Un hombre y una mujer se encuentran en un museo. Se coquetean. La tipa, antes de despedirse, le deja un papel doblado. El tipo, pensando que su presa ha sido conquistada, lo desdobla. A juzgar por la expresión de su rostro, ha tenido mala fortuna: no encuentra un teléfono, sino una dirección de correo electrónico. Él, al parecer, no tenía ni idea de qué era eso. (No recuerdo sobre qué producto giraba el discurso del comercial que acabo de narrar; pero tengo algo muy claro: debe ser una publicidad de, a lo mucho, hace 10 años).
El mensaje me parece evidente. Nuestra forma de relacionarnos se ha modificado en las últimas dos décadas. En la actualidad, estamos irremediablemente conectados.
Buena parte de nuestros recuerdos se encuentran en la red. La dependencia que tenemos se antoja indestructible. Si esto lo vemos como un universo, Facebook sería un planeta. Uno muy extraño. Una suerte de Aleph que contiene, paradójicamente, incluso a lo que sale de Facebook. Metavirtualidad.
Veamos algunos ejemplos para ilustrar a qué me refiero:
Cada vez es más frecuente enterarse de las noticias, antes que en un medio periodístico, a través de la opinión de facebookeros o de twitteros. Si bien los comentarios fueron generados porque, casi siempre, primero hay una nota, no podemos negar que, actualmente, noticia y comentario se funden en las redes. Recordemos que lo ocurrido a Peña Nieto en la Ibero primero se supo ahí y después se convirtió en nota.
Los noticieros nocturnos solían presentar un resumen, muchas veces desconocido, de lo más destacado del día; ahora ocurre casi lo mismo, sólo que las noticias suenan viejas. Allá podríamos hablar de novedad; acá, como diría Paz: “Noticias de ayer/ más remotas/ que una tablilla cuneiforme hecha pedazos”.
El mundo periodístico es sólo uno de los escenarios que se han modificado. No hace mucho me enteré que un amigo había fallecido porque vi que su muro de Facebook se había convertido en una tumba: las flores que normalmente uno coloca en los panteones, ahora son discurso. Palabras. (Esto probablemente sea la característica más elegante: los actos simbólicos que tradicionalmente se realizaban en conjunto, ahora se realizan por separado y a través de palabras por escrito).
Hace poco alguien me preguntó si podía vivir sin internet. Contesté, de manera definitiva, que no, que me parecía imposible. Cualquier actividad (profesional, laboral, académica) exige a cualquiera, por mencionar sólo dos actividades, estar al pendiente de publicaciones que se encuentran, exclusivamente, en la red, y revisar, frecuentemente, el correo electrónico. Ya ni hablemos de los contactos afectivos que establecemos, primero, de manera virtual y, después, de manera presencial. ¿Cuántos no han conseguido una pareja a través de alguna red social?
No conozco a nadie que pueda estar sin conexión. Para muchos de mis amigos, uno de los más severos dramas posmo es que, de pronto, la red se caiga y no haya internet por algunos minutos. Imaginemos un mundo sin Zuckerberg.
Facebook se podría convertir, sin problema, en toda la red. Ahí podemos recibir correos, relacionarnos, leer, intercambiar opiniones, etc. Todas las actividades que he mencionado, de manera general, sobre internet, se encuentran en el sitio blanquiazul. El poder que tiene, como vemos, es impresionante. Una vez aterrizada la trascendencia que tiene sobre sus usuarios (¿personas?; ¿internautas?), ahora sí: ¿Qué ocurre con las personas que deciden abandonar, indefinidamente, su cuenta? Se puede interpretar de la siguiente manera: el que la elimina es un suicida.
El suicida de la vida posmoderna se convierte en alguien que suprime su identidad, curiosamente, en un sitio donde la identidad tiende a la falsedad. Pierde, en cuestión de segundos, información, invitaciones, imagen, etc. Alguien podría decir que, en efecto, eso ocurre, pero sólo en la red. Pues no. Esa acción tiene consecuencias en la realidad unplugged.
Varios amigos míos, en los últimos días, me han preguntado: ¿estás bien?; ¿qué pasó?; ¿necesitas algo? No es que mi salud se haya deteriorado o esté pasando un trago amargo o algo así. No. Esos interrogantes me los han lanzado porque decidí salirme, por un rato, de Facebook. Me alejé del mundo virtual donde el chisme, frecuentemente, se privilegia, para entrar en otro mundo donde se pagan las consecuencias de la virtualidad. Uno cada vez más raro: ¿la realidad?
Twitter: @jorge_terrones