La Política Madre / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

La buena noticia es que la cuenta regresiva del “precipicio fiscal” en que estuvo concernida la economía de los Estados Unidos, tocó su campanada cero, que salvó de manera milagrosa a los millones de contribuyentes con ingresos menores a los 450 mil dólares anuales, de ver incrementada su tasa onerosa de contribución al erario público; dejando esta carga a la otra más pequeña masa de contribuyentes que están catalogados allende esos deciles superiores de ingreso. Decisión de Política Fiscal convertida en Ley que zanjó de un solo tajo la febril disputa por diferenciar a la población contribuyente con una carga equitativa a su relativo poder adquisitivo, y con ello salvar de una caída cierta en el abismo financiero a la nación norteamericana en su conjunto.

Probablemente aún no alcanzamos a valorar en todo su esplendor, el sentido y el significado de estas políticas de Estado que, con su sola presencia en el mapa de la economía mundializada, son más que elocuentes de que el asunto de que se trata en esta crisis global, no es el de ahondar aún más las desigualdades sociales, sino el de allanarlas lo más posible, para hacer viable el nuevo detonante de la generación de riqueza para poder crear empleos productivos; y con ello salvarse de caer en el abismo de un sistema capitalista fallido.

Las decisiones tomadas tanto en el Senado como en la Casa de Representantes y finalmente en su promulgación de Ley por el Ejecutivo del pacto federal son la foto instantánea de un sistema que asume la opción por una redistribución de las cargas fiscales de la sociedad que, al final, son vehículo para redistribuir la riqueza de la Nación. Separamos para unir, distinguimos para construir la unidad. Imponiendo la sensatez sobre el crudo egoísmo y la irredenta obscenidad por la apropiación de riqueza a no importa qué costo.

Cuando hablo con este plural figurado no quiero decir que quienes vivimos debajo de la frontera de cristal estemos involucrados en esa precisa solución, sino que como parte del sistema del Capital que somos, aquí y ahora, nos interpela este tipo de solución. Anteponiéndonos, a querer o no, un poderosísimo antecedente que “nuestra propia reforma hacendaria” tendrá que considerar como opción viable, para también salvar nuestro propio “precipicio fiscal”, aunque aquí todavía no queramos llamarlo así.

Desde luego que no se puede, ni se debe copiar así una política pública; pero, en el actual estado de cosas en el reino de capital global, las decisiones no pueden tampoco dirigirse en sentidos opuestos, ni mucho menos contradictorios. El sistema, por definición, llama a la homogeneidad para salvar su equilibrio intrínseco, o dejaría de ser tal. Y en el caso prevalece, además, su calidad de Capital dirigente, hegemónico y central.

El pueblo norteamericano acaba de decirle al mundo que no acepta el suicidio en tanto Nación como solución de equilibrio al mercado mundial; optó por redistribuir las cargas y las tasas de acumulación de riqueza dentro de un todo social, gerenciándolo bajo principios de Gobernanza para modalizarlo en uno un poco más armónico, menos asimétrico y más cercano al ideal de la igualdad social, que sin esa alternativa de política explícita sería letra muerta constitucional.

Es decir, optó activa y positivamente por frenar el rampante ritmo de acumulación de riquezas en pocas manos, para inducir un cambio distributivo de la riqueza que atempere las ineficiencias distributivas del capitalismo salvaje, y permitir que el todo social sobreviva a la barbarie de un despojo simulado pero imparable y, como está a ojos vista: crecientemente depredador y por ende depauperador.

En mi anterior entrega, aludíamos a esta imagen apocalíptica del sistema económico globalizado de cuya resolución pendía y pende el futuro de los 7 mil millones de hombres y mujeres en el mundo actual. Un estado mundial de cosas que, finalmente viene a ser tomado centralmente en cuenta, y evita al resto de la humanidad un holocausto financiero de impredecibles consecuencias sociales y políticas en cada estado nacional.


México, bajo la gerencia emprendida por su nuevo gobierno, debe fajarse en la misma arena con las condiciones propias de su “precipicio fiscal” –aunque no le quiera llamar así-. Aquí caballerosamente le llamamos “reforma fiscal”, pospuesta por cierto por décadas. En que enfrentamos acríticamente el tótem tributario del IVA al más del 15 por ciento o bien generalizado a medicinas y alimentos, como también –con inmoralidad pública ostensible- sucesivas Administraciones someten a obediencia obcecada la inamovible regla férrea del ISR de cargar macro-dosis a las ya muy vulneradas clases medias cautivas y aun a las mil veces celebradas Pymes; y todo por exorcizar a los deciles de contribuyentes mayores, a los intocables mercados bursátiles y a sus derechos especiales de giro, de su obligación intrínseca de también pagar el tributo impositivo al país que le da sustento a su condición privilegiada de riqueza.

La seriedad y profundidad de ésta nuestra reforma fiscal tendrá que acusar cambios efectivos y reales a este esquema de inadmisible por inmoderada acumulación de riqueza, en tanto que depaupera y mina la calidad de vida y el acceso a los satisfactores mínimos de las necesidades básicas del mayoritario colectivo social. Por primera vez, en muchos años, la Política Madre de todas las políticas, ésta la Fiscal, debe ser tal que rija con mano firme pero equitativa la distribución de la riqueza de la Nación; sin obsecuencias de tratamiento especial a quienes ya viven en la afluencia proteccionista de las ubres del capital.

O dígame usted, si no, es ya francamente inadmisible y moralmente intolerable el estado de excepción que vive la fracción bancaria del Capital en México que obscenamente muestra la desnudez de sus tasas de cargo mayores al 50 por ciento cuando las de rendimiento se fijan inamoviblemente en los 4 y 5 puntos porcentuales; las Tasas 0 por ciento para transferencias bursátiles de gigantescos movimientos de capital, pero se observa religiosamente el desliz de los precios del gas doméstico, la gasolina y el diésel o las tarifas de energía eléctrica a las que además se suma el costo del alumbrado público. Perlas como éstas deberán ser escrupulosamente revisadas, o no estamos en serio acometiendo nuestro precipicio fiscal.


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