Barrio de al-Dora, Bagdad, Irak. 19 de marzo de 2003. En un intento por eliminar al dictador Saddam Hussein, los cazas estadounidenses F-117 Nighthawk descargan su letal carga. Pronto, sendas explosiones cimbran la capital iraquí; el ulular de las alarmas antiaéreas rompe la quietud de la noche. A continuación, inmensas bolas de fuego iluminan el firmamento y su resplandor se refleja sombrío sobre las aguas del milenario río Tigris.
Simultáneamente, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, y el primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, anuncian al mundo que la invasión de Irak tiene por objeto “desarmar las armas de destrucción masiva, terminar con el apoyo que Saddam Hussein brinda al terrorismo y liberar al sufrido pueblo iraquí”.
Los acontecimientos arriba descritos ocurrieron hace 10 años y se relacionan con el artículo de hoy, el cual pretende, a una década del inicio de la irrupción de Irak, explicar por qué los angloamericanos sufrieron una derrota estratégica durante la guerra que, por casi un decenio (2003-2011), libraron en la Antigua Mesopotamia.
Tras los atentados terroristas del 9/11, el gobierno de George W. Bush, El Texano Tóxico, decidió invadir Irak, pues la posesión de los recursos petroleros de la nación árabe sería como un elixir que haría rejuvenecer al Tío Sam y le aseguraría la primacía global durante, al menos, la primera parte del siglo XXI.
Para tal efecto en la primavera de 2003, 248 mil soldados estadounidenses y 45 mil británicos, auxiliados por contingentes australianos, daneses y polacos, invadieron Irak. Durante la primera fase de la operación militar, los angloamericanos obtuvieron una victoria fulminante. Sin embargo, dos errores entorpecerían los planes de Londres y Washington: la desmovilización del Ejército iraquí y el cese de los burócratas que hubieran pertenecido al partido de Saddam Hussein, el Baath.
Los siguientes años -2004 al 2006- presenciarían la lucha de las guerrillas sunita y chiíta contra los “vampiros estadounidenses y sus perros falderos británicos”. Además, el país se vio envuelto en una lucha fratricida entre las facciones religiosas antes mencionadas. Con el fin de evitar la desintegración de Irak y la eventual humillación estadounidense, Bush comisionó al general David Petraeus como jefe supremo para encabezar “La Oleada” –ver La Jornada Aguascalientes 14/11/12-.
Petraeus, sobornando a los guerrilleros sunitas, logró detener la sangría en hombres y material que sufrían los norteamericanos y creó la quimera de la victoria. Sin embargo, Barack Obama no pudo obtener la aprobación iraquí para establecer bases militares permanentes y los yanquis tuvieron que retirarse en diciembre de 2011.
¿Por qué Irak fue una derrota estratégica para la Unión Americana? Primero, el costo en vidas fue devastador: 4 mil 487 soldados yanquis y 179 británicos murieron. Sin embargo, el pueblo iraquí sufrió 100 mil bajas en su lucha contra los neocolonialistas.
Segundo, el precio de la guerra asciende a 3 trillones de dólares y contribuyó a empeorar el endeudamiento de Washington. Bien ha dicho el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: “la guerra significó que los Estados Unidos tuvieron que pedir prestado dinero. No había fuentes de fondos líquidos en la Unión Americana. La fuentes de financiamiento estaban en el Medio Oriente”.
Tercero, tanto el Congreso estadounidense como el centro de pensamiento británico, International Institute for Strategic Studies, concluyeron que Irak se había convertido en “un pretexto” para reclutar a radicales islámicos y había “galvanizado” a al-Qaeda.
Cuarto, Irán se erigió como el verdadero vencedor de la guerra en Irak, pues su archirrival, Saddam Hussein, fue eliminado por los angloamericanos. A continuación, Teherán financió a la guerrilla chiíta, en particular, al joven clérigo Muqtada al-Sadr. Lo cual se tradujo en la frustración de los designios imperiales de Londres y Washington de controlar los campos petroleros del sur de Irak.
La Unión Americana cometió crímenes que confirmaron su bancarrota moral: el abuso y tortura de prisioneros en la prisión de Abu Ghraib –plasmado magistralmente por el pintor colombiano Fernando Botero-, y las masacres de Haditha y Mukaradeeb.
Finalmente, las cacareadas armas de destrucción masiva jamás fueron encontradas –habían sido destruidas en 1991- y las compañías petroleras estadounidenses y británicas no pudieron agenciarse los jugosos contratos petroleros, los cuales fueron a dar a firmas chinas y rusas.
Por todo lo anterior, la Guerra en Irak fue una debacle estratégica, tanto para los Estados Unidos como para el Reino Unido. Y por cierto, el Ejército estadounidense descubrió que Saddam Hussein no había visitado el barrio del al-Dora desde 1995.
Aide-Mémoire.- Dennis Rodman como diplomático, “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”.
Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.