, la autora recoge el contexto en que se desarrollaba esta “industria”, pues debe tomarse en cuenta la instalación de los Talleres Nacionales de Ferrocarriles y de las empresas fundidoras y mineras como la Guggenheim que provocó un aumento de la población y un mayor movimiento de los mismos.
Ahora bien, el propósito de la presente reseña es referir la discusión historiográfica detrás de la publicación y sus aportaciones al debate académico. En primer lugar, la autora afirma que “la historia social ha puesto poca atención en el cine, y la historiografía del cine ha hecho escasos acercamientos a esa sociedad, más que a partir de representaciones fílmicas o estudios de posibles idealizaciones cinematográficas.” La primera contribución relevante del trabajo de Evelia Reyes es la construcción del concepto historial social del cine, donde su objeto de estudio es la sociedad, los individuos, grupos o clases, cuya recepción de las películas se muestra en la adaptación de las prácticas culturales vistas en las producciones cinematográficas en su vida cotidiana, como la forma de vestir, la música y hasta en sus comportamientos.
En segundo lugar, este trabajo es un esfuerzo comparativo con otras urbes como Guadalajara y el Distrito Federal. En ese sentido, la obra también se inscribe una corriente historiográfica que cuestiona el centralismo, es decir, aquella historia que sólo mira a la Ciudad de México y que lo plasma en la historia nacional sin mirar las particularidades regionales. El trabajo de Reyes cuestiona esa idea y se atreve a sugerir que “no se apega a ese modelo”. En Aguascalientes se exhibieron películas que nunca se vieron en la capital de la República, además de que, a diferencia del Distrito Federal, fue tardía la construcción de salas dedicadas exclusivamente a la exhibición cinematográfica. Asimismo, aunque por definición la sociedad hidrocálida era más conservadora que la capitalina, desde el primer momento se aceptó de buena manera el espectáculo debido a la carencia de diversiones en esa pequeña ciudad.
Esta delimitación y problematización histórica que hace la autora, le proporcionó suficiente material para generar una tipología no antes vista en la discusión de la historia del cine sobre los lugares de exhibición, es decir, cómo van cambiando o evolucionando las salas de cine. La obra propone un par de antecesores: por un lado, las salas multifuncionales en que se presentaban otros espectáculos como teatro o zarzuela; y, por otra parte, las protosalas que aspiraron a proyectar exclusivamente películas pero por la estructura física de los lugares –la mayoría eran bodegas, o teatros– no pueden denominarse propiamente salas de cine, además de que también ofrecían espectáculos complementarios. Si bien este asunto podría parecer una minucia, nos da pie para replantear la periodicidad y terminología empleada en buena parte de las obras publicadas que revisan la historia del cine.
Precisamente, la descripción de las salas de cine que hace esta obra, va de la mano de las preferencias del público. Por ejemplo el Teatro Salón Vista Alegre, considerado un centro para aristócratas, en donde se prohibía fumar, silbar y te obligaban a quitarte el sombrero, nada tiene que ver con el Teatro Morelos, sede de la famosa Convención de Aguascalientes. Ahí, como la autora relata, se dio una balacera cuando se exhibió una vista cinematográfica donde aparecía Venustiano Carranza que enardeció al público, personaje que no asistió a dicha Convención. De manera pormenorizada, este libro revisa los lugares, el tipo de público que asistía a las funciones y las películas que se exhibían. Dicha reflexión cuestiona también la idea de que el cine se trata de un espectáculo “democratizador”. El hecho de que estuviera seccionado y variaran los precios de los lugares según la ubicación dentro de la sala, ofrece datos relevantes para rebatir esa afirmación. Si bien se trata de un espectáculo de masas donde las funciones querían agradar a la mayoría, no propició la integración de clases sociales. Así, a contracorriente de los cánones historiográficos, la obra sugiere que el cine más que democratizarse se pluralizó.
Por último, y no menos importante, este libro también se trata de una historia empresarial que en la mayoría de los casos presentados por la autora, tienden al fracaso. Pese a que la estadística muestra que se trataba de una audiencia numerosa, la brevedad de su existencia indica dificultad para permanecer en el negocio. A la par, esto sugiere el tránsito de los empresarios del porfiriato a aquéllos que surgieron a consecuencia de la Revolución; así como la relación entre el estado y la empresa, a través de la historia de los propietarios, los contratos de arrendamiento y el cobro de impuestos que en su mayoría mermaba y quebraba esta clase de empresas.
Enhorabuena por esta publicación, los historiadores nos congratulamos.
Evelia Reyes, Ciudad, lugares, gente, cine. Apropiación del espectáculo cinematográfico en la ciudad de Aguascalientes, 1897-1933, Universidad de Aguascalientes, 2012.
Foto: Gerardo González
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