El anhelo de pervivencia, más allá de la muerte, se traduce para todo hombre y toda mujer en el eterno interrogante acerca de si es o no traspasable ese punto límite de nuestra existencia en este Universo. Si lo es, no hay problema, porque supone que la conciencia de identidad que hoy tenemos, transpone las barreras de la materia, el tiempo y el espacio. Si no lo es, entonces tenemos un problema, porque ese acendrado deseo humano que busca e intuye una vida, más allá de esta vida inmersa en la historia, es pura ilusión y un impulso volitivo frustrado, sin sentido.
La narrativa contemporánea, a distancia de 21 siglos de vigencia de la civilización occidental cristiana, refiere testimonios incontrovertibles en esa precisa dirección. Nuestra privilegiada referencia actual es la siguiente: “No podía hablar, pero lo dijo con los labios… ‘yo no quiero morir, por favor no me dejen morir’”, testimonio expresado por el jefe de la guardia presidencial, general José Ornella, en cita de las últimas palabras del presidente Hugo Chávez.
“El comandante Chávez va a estar en posibilidad de ser visto por lo menos siete días más por parte del pueblo de Venezuela”, dijo Maduro en declaraciones divulgadas por la televisora oficial. Añadió que se va a “preparar el cuerpo del comandante presidente, embalsamarlo para que quede abierto eternamente… así como está Ho Chi Minh, como está [Vladimir] Lenin, como está Mao Tse-Tung”. “Quedará el cuerpo de nuestro comandante en jefe embalsamado en el Museo de la Revolución de manera especial, para que pueda estar en una urna de cristal y nuestro pueblo pueda tenerlo por siempre”, explicó. El anuncio generó diversos comentarios en las calles de Caracas (Caracas, Venezuela. AP, 07/03/2013 18:23:00).
El dilema planteado es añejo, ancestral, arcaico, arquetípico. Hoy por hoy, nosotros presentes aquí en la Tierra somos los protagonistas de la misma interrogante y, al parecer, continuamos aferrándonos a esa posibilidad de saber que trascendemos las aparentemente intraspasables zonas límite que impone la masa, la aceleración y la energía. Aprendimos que a la evolución le sigue la involución, a la expansión vital, la entropía. Todo cesa y todo cambia, todo se renueva y todo fenece. Transgredir estos ciclos de la Naturaleza es desafiar el orden universal.
Y, sin embargo, el ancestral anhelo humano de pervivencia, más allá de la muerte, continúa.
La resolución a este febril interrogante queda, o bien, en la real supervivencia de la identidad personal del hombre y de la mujer más allá de su corporalidad terrena, bajo la potencialidad de su trascendencia intrínseca en tanto que espíritu encarnado; o bien, no habiendo ontológicamente esa posibilidad –ya sea por escepticismo metafísico o por acto voluntario intencional de negarla-, entonces la única vía posible de supervivencia de esa identidad particular, específica e irremplazable, es la de pervivir en la memoria de las masas.
Así resolvió este dilema el marxismo como doctrina del materialismo histórico dialéctico y, por tanto, ateo. También se suma a esta solución el existencialismo ateo, creación de su padre Jean Paul Sartre. En alguna medida de igual forma, Sigmund Freud padre del Psicoanálisis, implanta la duda metódica acerca del carácter ilusorio o alucinatorio de esas fantasías, o incluso neurosis religiosas, que atribuye a la férrea aspiración de supervivencia del Super-Yo. Voces a las que recientemente se suma el destacado cosmólogo Stephen Hawking, cuando afirma que la aparición del Universo tras el Big-Bang, que detona la expansión de partículas subatómicas con masa y, a la par, el despliegue del tiempo, del espacio y con ellos –como telón de fondo- la antimateria; no necesitan de Dios para su activación primigenia; porque –ésta es su tesis- nada puede haber más allá del no-Tiempo.
De manera que aquella primera alternativa de supervivencia, bajo la condición de seres espirituales encarnados en el tiempo y en el espacio, queda a la sola sustentación –que por ahora es afirmada por las tradiciones religiosas- de un ser Trascendente que es Absolutamente Otro, espíritu puro y perfecto, consciente de Sí-mismo y con poder para crear a voluntad, este Universo material. En este sentido, el hombre posee un vestigio innegable de esa vertiente de la Trascendencia, que es su propia conciencia, su mente intelectual y su voluntad para ser; y quizá su indicio más poderoso que es el afecto, la emotividad, el sentimiento. San Agustín apuntó en esta dirección, afirmando en sustancia que si el afecto establece una relación trascendental con su objeto propio, éste debe existir; pues de otra manera sería antropológicamente un ser condenado a la frustración y a la Nada. Aquí se fincaría el anhelo de pervivencia más allá de la muerte.
El caso actual, que trae a colación esta digresión acerca de la vida perdurable más allá de esta vida, es el fenómeno social que estamos presenciando ante la muerte de Hugo Chávez. En donde, los dirigentes y “el pueblo” que conforman el movimiento chavista, deciden hacer pervivir su imagen terrena, mediante el embalsamamiento, y su exposición perpetua en caja de cristal, para garantizar “su presencia” en medio de su pueblo, como otros protagónicos santones del materialismo histórico dialéctico; supervivencia histórico-societal en la memoria de las masas. De lo otro, ni hablar; queda en el silencio del intimismo de cada conciencia personal.
Asistimos y somos testigos, hoy, de un fenómeno que el análisis sociológico condensó en un término, un tanto desconocido e inusual, que es el de “epicización”, que se atribuye a un Estado cuando alude a un proceso por medio del cual las figuras políticas, en lugar de ser consideradas como servidores públicos, se transforman en héroes públicos, generalmente de dimensiones épicas (Alan Wolfe, Los Límites de la Legitimidad, 1980. Siglo XXI. P. 307). Quien cita como caso prototípico el del presidente John Kennedy. En pocas palabras, y de manera voluntarista y pragmática, asegurar la pervivencia de un héroe es hacerlo presente perennemente en la memoria de las masas. De lo otro, pues que cada quien resuelva su dilema existencial.