Con la celebración de la Misa, el pasado martes 19 de marzo -en la festividad de San José-, el nuevo Papa Francisco inició su ministerio pontifical; tanto el atrio de la Basílica de San Pedro, en Roma, como la misma ceremonia litúrgica, se convirtieron en un importante espacio de confluencias y de significados.
La convivencia de una gran diversidad de personas manifestó no sólo la necesidad de la pluralidad, sino la realidad de su posibilidad en las sociedades; una convivencia que, en un primer momento, no impone la uniformidad, y, tal vez, tampoco el acuerdo. Lo que, evidentemente, sí queda a la vista, y sucede, es el respeto entre todos. El Papa saludó en su homilía a los “Cardenales, Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas, y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático” (Sitio de El Vaticano, en la red).
La homilía de la Misa, a su vez, fue la oportunidad para que el Papa planteara su concepción del ministerio “petrino”; el punto de partida escogido por Francisco fue la figura de San José (habiendo dejado pasar el domingo para esperar el martes 19 de marzo –entre semana- para la solemne celebración), destacando su función de “custodio” de María y Jesús: primero señaló las características personales de José, “con la atención constante en Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio… por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas”.
Posteriormente, en el sentido político, extiende la función de custodiar a “todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos”. En su siguiente expresión, el Papa explica con precisión ese sentido político: “Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón”.
El espacio de confluencia de quienes tienen y ejercen poder se manifiesta en la homilía: “Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos ‘custodios’ de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro”.
La pregunta que se hace el Papa es ¿de qué poder se trata? La respuesta la toma del episodio evangélico cuando Jesús le pregunta a Pedro que si lo ama, entonces debe apacentar sus corderos, sus ovejas: “Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”.
Sin embargo, el ejercicio del poder, nuevamente en el marco de la política –no como autoridad, por supuesto, sino como servicio- precisa su objetivo: “debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como tal, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (Mt. 25, 31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”.
El diccionario de la Real Academia Española explica que sencillo es lo que no tiene artificio ni composición, que carece de ostentación y adornos, que no ofrece dificultad; dicho de una persona: es natural, espontánea, que obra con llaneza, sin doblez ni engaño, y que dice lo que siente. Las expresiones que ha tenido el Papa Francisco y las formas de conducta que ha manifestado en muchas ocasiones durante los pocos días de su ministerio, nos llevan a apreciar una característica que en el uso del poder es poco común, la sencillez.
Es una sencillez que, con motivo de la Misa celebrada el 14 de marzo con los Cardenales, lleva al Papa a decir, cuando explica los tres movimientos de la vida –caminar, edificar-construir y confesar a Jesucristo-, que “cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.
En el contexto de semana santa y de la muerte y resurrección de Jesús, custodiar y cuidar de los pobres, de los enfermos, de los que nos rodean, para servirlos, tiene muchas veces una connotación de cruz; trabajar para que nuestra convivencia sea pacífica y armónica, con respeto a la pluralidad en todos los aspectos de la sociedad, no es sencillo, ya que su dificultad la podemos entender como una cruz que llevamos. El ejemplo del Papa Francisco, que lo toma de Jesús, es algo que debe motivar nuestra vida, para que dejemos de pensar en nosotros mismos, y pasemos a pensar en el bienestar de las personas con las que convivimos.