Guía para adoptar un mexicano / El viaje a la patria - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Sin importar los motivos para hacer un viaje –recreación, trabajo o estudios–, cuando usted sale de su país seguramente tendrá experiencias nuevas y diferentes, las busque o no, tenga el tiempo o no. En su destino o destinos notará las diferencias de clima, de organización de las ciudades, de modos y mañas de los lugareños, de vestimenta, de hábitos alimenticios, del vaivén de la vida en general, a sus ojos extraño y, por ello, fascinante, a los de los nativos simplemente cotidiano. Si lo suyo es el voyeurismo, su mirada hallará diversos deleites: la arquitectura, la fisonomía y belleza de las personas, los museos. Si lo suyo es el disfrute del anonimato y le gusta abandonarse a sí mismo en una urbe ajena para reencontrarse al final de la experiencia, las calles, callejones y recovecos citadinos seguro le proporcionarán la vida secreta que requiera y se la conservarán ahí, quietecita, para cuando decida volver y retomarla. Si lo suyo es la glotonería, el itinerario de degustaciones regirá la bitácora con el solo objetivo de ausentarse de la realidad por un olor, por un sabor, peregrino, íntimo.

En el extranjero el mexicano puede llegar a dar muestras de necedad que desconocía en su territorio. Extrañamente, en casa propia –literal o figurada– el mexicano es amigable, de brazos abiertos e, incluso, hasta cosmopolita. Pero si llega a abandonar los confines de su terruño incierto e inverosímil –al que llama país–, adopta todos los rasgos chovinistas y recalcitrantes para asegurarse de que se le identifique según los estereotipos que le vengan cómodos en ese momento. Recreación, trabajo o estudios, no importa, allende las fronteras, los connacionales insisten como nunca en todos los lugares comunes, los clichés y las visiones folcloristas que haya sobre el país y sobre los mexicanos. Cuando el mexicano viaja al extranjero, lleva en la maleta al México de souvenir.

Es fácil localizar a un mexicano en, por poner un ejemplo, Londres, Berlín, París o Nueva York, sólo busque un sombrero que sobresalga entre la muchedumbre o un sarape multicolor que chille en el paisaje. Cuando abandonan el territorio nacional, los mexicanos lo primero que extrañan de su patria es la comida, aunque durante toda su vida detestaran el chile, los frijoles o la tortilla y siempre optaran por platillos con menos sazón autóctono o paquetes llenapanzas de franquicias de comida rápida, en el extranjero añoran unos tacos de tripas o unas tortas ahogadas, aunque nunca los o las hayan probado. Para el mexicano lo mejor de ir a París es descubrir que a la vuelta del Louvre hay un paisano con un puesto callejero de tacos y que, además, saben casi igual que en México; lo mejor de Munich, por mencionar una ciudad alemana, es descubrir que entre los jóvenes alemanes está de moda tomar cerveza Corona a precios estratosféricos; lo mejor en cualquier pub londinense es emborracharse con tequila y entonar a capela canciones rancheras para el deleite del respetable anglosajón, habituado y ya cansado de las tonadillas celtas y bretonas de viejos druidas; para el mexicano, lo mejor de viajar a cualquiera de las cuatro esquinas del mundo es toparse y conocer a otro mexicano, qué suerte, dirán, qué coincidencia, qué pequeño es el mundo, mira, un mexicano en Tombuctú, dos, de hecho, ¡vamos a conocernos!

Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga al pie de la letra las siguientes instrucciones, pues resulta una fantochada poco práctica y muy cara viajar al otro lado del mundo para conocer al vecino y sentir nostalgia por cosas o modos de la tierra natal que desconocíamos hasta ese momento.

Primer paso: para atenuar los arrebatos berrinchudos de su mexicano, cuando viajen al extranjero asegúrese de llevar toda clase de artilugios que puedan ayudar a calmar las ansias patrioteras y sentimentaloides de su recién adoptado. Tan grave como olvidar el pasaporte, los boletos de avión o la tarjeta de crédito, puede ser viajar con un mexicano sin un kit de fiesta espontánea y bullanguera. Nunca se atreva a olvidar los siguientes ítems: sombrero, de charro, de ranchero o de peón, si los compró en el aeropuerto o en una tienda de disfraces, no importa, a donde vaya no distinguirán la diferencia entre auténticos y copias baratas, su mexicano tampoco; corneta de hule, matraca, sarape rainbow, bolsita de confeti y bigote postizo.

Segundo paso: para calmar el apetito de su mexicano y su súbito deseo por los sazones de su tierra, hasta ese momento despreciados, cargue siempre en el itacate las siguientes viandas: un kilo de tortillas, un queso panela, una lata de frijoles, un ate de guayaba –aunque se corre el riesgo de que se le confunda con explosivo plástico– y varias botellas de salsa Tabasco que usará con todos los alimentos, no importa que el origen de esta salsa no sea mexicano, nadie lo notará, su mexicano tampoco, solamente sentirá ese ardor en la lengua que tanto le “recuerda” a su país.

Tercer paso: para aplacar la simplonería y limar las aristas de imprecisiones e ignorancias históricas, aproveche la ocasión del viaje al extranjero para ilustrar el lienzo cándido de su mexicano, la cerveza, el tequila, la comida, la música, el vestido, en fin, esos usos y costumbres tan mexicanotes provienen por entero o en parte o se realizaron por influencia de forasteros… pero mejor no haga nada, pues sin importar lo que diga, su recién adoptado lo negará todo, que así sea.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es cosmopolita? Sí. ¿El mexicano es nacionalista? Sí. ¿El mexicano es provinciano? Sí.



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