Conozco a una persona cuya pareja le hizo una escenita de celos bastante fuera de lugar. Esta persona me contó que tuvo dos visiones en su mente en ese preciso momento: explicar las cosas y discutir… o irse… Optó por la segunda y se largó a su casa, así, sin más ni más. La pareja celosa se quedó perpleja. Tiempo después, esta persona celada me relató que su pareja jamás volvió a hacer lo mismo, pues al parecer sirvió no haber dado lugar a una emoción fantasma, que no valía la pena darle importancia. Esto me hizo reflexionar sobre las decisiones que tomamos, aquellas pequeñas y aparentemente insignificantes situaciones que definen el rumbo de nuestra corriente vida, aunque ni siquiera lo sepamos, los pequeños puntos en que todo cambia.
Muchas parejas son felices, pero muchas otras “fracasan”. A veces pareciera que es cosa de la suerte o del destino. Pero como soy muy testaruda, me niego a creer en esta clase de designios. Creo en la causalidad, no en la casualidad. Si bien a veces sospecho de una voluntad fuera de la humana, ésa es otra cosa, porque sobre todo creo que el actuar humano -restringido a lo íntimo- está pleno de libre albedrío.
Pienso que las parejas no pueden “triunfar definitivamente”, pues no se trata de eso, sino de lograr un día a día amable, feliz. Cuando hay una relación sentimental, lo importante no es el fin, sino el medio, es decir, la vida misma. Además, todos somos propensos como cualquier otro mortal, a terminar una situación sentimental, nunca somos infalibles. ¿Pero qué hace continuar juntas a las personas? No lo sé, creo que los dos deciden estar juntos día con día, y hay, en cambio, gente que no quiere estar con la otra persona. Ambos casos son respetables, por supuesto.
Aparte del prodigio que es construir una relación cotidiana “exitosa”, cuya base me parece es el respeto, me llaman mucho la atención las parejas que no lo logran, que no pueden ir más allá de llevar a flote su situación unos cuantos meses o años, puesto que hay lo que se llama “relación destructiva”. Respecto al caso que planteaba al principio, y llevando mi reflexión hacia las parejas que se faltan al respeto, pensé que definitivamente estas cosas no son de un día para otro, hay un punto en que uno, o los dos, permiten que la falta de respeto se meta y cause estragos, lentos e imperceptibles, como una enfermedad degenerativa. En cambio, cuando hay respeto, no se permite ni una sola vez que la agresión trascienda. Ésa es la diferencia.
La violencia es, pues, una decisión, como elección es también la paz. Aunque también vale la pena reflexionar que es muy utópico decir que la agresividad en las relaciones humanas depende totalmente del libre albedrío del individuo. Uno a veces nace condicionado a la violencia, pues estas decisiones también son sociales. Así, las parejas que pelean y que no saben desahogar sanamente sus problemas y emociones, probablemente será porque nunca vieron que hubiera otra opción, sus padres o familiares se humillaban, se gritaban o se lastimaban. Aun así, la violencia nunca se justifica, siempre queda la opción de darse cuenta de que no está bien. Como consejo extra, si uno está dispuesto a dar y pedir respeto, no hay que buscar parejas que no están dispuestas a lo mismo. Es básico.
Hay puntos clave en la vida, y extrañamente son los más cotidianos, insulsos y olvidables que existen, pero que son los que definen lo que es la cruda, pero que si se mira bien, bella realidad. Creo que la vida está hecha 99 por ciento de cosas comunes, el 1 por ciento se restringe a lo extraordinario. Cometemos el error de creer que en las relaciones sanas y felices este porcentaje es diferente, que viven en miel sobre hojuelas, pero no, es exactamente el mismo: 99 por ciento de cotidianeidad. La diferencia es que estas personas no necesitan esperar el otro 1 por ciento, porque su 99 por ciento es bastante bueno, porque es apacible, porque es constructivo. Las relaciones que están llenas de agresión y falta de respeto, para “salvar su relación”, buscan agotar ese 1 por ciento, llegar a lo extraordinario, y si bien a veces funciona, creo que es un error, pues es la vida cotidiana de convivencia sana la que en realidad se anhela y los violentos no lo solucionarán de raíz, se brincarán este paso.
Una pelea a gritos, una discusión a golpes, un homicidio, un suicido, no son obras de la mala suerte o de la casualidad, no son de generación espontánea. Hay esos momentos de la vida en que se permitió por primera vez plantar la semilla de la violencia, que se riega con el tiempo y se fertiliza con la apatía, y llega, necesariamente, a extremos poco deseables.
Me pregunto, acerca de la persona que mencioné al principio, la celada, al ver las opciones en su mente, si hubiera decidido quedarse a pelear, quizá no llevaría una relación sentimental extraordinaria y feliz, como me consta que la lleva ahora. Quizá, sólo quizá, sería un triste caso más de violencia e infelicidad, porque no habría sabido arrancar las raíces de ese árbol que crece y hace sombra en nuestra vida y en la de todos los que nos rodean. Ni qué decir que ese árbol de la violencia produce semillas, y éstas se siembran por todas partes, sigilosamente, creando ese círculo vicioso que comenzó con una pequeña falta de respeto.
Es igual en la familia, en la amistad, en la sociedad, en toda relación humana: hay esos pequeños puntos, en los que se bifurca la convivencia, uno decide respetar o echar todo por la borda. De estos puntos hay decenas en un solo día, y cada uno es igual de importante.
Posdata: Por favor, estimado copartidario de la fe, cuide el agua en este Sábado Santo, que es una falta de coherencia desperdiciar las obras de Dios. Los católicos tampoco podemos darnos el lujo de despilfarrar la coherencia, que tanta falta nos hace.
Que tal Gaby es muy interesante el tema, aunque difiero en algunos aspectos, me gustaría platicar mas sobre el tema…