Pos siguiendo la tradición populista del PRI de empezar apuntando “alto” a algún tema social, tradición que incluso eruditos académicos identificaban como parte de los “compromisos sociales de la revolución mexicana”, Peña Nieto decidió hacer del hambre su tema favorito de gobierno e iniciar una amplia “cruzada” en su contra, en donde la nación entera se une en contra de este “flagelo”. Pero si hace 30 años, desde el sexenio de López Portillo que los regímenes de la revolución mexicana decidieron combatir la pobreza y fenómenos conexos y pese a los recursos y discursos dirigidos, ésta aún persiste y sigue afectando a un número significativo de mexicanos, o bien las estrategias estaban mal encaminadas, o simplemente ni siquiera se comprendía cabalmente el fenómeno que se estaba intentando combatir. En un rapto de honestidad analítica leí casi completo el decreto de la “Cruzada Contra el Hambre” y, en consecuencia puedo adelantar algunos juicios.
Empecemos reconociendo que “hambre” es un término de connotaciones apocalípticas que no expresa cabalmente el problema a tratar, pues son los datos de las encuestas sobre nutrición los que documentan el diagnóstico, donde un porcentaje de alrededor del 25 por ciento de los niños presenta algún síntoma de desnutrición, definida como “un estado patológico ocasionado por la falta de ingestión o absorción de nutrientes”. Ahora, esta falta puede deberse a la “no disponibilidad de nutrientes”, referida como su ausencia física, la “no accesibilidad económica”, o sea hay nutrientes pero no dinero para adquirirlos, o una multiplicidad de factores culturales, sociales, etc. que determinan que la dieta no sea suficiente para los requerimientos. En los casos de campesinos en situación de autoconsumo, si la producción no es suficiente para los requerimientos familiares, la desnutrición es una consecuencia lógica, lo mismo cuando el acceso a alimentos depende de su adquisición en el “mercado” y los ingresos no son suficientes para ello; mucho más complicado es el caso cuando la desnutrición es consecuencia de patrones alimenticios irracionales y tradicionales (como aferrarse al maíz como base alimenticia, cuando la papa o la soya podrían ser mejores opciones) o la tendencia a privilegiar a los hombres, que depriva a las mujeres en el hogar. En consecuencia, una estrategia sencilla y coherente para combatir la desnutrición empezaría con proporcionar un suplemento calórico proteico a las familias en esta situación, siempre y cuando las tengan identificadas, pero no encontramos esta acción en la mentada cruzada.
Por el contrario, jugando a la solución “integral” y postulando el “es mejor enseñar a pescar que dar un pescado”, la cruzada se basa en medidas para mejorar la producción y distribución de alimentos de algunas zonas rurales; mismas medidas que se han estado usando en 50 años y nunca han dado resultado, pues minifundios de tierras poco productivas, como son las de esas comunidades tal vez podrían producir suficiente para el autoconsumo alimenticio, pero no para una dieta balanceada y menos para el resto de necesidades. Lo peor es que al focalizar su estrategia en sólo 400 municipios, deja de lado todos los que sufran el problema y vivan en localidades en mejor situación, como se dio en su momento en Oportunidades. La gran novedad de la cruzada es la ahora famosa “transversalidad”, bárbaro neologismo que significa que el conjunto de dependencias ahora sí coordinarán esfuerzos, al menos en esos municipios; o sea Oportunidades, Procampo, Seguro Popular, etc. se comunicarán y compartirán bases de datos de beneficiarios, lo que para empezar mejorará la manipulación corporativa de estos programas, pues actualmente Oportunidades, con reglas de operación tranparentes, se ha mostrado poco “eficiente” electoralmente pues el PAN perdió siempre en sus territorios, mientras Procampo, controlado por las organizaciones campesinas priístas ha contribuido a mantener al “voto verde” en sus filas.
Lo peor de la cruzada es la incertidumbre que atrae sobre “Oportunidades”, programa que pese a sus limitaciones tiene casi 20 años funcionando; pues para empezar no identifica si los niños desnutridos pertenecen a familias “Oportunidades” o provienen de otros núcleos que el programa no capta y que debieran llevar a revisar su diseño. Por otra parte, aunque se ha señalado que en estos años pocas familias se han “graduado” y dejado de ser pobres gracias al programa, el problema es extrínseco al mismo y al marco conceptual original; pues su propósito era no permitir la “trasmisión intergeneracional de la pobreza”, o sea que los hijos de pobres no fueran pobres, para lo que deberían adquirir nuevas y mejores “capacidades” que los diferenciaran de sus padres, capacidades que se adquirirían por su mayor escolaridad. Lo peor es que esos años de escuela, que ahorita los llevan hasta preparatoria, los pasan en las precarias condiciones del sistema educativo nacional, que si son malas en general, son mucho peores en las áreas rurales pobres donde acuden. De esta manera, para un hijo ser campesino pobre con secundaria no representa ninguna ventaja sobre su padre, campesino pobre con primaria incompleta, sobre todo cuando el resto del entorno permanece idéntico.
Bertold Brecht en algún poema refiere que en Nueva York un hombre ofrecía refugio en invierno a los pobres y añadía “así no se combate la pobreza, pero al menos la nieve destinada a ellos esa noche sólo cae sobre la calle”; de igual manera en este caso, aunque no sea éste el mejor método contra el hambre, si un niño que la sufriría, en cambio ahora come suficiente, sería ya ganancia… veremos.