Hace poco más de 200 años, amigo adoptante, usted podía elegir entre una variedad de mexicanos con etiquetas coloridas y rimbombantes que, de entrada, hacían mucho más interesante el proceso de adopción. Según sus preferencias y gustos sobre el maridaje, usted podía escoger entre una variedad de calañas del mexicano de acuerdo a su linaje y alcurnia, el suyo y el del adoptado. Comenzando por la punta de la pirámide de la estratificación social y yendo hacia abajo por la jerarquía recia e inflexible de la Colonia, desde el blanco mancillado –el blanco impoluto estaba por encima de la pirámide, fuera de ésta, pues– hasta el negro inefable, usted podía adquirir un mexicano resultado de alguno de los cruces de los tres colores primarios, blanco, indio y negro: mestizos, mulatos y zambos constituían la primera mezcla y, por ende, tenían privilegios y límites de acuerdo a su tonalidad de café, con mayores posibilidades sociales para los más cercanos a la vainilla y mayores restricciones para los más cercanos al chocolate; de ahí le seguían todas las mezclas posibles y, créame, los mexicanos antiguos, calenturientos, se encargaron de producir y experimentarlas todas: castizos, moriscos, albinos, salta atrás, coyotes, chinos, harnizos, chamizos, lobos, jíbaros, albarazados, cambujos, calpamulatos, tente en el aire, no te entiendo, sambaigos, barcinos, changos y una larga nomenclatura que varían según la lista o retablo que se consulte.
Así, estimado adoptante, en el México colonial usted podía tomarse un café con leche a secas o solicitar cualquier variante que se le ocurriera: más o menos café, más o menos leche, agua, una, dos o tres cucharadas de azúcar, canela, más blanqueado, más colorado o más oscuro. Como dije, la pirámide social de aquellos años, desde la base hasta la punta, estaba hecha de “mezclas” y los ingredientes “puros” no eran parte de la estructura: los blancos estaban por encima, muy por encima, los negros por debajo, muy por debajo, y los indios, pues al lado, muy al lado. Así pues, tenga en cuenta que éste es el origen de la sociedad mexicana como tal, no los aztecas o los mayas –que también tenían jerarquías harto estrictas, aunque muchos en la actualidad decidan obviar esa información–, pero el primer antecedente del mexicano moderno podemos sin lugar a dudas fijarlo ahí, en la época colonial, ahí es donde el mexicano surge como tal y se conforma por primera vez en sociedad, en una de capas firmes e inexorables.
En el México moderno, el de 200 y pico años de edad, el sistema de castas como manera de estratificación social ya no opera; como en la mayoría de las sociedades contemporáneas, en la sociedad mexicana actual sigue existiendo una clara estratificación social, sólo que ahora es de clases. Antes los diferentes estratos sociales eran rígidos e inmóviles, se pertenecía a uno por nacimiento, y sólo por nacimiento, y era prácticamente imposible escapar a las garras de la definición a rajatabla que conllevaba la partida de nacimiento en esta o aquella franja: la base tenía más obligaciones y limitantes que derechos, la punta, más derechos que obligaciones –es decir, más poder político y económico–. Esta forma de racismo –fenotípico, social, político, económico– era un modo de administrar con mano dura la amenaza que suponía que los dominados fueran mayoría y de apaciguar las paranoias de los dominantes, que eran minoría. En el México actual hay un racismo basado en el sistema de clases, que todos niegan pero que todos practican a diario. Sí, ya no se habla de castas, o de razas incluso, pero la discriminación tiene un rostro bien definido, códigos bien claros y se pasea oronda entre todos, y el rasgo económico, por supuesto, es el más descollante de su nueva y renovada fisonomía.
Si usted desea adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos y fomente con fusta la conciencia de clase de su mexicano. Como podrá advertir, los cruces de sangre ahora no importan (feudalismo), sino los de dinero (capitalismo).
Primer paso: si su mexicano es de ésos que por trabajo o talento tendrán éxito en la vida y subirán sin problemas por el escalafón socioeconómico, prepárelo para portar con orgullo la etiqueta de “nuevo rico”, pues por un tiempo ésa será su casta de transición, una especie de limbo que tendrá que sufrir en lo que sus nuevos iguales lo consideran como un natural del grupo.
Segundo paso: si su mexicano es de ésos que no tienen problemas con andar por las ramas, o por el tronco o por las raíces, entonces alístelo para llevar perennemente el marbete de “jodido”, pues ésa será su casta toda la vida: si aspira a más, será un “jodido” por no conocer su lugar, si conoce sus límites, será un “jodido” por no aspirar a más, si quiere poco, será un “jodido” por conformarse con menos.
Tercer paso: si su mexicano es de ésos que por sexo, casual o matrimonial, suben de rango en la jerarquía social, prevéngalo para llevar por siempre el título de “trepador”, pues ésa será su casta invariablemente, que a veces saldrá a la luz y a veces se ocultará de acuerdo a su conveniencia.
Preguntas frecuentes: ¿Los mexicanos son puros? Sí. ¿Los mexicanos son homogéneos? Sí. ¿Los mexicanos son heterogéneos? Sí.