Una de las principales críticas de los poderes judiciales, en especial los de revisión, es que muchas de las veces lejos de analizar el asunto jurídico como un todo, lo aíslan en tecnicismos que terminan siendo inútiles en el contexto de la realidad. No quiero decir que la sentencia de la Corte en el caso Cassez no haya sido apegada a un sistema garantista, lo que me parece es que los ministros debieron haber ido más lejos, pues a pesar de que fue una resolución protectora, ha contribuido a aumentar la profunda crisis en la percepción sobre la justicia que existe en este país. Y es que el tema está en boca de todos, algo que pareciera que es estrictamente jurídico, ha trascendido de tal forma que cualquiera que salga a la calle lo escuchará en voz del taxista, el tendero, en todos lados, y la voz es unánime un sentido negativo: la justicia de México es una porquería. Y es que nos debe quedar claro, para el común de la gente, la justicia es todo el aparato burocrático y no existe diferencia entre autoridades investigadoras, juzgadoras y ejecutoras, todas perdieron, todas aparecen ante la opinión pública como corruptas. Lo dijo Katia D’Artigues en su columna de esta semana: los mexicanos estamos encabronados. Con esas palabras, no se puede decir de otra forma.
Millones de mexicanos quisieran tener en sus manos un death book para acabar con este sistema que los tiene tan decepcionados. Y es que cuando escuchaba la impotencia de la ciudadanía frente al caso (todas las referencias en Facebook trágicamente divertidas) me acordaba de The death book, franquicia japonesa que nació con un manga y se transformó en ánime y películas con amplio éxito en el país del sol naciente. Light, un brillante estudiante de preparatoria, encuentra un cuaderno llamado Death Book, con el cual se puede asesinar a una persona, sólo basta escribir el nombre de la persona y visualizar su rostro, y morirá 40 segundos después. Idealista, pero sobre todo decepcionado de la amplia impunidad que escucha en los noticieros, Light ve en el extraño cuaderno la forma de liberar a su país de muchos criminales o sospechosos a los que la justicia no se atrevía a tocar.
El death book pertenecía originalmente a un shinigami (dios de la muerte japonés) llamado Reik que al estar aburrido decide tirarlo en la tierra. A partir de que comienzan las muertes de diferentes criminales, la policía internacional comisiona a un investigador privado, llamado L (igualmente un brillante joven) para que se encargue de descubrir al misterioso asesino, de esta forma comenzará una trama llena de estrategias y contraestrategias entre ambos personajes. El ánime (37 capítulos que pueden verse en Youtube) es sumamente entretenido e inteligente, no sólo por sus intrigas y estratagemas, por su excelente guión y animaciones de lujo, en el fondo esta lucha tan bien entramada entre la justicia del estado (el investigador L) y la justicia por propia mano (Light) hacen que el espectador no tome una postura clara en uno u otro bando. En suma el producto (ánime-manga-película live action) es un excelente thriller centrado en la lucha psicológica entre dos personajes, pero sobre todo con fuertes contenidos sobre los conceptos de moral y justicia, cuando en todo el mundo pareciera que las instituciones han fallado, ¿hasta dónde es válido hacerse justicia por propia mano? ¿Hasta dónde son necesarios antihéroes como Light?
Y esto es precisamente lo que creo que en algunos mexicanos pasa por su cabeza: las ganas de tener en su poder un cuaderno que pudiera acabar con todos esos criminales indeseables, de ésos a los que la justicia (llámese ministerio público o jueces) no puede poner fin, con todo el peligro que implica ese sentimiento: Light cuando descubre su poder, decide erradicar a todas las malas personas, ser el nuevo dios del mundo.
Conste, no quiero decir que la Corte no actuó en justicia o bajo una perspectiva de respeto absoluto a los derechos humanos, así fue, cualquier jurista lo puede comprender. Sin embargo, en un caso tan delicado ¿no debió haber ido su actuación más allá del simple amparo, buscar una justicia más amplia que permitiera no sólo contentarse con salvaguardar las garantías del reo sino también de las víctimas? Cierto, desde una perspectiva ortodoxa, los puritanos del amparo dirán que la Corte no está facultada para ello, pero –si seguimos ese criterio- tampoco lo estaba para dar el amparo liso y llano, en todo caso debió haber hecho lo que alegaba el ministro Cossio, anular las pruebas inconstitucionales y devolver el expediente al juez natural de la causa para una nueva sentencia. Sea como sea -es muy triste- me parece que bajo cualquier posición, con una sentencia tan puritana en un caso tan delicado, el que perdió fue el estado de derecho en México.