Hacia el año cabalístico de 1999, en torno al proceso electoral en ciernes, me permití la libertad de proponer el Decálogo de un nuevo Catecismo para Electores Remisos, sin duda emulando y con todo el propósito, a imagen y semejanza del Indio Remiso de cuya catequesis dio magistral cuenta Carlos Monsiváis. Decálogo que debiera cada “elector remiso” aprender de memoria, o “de corazón”, “by heart”, como dicen los anglosajones y también los Tzeltales.
La única pretensión consiste en aportar una recta enseñanza al Elector Remiso, para que aplique con todo el coraje de un corazón noble la normatividad imparcial que debe regir las contiendas por el poder político; ya que ante el incrédulo, el de corazón torcido, el de lengua viperina, aquel de dura cerviz y peores instintos siempre prevalecerá la inviolable norma normante y no normada a su vez de la Palabra verdadera; de la imagen auténtica del que se juega el físico en un debate político de altura; de aquél que habla con verdad, del que no promete para luego incumplir, del que posee el valor civil y la rectitud de intenciones para reconocer sus limitaciones, pero que a la hora buena de manifestarse al pueblo, lo hace con autenticidad y con la actitud humilde del auténtico servidor de los servidores de la cosa pública. Y que yo sepa, esto sigue vigente.
Aquí inserto, por obvia brevedad del espacio editorial, el décimo mandamiento del Decálogo de nuestro Catecismo para Electores Remisos que es: “No codiciarás las cosas ajenas”. Las venerables fuentes del Libro del Éxodo (Yahvista, Elhoísta y Sacerdotal) en realidad resumen el 9º y el 10º en un gran precepto síntesis: “No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”.
Por otro lado, la jurídicamente bella, explícita y precisa fuente Deuteronomista, resume diciendo: “No desearás la mujer de tu prójimo. No codiciarás nada que sea de tu prójimo”. De esta respetable tradición bíblica podemos deducir que el núcleo o punto central del mensaje se encuentra en alertar contra la concupiscencia, cuya raíz latina no significa otra cosa que el deseo inmoderado o avaricia por el poder de dominio y la riqueza.
Para aplicación de nuestro Elector Remiso, al llegar a este punto de su catequesis ética-electoral, cae en cuenta que está tocando el meollo de todo el asunto electoral en que ha venido siendo indoctrinado: su opción al voto y su elección particular del voto. Al respecto, este precepto último, pero no menos señero que los anteriores nueve, tiene la virtud de recapitular todo lo dicho por la Ley y los profetas del sistema electoral completo; porque hace radicar precisamente la suerte final, en la prohibición estricta de la codicia, el deseo desordenado, la avaricia de los bienes y posesiones que conlleva el acceso al poder político; máxime cuando se sospecha o se denuncia que esta codicia ha corroído de fondo el proceso mismo de persuasión o vulgarmente dicho “la compra del voto”. Como profusamente se estiló en la campaña del 2012, y se acaba de dictaminar por el IFE en el caso de Monex y otras sutiles linduras de procedimientos para acopiar votos, quebrantando flagrantemente el mandato de no codiciar las cosas ajenas.
Al día de hoy, muchos quisieran que esta molesta preceptiva de la moral no tuviera nada que ver con el ejercicio de la política, y con obvia razón porque una vez aceptada la fuerte liga, o correlación, diría el pedante politólogo, entre la Ética y la Política no queda otro recurso que comportarse con la rectitud y exigencia que tan alto honor merece.
En contra, si de antemano se acepta la desvinculación entre moral y acción política, entonces, todo es posible… Dejamos al cura en su capilla, a los santos en sus nichos, a los enjundiosos tratados de ética en los anaqueles polvorientos donde pueden ser contemplados y hasta admirados, pero irremisiblemente separados de la práctica, praxis, corregirá de nuevo el pedante politólogo. Dejamos, decíamos, para la inercia y la inoperancia el imperativo de la rectitud y del deseo ordenado en la acción concreta de la cosa pública.
Pues bien, en este estricto Decálogo, ni la fusión entrambas realidades ni su posible separación quedan al libre arbitrio y mucho menos a la fértil conveniencia de quien aspirara a tal libertinaje. Para bien de la República y de la ciudadanía militante por la democracia y la libre autodeterminación ciudadana, es menester que prevalezca la fusión indisoluble de la ética y la política, al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto, como asentaría la lógica filosófica.
No puede haber desvinculador potencial, virtual o real capaz de desvincularlas o escindirlas, que prevalezca, y ello para obtención exclusiva de su libertina concupiscencia y egoísta conveniencia.
Lo que manda y lo que impera en esta vinculación necesaria es la relación que fusiona y comanda estas dos vertientes de la praxis humana, ahora sí sin eufemismo: el ser ético-político y el ser político-ético. Un principio de unidad básica que es la médula de cualquier acción que se precie de poseer calidad auténticamente política; lo otro… la codicia, es sucia, vergonzosa, lujuriosa, interesada, pervertida, libidinosa avaricia y concupiscencia de los bienes ajenos.
Y, por favor, aspirantes y candidatos, aquí no vale el reduccionismo de que no, pues yo soy “libre-prensador”, o yo soy “agnóstico”, o yo soy respetuoso de las creencias ajenas, pero las mías son muy especiales; o tantas y tantas de esas otras poses, posiciones o autodefiniciones que por muy engolado y pretenciosos que parezcan sus justificantes, al final no expresan sino su cruda avaricia y concupiscencia libidinosa. El Elector Remiso debe llamarle, en correcto español, “al pan, pan y al vino, vino”.
No obstante, algunos han querido confundir a nuestro Elector Remiso haciéndole parecer que la política es cosa de hombres superiores, aquéllos que están por encima del juicio de los pobres y miserables mortales que andan “descalzonados” por ahí, –nótese el epíteto del tiempo-. Electores Remisos que rememoran a aquellos ciudadanos que el historiador Luis González llamó “el quinto, acurrucado”, refiriéndose a juan-pueblo; esos ciudadanos que son importantes el día de la elección, pero pasan a ser imágenes fantasiosas en el punto post-electoral que otorga triunfos y jugosas haciendas, como diría Sancho. Y esa esclavitud bajo los “hombres o mujeres necesarios” es inadmisible dentro de este Decálogo. El Elector Remiso debe aprender y defender su inalienable derecho al voto y a elegir con el poder de su voto. Amén. Amén.