Conozco el hambre y por ello no puedo acabar de comprender al hombre. No la he leído, ni la he ido a buscar a Chiapas; tampoco es una cosa que me imaginé como el cliché del África ardiente, encarnada en niños deshidratados, con el costillar marcado y las extremidades quebradizas. La aprendí en mis viajes, en la vida cotidiana y durante mi periodo estudiantil. No me refiero a no comer un día, sino durante periodos prolongados, solo mediados por alguna pequeña provisión que evitaba que terminara en el hospital y que me trajo finalmente serias repercusiones de salud.
Debo reconocer que nunca estuve desahuciado, por dos razones: la solidaridad de compañeros, amigos y mi familia, que intervenían en la medida de lo posible, así como por la convicción bien arraigada en mi proyecto, que me mantuvo a flote. Nietzsche pudo expresarlo con su característica fuerza y puntería: “Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier como”. Mi porqué radicaba en aclarar mis metas, desarrollar la excelencia y ponerla a disposición de la sociedad. En suma, tenía un espíritu inquieto, vocación de servicio y repudio profundo por la injusticia.
Salvo breves excepciones, no trabajé por sistema en ese tiempo. Quería dedicarme por completo a mi ambición. La consecuencia fue vivir grandes carencias, pero además tener que cargar con el juicio social: para muchos no era nada más que un flojazo, vago e incluso vividor. Lo único que podré decir en mi defensa es que una pasión desbordante me dirigía hacia ese tipo de situaciones frontera. A veces, temía con acierto que un amor tan desbordado por la vida me impedía vivirla normalmente, sacrificando como todos mi entusiasmo natural por saberlo todo, sentirlo todo y ser cada cosa posible en el mundo a cambio de las certidumbres básicas. Como no se puede desarrollar una sensibilidad de lengua de gato desde los palcos del confort, tributé cuanto tenía por unas cuantas certidumbres de bolsillo. Es curioso que al final de todo gran viaje descubramos lo que ya sabíamos, con la diferencia que entonces ya es una parte irrenunciable de nosotros. Venimos y vamos para ser y hacer, interpretando una melodía personal que nunca podemos extraer del todo ni apreciar completa, y que por ello es inagotable. Acaso la fuente significante de nuestro plan constructivo es un cisma interno que nunca logra superarse, articulado por una conflictiva profunda. Así, aquello que rescatamos de esa zona de belicosidad permite treguas indispensables para alimentar las manías de un mundo que palidece en silencio.
Esta confesión cumple la función de acercarme a mis lectores sin disfraces, rompiendo por hoy con el conservadurismo discursivo de la izquierda bien portada, solemne e impersonal que pulula y que nos aburre mortalmente. El carácter reaccionario de las posturas seudoprogresistas tiene mucho que ver con que asumen como moneda de cambio el sistema de nociones y condiciones del discurso de la derecha. La “radicalidad” aparece bajo el código común de los sectores más retrógrados. Así es como nos acostumbramos a utilizar sus eufemismos: “población de bajos recursos”, “franja social en situación de marginalidad”, “niños con deficiencias alimentarias”, “un mercado que reproduce asimetrías evitables”, etc. ¿Por qué no empezamos a decir que 23 mexicanos mueren por desnutrición al día, es decir, casi uno por hora? Demos un paso más allá. ¿Por qué no decir que hay un régimen que mata de hambre anualmente a cerca de 8 mil personas en México?
¿Qué hacer con su majestad, el hambre? Somos hijos de Televisa, de la iglesia y del PRI. Así, la respuesta de la primera es hacer eventos de chantaje social que resultan en grandes negocios para ellos y las empresas participantes, además de funcionar como campañas para construir legitimidad social. Respecto a la segunda, ¿le daremos una respuesta cristiana a esas almas desgraciadas? Podemos rezar para que en su próxima reencarnación nazcan en un país donde sí importen, en el que a sus gobernantes y conciudadanos les duela su ausencia. En el último caso, es factible emprender una “cruzada contra el hambre” que permita consolidar la estructura clientelar del partidazo, para ponerle rubor al cadáver. Su simulación radica en que no desarrolla capacidades productivas ni consolida medidas para erradicarla, sino que se apoya en fórmulas para que los beneficiarios requieran la asistencia permanentemente. Lo único peor es tener una izquierda electoral que los piensa como potenciales votos, en tanto la izquierda de café se imagina un ejército de revolucionarios famélicos a conducir, para la realización de sus trasnochadas fantasías. Pensemos, sólo por hoy, desde textualidades orilleras:
La máquina de los días hace brotar un templo sobre otro templo, incesantemente. Regímenes sucumben mientras otros se levantan al tiempo. A lo largo de los siglos por venir, el mundo vivirá dictaduras y democracias; nacerán héroes y demagogos, aparecerán imperios y sobrevendrán luchas de emancipación. No soy profeta, pero conozco al hombre y el hambre. Tal vez un chico de cabello revuelto, sin lana y con la muerte esperando a la vuelta de la esquina puede averiguar cosas encantadoras, casi deliciosas, para que suspiren y se estremezcan los guardianes del orden mientras aguardan su sopa caliente. De ser así, al doblar este periódico verán trémulos el desbarajuste de estos cielos revueltos.