Si tomamos como referencia una serie de decisiones que ha tomado el gobierno federal de Enrique Peña Nieto, incluida la detención de la profesora Elba Esther Gordillo, podríamos empezar a alentar la idea de que todo esto parece indicar que se pretende restaurar la figura presidencial, que de manera tan maltrecha quedó después de 12 años en que a quienes portaron la banda presidencial les pasó de noche la importancia que entraña ésta en el sistema político mexicano.
Creo que la inmensa mayoría de los mexicanos estaríamos de acuerdo en que no queremos volver a ver un jefe del ejecutivo federal que se caracterice por las facultades meta constitucionales, de las que algunos en el pasado inmediato y lejano hicieron gala, las más de las veces para encubrir su incapacidad, su ausencia de inteligencia y un torcido concepto de poder, que invariablemente los llevó a cometer una serie de excesos y atropellos, que para desgracia de los ciudadanos de este país, es lo que más se recuerda de ellos, y que los tiene catalogados en la conciencia popular como déspotas, corruptos, y hasta genocidas.
Muchas son las imágenes que pasan por mi cabeza cuando recuerdo a quienes han llegado a la más alta responsabilidad como lo es la Presidencia de la República, y en ellas encuentro que al paso del tiempo muchos de ellos nunca debieron haber llegado a ese cargo, porque su paso por la historia nacional los dejará muy mal parados. En ellos encuentro muchas de las peores características de quienes se atreven a decir que son parte de la “clase política mexicana”, y me pregunto de manera constante, cómo permitimos que llegaran a ese cargo.
En estos momentos en que la noticia de la captura de Gordillo Morales ha ocupado la atención de la opinión pública nacional, es, tal vez, el mejor momento para hacer un llamado al Presidente de la República, en el que le digamos que si bien es difícil que alguien que no haya sido beneficiario directo de las actitudes de la sempiterna líder magisterial, le pueda reprochar esta captura, de quien simboliza la peor imagen del sindicalismo; también es una inmejorable oportunidad para que comprenda en toda su dimensión la necesidad que tiene este país, de ver a un jefe del ejecutivo federal, que no le tiemble la mano, pero que tampoco queremos que esa mano se manche; que queremos ver a un Presidente con temple, pero con serenidad; que queremos ver a un Presidente con carácter, pero también con sensibilidad; caray que ya queremos ver a un Presidente que pierda el sueño, tratando de hacer un buen gobierno para todos los mexicanos.
A mí en lo personal me ofende cada vez que veo como decía el Che Guevara, que se cometen injusticias, sobre cualquier mexicano, en cualquier parte de nuestro territorio nacional; pero tengo claro que todo esto es porque desde que soy niño, he visto a un pueblo que no admira a sus gobernantes, y que en la inmensa mayoría de las ocasiones lanza ofensas e improperios contra quien es el Presidente de la República, y la verdad es que me cuesta mucho encontrar argumentos para decirle a la gente que no lo haga, porque no encuentro qué decir a favor de esos presidentes.
Desde niño crecí sabiendo a mis cortos ocho años lo que había pasado el 2 de octubre de 1968; a los 11 años escuché lo que había pasado el 10 de junio de 1971; supe del nepotismo y la corrupción de quien nos gobernaban en 1982; conocí el significado de la simulación en aras de una supuesta “renovación moral” que nunca lo fue; me avergoncé como militante de mi partido del fraude de 1988, y soporté también como priísta las injustas concertacesiones contra mi instituto político; supe de los impulsos de un acomplejado que negaba sus orígenes, y que se atrevió a decir que habría “sana distancia” con su “partido”, en el que jamás militó; me alarmé de ver a un hombre abstraído de la realidad, y que se burló de los mexicanos al hablarles del cambio; y volví a presenciar un fraude electoral, que llevó a un genocida a querer legitimarse con una absurda guerra que sólo podía existir en su cabeza, pero por la cual pagaron con sus vidas más de 65 mil mexicanos.
Por eso me atrevo a pedirle al Presidente de la República, que actúe con serenidad, con ética, con aplomo, con compromiso, con amor a nuestra patria; este país ya se merece un jefe del ejecutivo, al cual no insultemos; al cual respetemos, porque nos respeta; al que le hablemos de frente, porque nos habla con la verdad; al que le digamos señor Presidente, porque no nos desvía, ni baja la mirada, en fin ya queremos estar dignamente representados.
Termino esta colaboración reproduciendo una anécdota de Omar Torrijos, a quien acompañaba en un recorrido por el Chorrillo (Panamá) su secretario particular Chuchú Martínez, cuando de pronto se encontraron con un niño muy humilde, que al reconocer a Torrijos se le cuadró marcialmente, recibiendo un saludo igual de marcial del General Torrijos; cuando éste y su secretario particular prosiguieron su camino, Chuchú le preguntó, por qué se había cuadrado tan marcialmente frente al niño, Torrijos le contestó, “en el ejército se ganan las insignias, el respeto se gana con el pueblo”.