De acuerdo con el Chicago Daily Tribune (ahora simplemente Chicago Tribune) del 3 de noviembre de 1948, Thomas E. Dewey había derrotado a Harry S. Truman en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos —la portada rezaba Dewey defeats Truman—. Además, el periódico afirmaba que los republicanos contarían con la mayoría en la cámara de representantes y en la cámara de senadores. El Chicago Tribune mentía. Los editores del periódico habían preparado la portada y algunos artículos con la convicción de que Truman, a quien abiertamente desdeñaban, perdería la elección. Se anticiparon demasiado y mandaron a imprimir antes de contar con la información completa (varios estados ni siquiera habían cerrado casillas). Cometieron así una pifia histórica —existe una famosa fotografía en que aparece Truman, ya presidente electo, sosteniendo el inexacto ejemplar del diario—. Aunque el periódico rectificó unas horas después y enmendó la plana haciendo una segunda edición mucho más precisa —en la que sí ganaba Truman—, el desliz es el momento más recordado de la historia de ese, por otro lado, muy respetable medio.
Roy es un one-hit wonder. Escribió una novela exitosa. Después no ha conseguido nada notable. Su carrera se ha estancado y su profesión, medicina, no parece interesarle. Necesita publicar un segundo libro que dé nuevos bríos a su carrera. Quizá debería escribir antes ese segundo libro para poder publicarlo; pero el destino, tan griego y tan de Woody Allen, ha considerado una alternativa. Henry Strangler, compañero de póquer de Roy, ha sufrido un accidente junto con otro amigo. Al parecer, Strangler ha muerto y el otro amigo está en coma. Roy prefiere creer la versión a confirmarla, y ve en la noticia la salida a su problema. Resulta que Henry había escrito una novela bastante buena y no se la había mostrado a nadie además de Roy. Y como delito sin víctima no es delito, éste aprovecha la oportunidad, se adjudica la novela del supuesto difunto y consigue que se la publiquen. Sin embargo, cuando faltan unos cuantos días para que el libro salga a la venta, Roy descubre la diferencia entre ser y parecer al enterarse de que el muerto no era el muerto sino el comatoso y viceversa. Strangler está vivo y acaba de despertar.
El 29 de agosto del año pasado, apenas unos minutos después de que los Rieleros de Aguascalientes perdieran la final del beisbol de la Liga Mexicana; un boletín de prensa de un partido político local anunciaba su beneplácito con la obtención del campeonato de la zona norte y el de la liga. Además de inexacto, el documento sufría del paradójico efecto “le salió el tiro por la culata”: entre las intenciones del texto se encontraba honrar la figura del gobernador atribuyéndole parte del triunfo de los beisbolistas. Por supuesto, como los Rieleros no fueron campeones, la lisonja partidista devenía en broma de mal gusto. El boletín fue escrito antes de que terminara el partido —y casi estoy seguro, incluso antes de que iniciara—: la preocupación era menos el beisbol que la traducción de los logros deportivos en propaganda política.
El Chicago Tribune, Roy y el distraído partidario padecen el mismo mal; han confundido lo adjetivo con lo sustantivo. En lugar de esperar el reporte de los hechos, los periodistas de Illinois construyeron sus notas a partir de lo que ellos esperaban y deseaban que ocurriera, sus fuentes —y deseos— eran tan confiables que no les pareció necesario confirmar. Informar, tarea esencial de los periódicos, pasó a segundo plano, lo que movía a los editores era alinearse con Dewey, su candidato. Por su lado, el personaje de Conocerás al hombre de tus sueños, Roy, está tan contento con lo que la suerte le ha regalado que toma decisiones sin asegurarse de que lo que ha escuchado sea cierto. Antes que escribir, le preocupa publicar, y la posibilidad de publicar sin escribir lo encandila. Por último, aunque el boletín del partido político podría parecer una sincera felicitación para un esforzado roster, en realidad se trataba de una poco sofisticada estrategia de publicidad. A quien preparó el texto no le interesaba el beisbol, le preocupaba cómo llevar agua a su molino.
Esta conducta se repite por doquier. Asistimos a conciertos en vivo sólo para verlos a través de nuestros teléfonos celulares, dejar constancia de que fuimos es más trascendente que haber ido. Nuestras campañas para promover la lectura tienen como portavoces a analfabetos funcionales que, eso sí, salen en la tele. En Aguascalientes, las fotografías de los detenidos no tienen como objetivo documentar y divulgar el buen trabajo policiaco y la efectividad de las investigaciones; las fotografías sirven como parte de un discurso, es más importante decir que hubo detenciones que detener presuntos delincuentes.
Existe una sutil línea entre los hechos y los dichos, las causas y los efectos, los medios y los resultados. Hay una frontera tenue entre hacer y decir que hacemos, entre vivir y demostrar que vivimos. Me parece que nos estamos acostumbrando a cruzar estas líneas con demasiada frecuencia, demasiado desparpajo y demasiada irresponsabilidad.
[email protected]