- Habló sobre sus inicios en las letras:
Fue por imitación; pensé que no era tan difícil rimar, como hacían Díaz Mirón y Rubén Darío
- Contó que su ruta creadora se bifurcó entre la lírica y la publicidad
- Sobre la inspiración, dijo:
Es como el amor, se aparece un ratito y te mueve
Ericka Montaño Garfias
Periódico La Jornada
Francisco Hernández caminó sobre dos rieles: el de la poesía y el de la publicidad. El primero, por imitación; el segundo, para ganarse la vida. El poeta, galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2012, fue el invitado en la primera sesión del ciclo Guías Literarias, que se realizó el jueves por la noche en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.
Creo que comencé en la poesía por imitación, respondió el poeta a la primera pregunta de la noche. “Había unos cuantos libros en casa de mi padre y pensé que no era tan difícil rimar, como hacían Díaz Mirón y Rubén Darío. Traté de hacer unas rimitas por ahí, unos versitos por allá; con los jaraneros y sus coplas traté de hacerlo, se fueron quedando en el olvido, me interesó más el béisbol, otras cosas, como tratar de sobrevivir en la secundaria y poder estudiar algo para vencer.
“Mi padre hacía mucho énfasis: ‘ni creas que vas a ser escritor. Tienes que ser un hombre de bien’”, y retomó el inicio del libro La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, en una traducción de Guillermo Fernández, poeta y traductor asesinado el año pasado. El libro fue publicado por la Universidad Veracruzana.
En la última conversación que tuvieron, Guillermo Hernández anunció a Francisco que el libro ya estaba en imprenta. Lo esperé y hoy lo encontré en una librería a 35 pesos. Así, este diálogo con sus lectores se convirtió también en un pequeño homenaje a Guillermo Fernández.
El desconocimiento de uno mismo y la literatura
“¿Cómo empieza La concienca de Zeno?: ‘El doctor me dijo que empezara mi trabajo con un análisis de mi propensión al humo. Escriba, escriba. Ya podrá verse por completo’. Quizás inconscientemente el acercamiento con la literatura se da por un desconocimiento de uno mismo”, dijo Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, Veracruz, 1946).
“Llegó un momento en que me pregunté: ‘¿Tendrá razón mi padre, de que si sigo escribiendo, voy a cabar como mi tío Florencio: borrracho en una calle, enamorado de una mujer casada?’ Traté de abandonar y dedicarme a llevar una vida recta, a estudiar, y eso provocó que jamás pasara de primero de prepa. Lo intenté en mi pueblo, en Jalapa, y aquí, en el Plan Sexenal.
“Ya estaba de regreso al pueblo, ya bastante cerca del alcohol, cuando vi un anuncio que decía: ‘¿No sabe qué hacer con su imaginación? Escuela Técnica de Publicidad’. Le dije a mi padre: ‘Dame un chance más, aquí está el recortito, y se supone que la publicidad se hace escribiendo, escribir para ganar dinero’. Me dio el dinero por última vez, y me dijo: ‘Vete y no te quiero volver a ver’. Así llegué acá y escribí publicidad durante 29 años.
“Creo que tienen mucho que ver la publicidad y la poesía. La publicidad me enseñó a responder a las órdenes de trabajo: son las cinco de la tarde y tienes que escribir tres comerciales de televisión, cinco de radio y un catálogo, porque mañana viene el cliente. Y eso se pasó a la letras, a escribir un libro cada año.
Desde luego que la máscara se me pudo haber caído, pude dedicarme a la publicidad y no intentar la escritura poética. No fue así, pude ir por dos rieles al mismo tiempo, transportarme por los rieles de la poesía y la publicidad, porque me di cuenta de que podría trabajar como publicista, tener dinero para ganarme mis cuatro primeros libros y seguir escribiendo alterando a veces los lugares: publicidad en casa, poesía en la oficina. Era unos de los riesgos, pero se trataba de cumplir con el trabajo.
Francisco Hernández, Premio Xavier Villaurrutia y Aguascalientes de Poesía, tiene más de 20 libros publicados, entre ellos Gritar es cosa de mudos, Cuerpo disperso, Oscura coincidencia, De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios, En las pupilas de quien regresa, Moneda de tres caras, Mascarón de prosa y Población de la máscara: 62 autorretratos.
Soy mal lector de novelas
Escribe para un lector, mentiría si digo que escribo sólo para mí. Se mantiene en esa exploración de sí mismo en forma constante, no fue un lector voraz en la infancia y le interesaba más leer sobre deportes o historietas, pero fui cambiando hacia la poesía. Actualmente soy muy mal lector de novelas, pero la poesía es casi diaria. No hay horarios ni rutinas para escribir o leer, y cree en la inspiración: es como el amor, algo que se te aprece; quizás dura menos que el amor, se te aparece un ratito. Algo que te mueve, una especie de energía.
Y pregunta el público: ¿Actualmente, cuál es el papel de la poesía en México?… El poeta retoma el libro de Italo Svevo, el prólogo de Sergio Pitol y lee: La palabra libro está muy cerca de la palabra libre. El libro es un camino de salvación. Una sociedad que no lee es una sociedad sorda, ciega y muda.
Lo cambiamos, propuso, por una sociedad que no lee poesía, y es lo mismo. Es una sociedad ciega sorda y muda; la poesía tiene que estar ahí, independientemente de quiénes la denigren.