Si acaso lo vi una ocasión, coincidimos en un Premio de literatura juvenil cuando era yo Diputado en la sexagésima legislatura y él ya era el Maestro Víctor Sandoval. Cuando pude acercarme le dije lo mucho que me gustaba un poema que él había escrito; él me estrechó la mano y esbozó una sonrisa tranquila, me dejó caer una mirada llena de paz y con tono amigable simplemente me dijo que le daba mucho gusto que lo hubiera leído. Luego preguntó ¿cuál era ese poema?
“He nacido en la cólera del trigo. Solo, sobre la tierra, me sustento de la protesta rápida del viento, con el surco por lecho y por abrigo”… Cuando comencé a recitar él me acompañó: “Solo, con el arado por amigo, exacto en la medida y movimiento, labrador de mi propio pensamiento, no le temo a la garra ni al castigo”…
Luego de eso me quedé callado, le sonreí, le di las gracias y lo dejé seguir hablando con la persona que estaba a su lado.
De poetas y locos, dicen que todos tenemos un poco. Sinceramente a veces lo intento y se queda sólo en eso, en frases sin terminar, en versos incompletos y en palabras que no encuentran pares para sonar como poemas; aún así lo hago a menudo sobre todo cuando las noches son más claras y la luna es brillante. Recuerdo los días leyendo a Sabines, de quien por cierto ha pasado un año más desde que nació; y los versos de Neruda, Sor Juana, Octavio Paz y otros.
Pero sobre todo llevo conmigo aquella noche cuando estuve de cerca con el Maestro Sandoval, a quien la cultura mexicana le debe mucho y yo le debo aquel momento de recitar un poema con su autor.
De Víctor Sandoval se ha leído mucho en estos días, se habla de él desafortunadamente porque el Maestro exhaló su último aliento y nos dejó un legado que ahora nos esforzamos en recordar y reconocer. Creador de varios Institutos de Cultura a lo largo y ancho del país, promotor de las bellas artes, incluso Director del Instituto a nivel nacional, dio pie al desarrollo de diversos premios que fomentaban la literatura, uno de los más importantes es el Premio Nacional de Poesía tan prestigiado.
Víctor Sandoval además fue un gran servidor público, un hombre del cual se puede aprender mucho, a pesar de su sapiencia para concretar proyectos nunca gozó de ser una persona que llamara la atención, dicen quienes lo acompañaron que prefería permanecer lejos de los reflectores y más cerca de la gente, de su gente.
Desde siempre sus capacidades lo llevaron a puestos y sitios importantes, donde sabía que dichos cargos eran para servir a las personas, no para servirse de ellos. Trabajador incansable que nunca se volvió un servidor público ausente, aquéllos que de pronto desaparecen para jamás volver a ser vistos, él, muy por el contrario y a pesar de su avanzada edad, seguía despachando en su oficina, en las calles, en los cafés y en las tertulias con los amigos. Siempre tenía un momento para generar un bien para los demás.
Un hombre culto, respetable, trabajador, responsable y siempre activo que dejó huella y cuyo legado quedará para siempre. Hoy en día dentro del perímetro ferial está ese pequeño pero muy acogedor teatro que lleva su nombre, el cual por cierto hasta antes de su muerte pocos sabían quién era o si acaso pocos conocían que fue un gran aguascalentense.
He de reconocer que me da tristeza que tras la muerte de personajes efímeros, artistas banales y cantantes triviales se den programas especiales, día de luto y homenajes, sin embargo cuando seres entrañables, hombres ilustres que durante años construyeron de una o de otra manera lo que hoy tenemos y gozamos, simplemente pasen desapercibidos.
Hoy al Maestro Víctor Sandoval le entrego mi reconocimiento y como aquella noche, le agradezco lo que dejó en mí y le doy gracias por lo hecho a favor de la cultura en México y particularmente en Aguascalientes. Reconozco la moción para que la Casa de la Cultura lleve su nombre, e insto a quienes así lo quieran, a leer y conocer un poco más de este gran personaje, para ello, si gustan pueden empezar con lo siguiente:
Hombre de Soledad
He nacido en la cólera del trigo.
Solo, sobre la tierra, me sustento
de la protesta rápida del viento,
con el surco por lecho y por abrigo.
Solo, con el arado por amigo,
exacto en la medida y movimiento,
labrador de mi propio pensamiento,
no le temo a la garra ni al castigo.
Hombre de soledad, en la llanura
resurjo de sus hondas cicatrices.
Violento en mi frutal arquitectura
y musical del tronco a las raíces,
me sustenta mi firme arboladura
y me enciendo en recónditas matrices.
*
Aquí descansa mi inquietud de hoguera.
Aquí siembro mi ráfaga y mi llama;
en estos horizontes donde inflama
su vientre de cristal la tolvanera.
Aquí, como maguey de eterna espera,
en la reseca piel del panorama,
me circunda de sol y me reclama
el silencio maduro de la era.
Con su grito de toro degollado
la espiral de la sangre me acaricia
y crece como río desbordado.
Aquí, para que el polvo y su milicia
no destruyan el pan recién cortado,
aquí planto mi vara de justicia.