Regresar a casa es un lugar común de las historias de héroes: Ulises, La Odisea, Robin Hood y hasta el moderno Batman. La historia del guerrero incansable, que va y viene por las batallas en el océano, en el Mediterráneo y en el Caribe, recordando en su mente que en casa dejó a una esposa, dos hijos y una vida mejor, recordando que tiene que luchar por ellos y algún día si su historia lo permite, volver a casa, volver a su hogar, a ser profeta en su tierra, vaya paradoja histórica, porque según dicen los profetas y las letras, nadie lo es.
Pero cuando ese héroe que tiene denominación de origen vuelve con la cabeza caída, la derrota en la espalda, las heridas del tiempo, sin la fuerza de antes, con una fama que se corrió de voz en voz hasta que en su propio reino lo reciben con rostros de decepción y palmadas de lástima, el héroe no deja de ser héroe, al talentoso no se le olvida el talento, al fuerte no se le quita lo fuerte, al genio tampoco se le quita la capacidad de genialidad, el destino lo volvió un perdedor cuando lo pudo haber vuelto un triunfador.
Así un hombre Bravo, hambriento y sediento de glorias, de reconocimiento, de hombres que salvar, volvió para comandar a su comunidad a la gloria que la historia y hombres injustos le habían negado por muchos años. Así también un superhéroe, un hombre moderno Súper Mario, vuelve a su planeta, del que nunca debió irse, quiso conquistar el universo desde otra trinchera, quiso comerse el planeta y vencer a los villanos con su simple mirada y descubrió que lo que necesita salvar primero para pertenecer a la liga de la justicia es salvar a los suyos, a toda Ciudad Rossonera.