Las cintas que llevan como director a Quentin Tarantino implican siempre para mí una disyuntiva, ¿verlas o no? pues así como ha dirigido unas de mis favoritas —Bastardos sin Gloria y Pulp Fiction— han sido mucho más numerosos sus largometrajes que me impulsan a salir corriendo del cine. Así que para cuando se estrenó Django y fue nominada al Oscar, eran más mis ganas de ahorrármela que las de arriesgarme.
Django tiene lo mejor y lo peor de los elemento clásicos de Tarantino. En el lado positivo, resalta el humor negro y los diálogos cargados de ironías y sarcasmos que realmente hacen las delicias del espectador. En la misma categoría se encuentra el extraordinario elenco elegido a la perfección para interpretar el papel que le tocó a cada uno.
En cuanto a lo negativo se encuentra la excesiva violencia, a veces más allá de lo que el guión necesitaba, el uso indiscriminado de sangre y el abuso de elementos absurdos, los cuales en pequeña cantidad son divertidos y no dejan de ser el trade mark del director, pero a veces Tarantino se engolosina y cruza la raya hacia lo ridículo. Lo bueno es que en general los aspectos positivos sobrepasan a los negativos teniendo como resultado un filme recomendable.
Al inicio de esta película, nos enteramos que es 1858, pocos años antes de la guerra civil norteamericana, por lo que no es de sorprender que Django resulte ser un esclavo encadenado a otros que viaja penosamente por un árido territorio. El grupo, dirigido por un par de jinetes, se encuentra con el Doctor King Schultz, inmigrante alemán que está interesado en nuestro héroe pues es el único que puede ayudarle en una importante empresa.
Tras un poco amistoso intercambio, el doctor y el esclavo parten juntos con rumbo desconocido. El simpático Schultz resulta ser un caza recompensas en búsqueda de su presa. Casualmente, Django ha tenido contacto con esos criminales y es capaz de reconocerlos, así que King le propone un trato: que le ayude a atraparlos (o matarlos, pues el cartel dice vivos o muertos) a cambio de una parte de la recompensa y su libertad.
La particular pareja se acopla perfectamente y son capaces de lograr su cometido con relativa facilidad, así que el trato se extiende: serán socios durante el invierno y después el doctor ayudará a Django a encontrar a su esposa que fue vendida a otros amos.
La búsqueda de la mujer amada se presenta en este largometraje como una especie de parodia de este tipo de cuestas, como las que enfrentan los héroes de cualquiera de las obras clásicas, Odiseo y Penélope, Elena y Menelao o Sigfrido y Brunilda (el cual dicho sea de paso es el nombre de la esposa de Django).
Acompañados de una escenografía y una música como salidos de un western “chafa” de los años 50, o más bien escapados de un Spaghetti Western de los 60 (el nombre de Django es ciertamente un homenaje a éstos) nuestros protagonistas se encuentran con el chico malo de la película, Calvin J. Candie, dueño de una importante plantación de algodón –Candy Land—y de algunos otros negocios ilícitos y quien tiene bajo su techo a Brunilda. Entonces, ellos deciden manipularlo para que les venda a la esclava y así marido y mujer puedan continuar con su vida libres y felices.
Aunque es fácil engañar a Candie, no lo es tanto a su esclavo de cabecera, Stephen, (un fantástico e irreconocible Samuel L. Jackson), quien resulta ser tan cruel y retorcido como su amo, así que él provoca que se desencadene el infierno en la plantación, teniendo esto resultados tan nefastos como inesperados.
Cuando me enteré de la nominación de este filme al premio máximo de la Academia, lo consideré un error; cuando vi algunas de las cintas contra las que competía —exceptuando Lincoln y, tal vez, Los Miserables— entendí que sí tenía una oportunidad; ahora que ya se hizo la entrega veo que no andaba tan errada, pues aunque no se reconoció el trabajo de Tarantino como director, sí se premió su creatividad e ingenio como guionista. Sea como sea, con premio o sin él, es una cinta apta para pasar un buen rato. Además, estoy segura de que de todas las estatuillas doradas entregadas en los Oscar, ninguna fue tan merecida como la concedida a Christoph Waltz como mejor actor de reparto, así que cuando menos Django tiene a su favor que nos proporciona la certeza de que seremos testigos de —al menos— una actuación excelente.
Productor: Stacey Sher, Reginald Hudlin y Pilar Savone; dirección y guión: Quentin Tarantino; fotografía: Robert Richardson; edición: Fred Raskin; elenco: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Don Johnson, Walton Goggins, Jonah Hill y Franco Nero; duración 2 horas 45 minutos.