Finalmente todos los esfuerzos que los seres humanos realizamos día con día se encaminan a la satisfacción de nuestras necesidades vitales. Empero, la lucha por la subsistencia en este mundo globalizado se ha convertido en un juego macabro en el que las mayorías siempre pierden y sólo ganan unos pocos. Debido al sistema rapaz de lucro y competencia en el que vivimos -donde todos adquirimos el grado de “cosas”- el acceso a la alimentación ha dejado de ser un derecho innato resguardado por los Estados. La miseria alimentaria destaca no sólo por sus proporciones cuantitativas (más de mil 200 millones de personas viven en ella en el planeta y cerca de 60 mil mueren diariamente de hambre), sino por las cualitativas: organismos genéticamente modificados (OMG) –producidos por grandes consorcios trasnacionales y con efectos letales que apenas comienzan a conocerse- han constituido la base de nuestra alimentación por muchas décadas.
En este sentido, el equipo de trabajo del microbiólogo francés G.E. Seralini demostró en septiembre de 2012, después de dos años de intensos y detallados estudios (donde se midieron parámetros sanguíneos, hepáticos, hormonales, etc.), que de un grupo de 200 ratas, aquéllas que fueron alimentadas con semillas de maíz NK 603 de Monsanto y su pesticida Roundup presentaban una mortalidad 600 por ciento mayor que las alimentadas con maíz originario, así como también desarrollaban colosales tumores cancerosos. Sus investigaciones demostraron que la manipulación genética de estas semillas con fines agrocomerciales está generando consecuencias nefastas de enfermedad y sobremortalidad en las poblaciones. Monsanto es una empresa multinacional originaria de Estados Unidos que provee de productos para la agricultura y que produce el 91 por ciento de las semillas genéticamente modificadas. Es líder en el mercado globalizado de monocultivos a gran escala y por más de un siglo ha venido construyendo un vasto proyecto hegemónico que pretende controlar la producción y venta de semillas, amenazando así a la seguridad alimentaria de la humanidad y al equilibrio ecológico del planeta. Monsanto, además, recurre a prácticas de explotación y extorsión de pequeños productores para dominar el campo. Tan sólo en 2012 facturó 14 mil millones de dólares y tuvo ganancias por unos 2 mil 600 millones de dólares.
El gobierno neoliberal de Felipe Calderón se caracterizó por su compromiso leal con ésta y otras empresas trasnacionales y en 2009 levantó la moratoria al maíz transgénico autorizando las siembras experimentales. Poco después, Monsanto y Pioneer solicitaron al gobierno federal la siembra de maíz transgénico en más de 1 millón de hectáreas de los estados de Sinaloa y Tamaulipas. Ello, aunado al hecho de que México importa más de 7 millones de toneladas de maíz al año en su mayoría provenientes de Estados Unidos, y de que las autoridades sanitarias en el país permiten la comercialización para consumo humano de 31 transgénicos de maíz, arroz, soya, papa, canola, algodón, jitomate y alfalfa, demuestra la peligrosa y grave situación de nuestro sistema alimentario.
El maíz constituyó para las culturas mesoamericanas un elemento fundamental tanto para su alimentación como para la elaboración de sus mitos fundadores. Estudios han demostrado que la especie Zea mays –oriunda de México y de la cual hoy se conocen cerca de 300 razas diferentes a lo largo del continente- deviene de un largo proceso evolutivo de más de 5 mil años donde el proceso de “domesticación” de la especie silvestre por parte de los indígenas fue clave. El doctor José Antonio Serrato Sánchez en su estudio El origen y la diversidad del maíz en el continente americano (Greenpeace México, 2009) sostiene que “existió un proceso de mejoramiento genético realizado por los campesinos en las comunidades rurales e indígenas de la mayor parte de México, desde tiempo remotos, un proceso continuo que llega hasta el presente. […] El maíz y los pueblos indígenas y campesinos han tenido desde entonces, y tienen hasta ahora, una relación muy estrecha que ha convertido a los campesinos en guardianes de esa riqueza genética”.
Y, sin embargo, estas poblaciones en las que descansa la supervivencia de la diversidad del maíz, están afectadas por factores económicos y políticas públicas neoliberales que los desplazan, empobrecen y destituyen. Graves problemas como la pérdida de tierras y agua para la siembra, falta de apoyos y recursos, favorecimiento a las grandes industrias agrícolas, el TLC, la utilización de semillas transgénicas, las desregulaciones, los bajísimos precios que se pagan a los campesinos y las corruptas complicidades gubernamentales, colocan en riesgo tanto al maíz en su calidad de especie endémica básica para la subsistencia nacional, como a los campesinos y pequeños productores agrícolas que se ven expulsados de sus tierras en busca de mejores condiciones de vida, y finalmente a toda la sociedad mexicana.
Diversos grupos han alzado la voz en contra de ésta y otras prácticas letales. Greenpeace México y la campaña nacional Sin maíz no hay país han realizado vigorosas protestas y ejercido acciones efectivas en favor del campo mexicano. Es momento de decidir si seguimos quejándonos en letárgico desinterés o si participamos colectivamente para definir un cambio.
marcelapomar@yahoo.com.mx