Claudio H. Vargas
Cuando el Partido Acción Nacional (PAN) perdió las elecciones presidenciales el verano pasado, posiblemente muy pocos o quizá nadie, empezando por sus principales líderes, pensó que ello supondría, además de la pérdida masiva de millones de votantes, la deserción de ocho de cada 10 de sus militantes, si es que realmente se les podía llamar así. Al mismo tiempo que el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN daba a conocer este hecho, y desde el otro extremo del abanico ideológico, el dos veces candidato perdedor a la Presidencia de la República del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador, por medio de Martí Batres, solicitó al Instituto Federal Electoral (IFE) el registro oficial para un nuevo partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Al parecer una buena parte de la membrecía fundadora de Morena deriva de otra deserción partidista igualmente masiva y que afectó al PRD una vez concluido el proceso electoral de 2012.
No hay, ciertamente, nada inusual en el hecho de que, ante un debacle electoral y la baja en las expectativas de poder alcanzar en el futuro inmediato triunfos electorales, los partidos políticos vean mermada su membrecía. No ha dejado, sin embargo, de ser inusitada la magnitud de la deserción en ambos partidos, sobre todo considerando que ambos ostentan la titularidad del poder ejecutivo en varias entidades federativas y municipios del país y de que tienen un buen número de asientos en la Cámara de Diputados y en el Senado.
Y si bien las razones de estas deserciones no son las mismas y tendrán también consecuencias políticas muy diferentes, lo cierto es que ambos casos ejemplifican una de las mayores dificultades que tiene nuestro actual sistema de partidos para edificar y consolidar no sólo una democracia más eficaz sino, a su vez, y en un sentido más amplio, un entramado partidista con mayor solidez institucional así como una cultura política de mayor calidad deliberativa.
Esta dificultad se materializa en el hecho de que una buena parte los incentivos que apoyan la formación o reclutamiento de militantes de los partidos políticos –en cualquiera de sus posibles categorías: adherentes, militantes, etc.- están más anclados en prácticas clientelares, adherencias caudillistas, cálculos oportunistas, ánimos arribistas e incluso cinismos mal disimulados (es decir en el conjunto de incentivos que el politólogo italiano Angelo Panebianco llama “incentivos selectivos”), que en compromisos cívicos serios, convicciones doctrinarias o ideológicas responsables o en la ponderación de propuestas o programas en torno al bien común (o “incentivos colectivos” en la jerga de Panebianco).
El resultado de ello son militancias partidistas frágiles, oscilantes y vacilantes. Es decir se trata de militancias cuyo grado de compromiso con el desarrollo institucional y la vida interna de sus partidos así como, a fin de cuentas, su lealtad al partido, depende en lo fundamental de las expectativas que se tengan en cuanto a que la membrecía del partido esté o no en condiciones de garantizar ascenso social y económico, influencia política o acceso preferencial a bienes y servicios o a contratos públicos. La ventaja de la racionalidad de esta militancia es su transparencia y simplicidad: si las expectativas de satisfacer los intereses o aspiraciones personales (o incluso de grupo) son razonablemente buenas, la permanencia en el partido se dará por más tiempo de lo que ocurriría si dichas expectativas disminuyen o se disolvieran del todo. Ello, y no otra cosa, es lo que indica la vigencia y fecha de caducidad de este tipo de militancia.
No sorprende, entonces, que los militantes formados a partir de los “incentivos selectivos” sean, casi por definición, militantes con un pie en la puerta de salida. Se trata de militantes poco interesados en el avance doctrinario o ideológico del partido al que se ha adherido, que no les preocupa en demasía la calidad y pertinencia de los programas de gobierno o propuestas de políticas públicas que su partido pueda ofrecer, y a los que, finalmente, tampoco parece desvelarlos la estabilidad y durabilidad misma de su partido. Apenas si cabe añadir que la aportación de esta militancia a la madurez institucional y la calidad deliberativa de sus partidos suele ser nula cuando no contraproducente.
Con todo, de ello, no se sigue que este tipo de militancia -frágil, oscilante y vacilante- sea inocua. De hecho puede ser una fuente permanente de inestabilidad en la vida de los partidos políticos en particular y del funcionamiento del sistema de partidos en general. La razón de ello es que, como bien ha escrito Panebianco, son estos militantes quienes “suministran la principal masa de maniobra de los juegos entre las facciones, constituyen a menudo la base humana de las escisiones y representan un área de turbulencia.”
La deserción masiva de los panistas, incluyendo la de algunos personajes tan políticamente chanflones como el ex-presidente Vicente Fox, muestra el grado de prevalencia que existe en el PAN de esta militancia oportunista y arribista. Pero, al parecer, no todos pueden verla. Ante la necesidad de dar una explicación a la deserción de sus militantes, el presidente del CEN del PAN, Gustavo Madero sólo atinó a declarar que “el PAN es un partido de ciudadanos, de hombres y mujeres libres que a diferencia de otros partidos políticos rechaza abiertamente el corporativismo, el clientelismo y cualquier tipo de afiliación masiva”. Como se precia prefirió ignorar que una buena parte del crecimiento de la membrecía que su partido tuvo en los últimos 12 años se explicaba, en muy buena medida, tanto por el oportunismo, arribismo e incluso el cinismo de muchos de sus nuevos afiliados como por la muy alta propensión de sus dirigentes (sobre todo a nivel estatal) y de las distintas facciones políticas actuantes al interior del PAN de hacerse, más que de apóstoles de la democracia, por usar una expresión que alguna vez tuvo sentido, de secuaces, aliados y cómplices.
La constitución de Morena supone una historia diferente, pero no por ello está ausente aquí el influjo de los “incentivos selectivos”. En buena medida la membrecía del nuevo partido se nutre de quienes desertaron del PRD no sólo a partir de la segunda derrota electoral de López Obrador –artífice y casi único pretexto para la constitución del nuevo partido- sino también ante la paulatina pérdida de posiciones de poder claves al interior del PRD. Esto, en la historia de la izquierda mexicana, no es nuevo: Morena repite, en muchos sentidos, una historia de deserciones y escisiones que nos hablan no sólo de la incapacidad casi genética de la izquierda para gestionar creativamente sus diferencias, disidencias y heterodoxias, sino también de la influencia que conservan las militancias partidistas construidas, entre otras cosas, por la anacrónica fascinación del caudillismo, iluminado o no. En todo caso, el Presidente del Comité Ejecutivo de Morena no ha perdido la oportunidad de dejar claro que, para todos los efectos, Morena antes que un partido es un movimiento (cualquier cosa que eso signifique), lo que no deja de ser una forma curiosa de dejar la puerta abierta no tanto para el ingreso como para las futuras y eventuales deserciones.
Nota: La cita de Angelo Panebianco proviene de su libro Modelo de Partidos. Organización y poder en los partidos políticos, Alianza Editorial, 1990. La de Gustavo Madero, de la presentación que realizara el pasado 7 de enero ante los medios de comunicación nacionales de los resultados del “Proceso de actualización, refrendo y depuración del padrón de adherentes y miembros activos del PAN”. La declaración de Martí Batres fue realizada en el momento en que presentó ante el IFE la solicitud formal de registro de Morena como partido político el 7 de enero.