Hace unos días mi buen amigo Claudio Vargas dedicó un artículo muy bien informado y muy bien escrito al empleo en México. Dijo, en ese mismo texto, que los tres problemas económicos del país eran dos y finalmente se refirió a uno sólo. Para disminuir esa precariedad en la problemática económica mexicana, me propongo, en esta ocasión, agregar dos temas más al comentado por Claudio. Para ello recurriré a la reconocida autoridad de Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008. En su lúcido libro, ya un clásico contemporáneo: The Age of Diminished Expectations (La Edad de las Expectativas Disminuidas), Krugman, establece una concisa trinidad. Emplea para ello la comparación con la vida de un individuo. Una persona, dice, no necesita muchas cosas para tener una vida satisfactoria. Si dispone de un buen trabajo, de buena salud y de un amor sincero podrá enfrentar, con fuerza y entereza suficientes para vencerlas, las dificultades que le sobrevengan.
En el caso de la economía, indica, hay tres conceptos que definen lo “satisfactorio”: la productividad, el empleo y la distribución del ingreso. Si esos tres elementos se comportan bien no habrá graves problemas. Y si ocurren situaciones difíciles por cualquier otra circunstancia, se podrán arreglar sin mayores dificultades. Por el contrario, si al menos uno de esos rubros no se ajusta a los valores que deben mantener, según la experiencia generalmente aceptada, la cosa cambia de modo radical. En este caso, si hay malos funcionamientos en otros dominios de la economía, revertirlos será una tarea ardua en extremo. Revisemos de manera sucinta estos conceptos con atención a ciertas facetas de su comportamiento en la economía mexicana.
La productividad debe mantener un crecimiento sostenido. Desde la introducción de las hachuelas y otros instrumentos cortantes de piedra hasta la actual tercerización de la economía (papel preponderante de las actividades terciarias, como el comercio, los servicios, etc.), apoyada en la tecnología digital, pasando por la Revolución Industrial, la productividad ha sido un factor crucial en el desarrollo de las sociedades humanas. Ha influido de modo relevante en la capacidad de la economía para atender el crecimiento de las necesidades de una población también creciente. Es cierto que hay aún amplios segmentos de seres humanos con carencias graves, pero sin las innovaciones referidas, acaso no hubiéramos sobrevivido como especie.
Los incrementos de la productividad están asociados, por lo general, con el desarrollo tecnológico. La domesticación de plantas y animales, la introducción de la máquina de vapor y los telares mecánicos durante la Revolución Industrial determinaron, en distintos momentos, cambios radicales en la vida de una amplia proporción del mundo. La computadora digital y las modernas telecomunicaciones motivan hoy cambios sustanciales en nuestras actuales formas de vida a las que es necesario ofrecer las adecuaciones sociales pertinentes…pero ésa es otra historia.
En los tiempos que corren, una parte considerable de la tecnología se deriva de la ciencia. Ciencia, tecnología y sociedad del conocimiento, o del aprendizaje colectivo como comienza a llamársele, están, sin duda, ligados a la productividad. Por consiguiente, inciden en la “salud” de las economías y en su capacidad de satisfacer necesidades y aumentar la calidad de vida. Sin embargo, este asunto de la sociedad del conocimiento o del aprendizaje colectivo no sólo consiste en aumentar la participación en el PIB del gasto e inversión en ciencia y desarrollo tecnológico. No es sólo un asunto de dinero como algunos comentaristas nos quieren hacer creer. El tema es más complejo y tiene implicaciones en la cultura y en la estructura institucional de las sociedades, puntos que, por ahora, no vamos a abordar aquí, pero si subrayaremos que tanto cultura como instituciones desempeñan un papel crucial en la consolidación de los efectos positivos de la productividad.
En México, la productividad, según datos del INEGI, no ha aumentado por lo menos entre 2005 y 2011. En el concierto de los países latinoamericanos, el nuestro ocupa el séptimo lugar entre los 19 considerados. Chile y Costa Rica, por ejemplo, nos superan. Según conjeturan algunos especialistas, si la productividad en nuestro país hubiese crecido a tasas similares a las de los países con más amplio aumento en este rubro, el ingreso per cápita real se hubiese incrementado alrededor de un 50 por ciento.
En el caso del empleo, Claudio Vargas ha publicado en este mismo periódico, el día 17 de este mes, un muy interesante examen de la situación laboral del país. De acuerdo con ese escrito, hay en México cerca de 29 millones de personas ocupadas en actividades propias de la economía informal; esto es, cerca del 60 por cientio de la población económicamente activa se desempeña laboralmente en la informalidad. Y como se sabe, la informalidad no favorece el aumento de la productividad y tiene, por lo general, nulos efectos fiscales.
El tercer punto, según la trinidad de Krugman, es la distribución del ingreso. Este concepto tiene implicaciones diversas. Entre ellas se cuenta su efecto en contra de la capacidad de ahorro del país, y, por consiguiente, la limitación que ejerce sobre las posibilidades de inversión, entre otros aspectos nocivos. Estos efectos desfavorables inducen consecuencias negativas para el crecimiento económico endógeno, como debe resultar evidente. El delicado equilibrio, desde mi perspectiva, que debe prevalecer entre el crecimiento económico fundado en nuestras propias capacidades, y el que se produce a partir del aprovechamiento de las capacidades de otros países, es tema que merecería un amplio tratamiento aparte.
Simón Kuznets (Premio Nobel de Economía también) conjeturó que la relación entre desigualdad e ingreso se puede representar como una función (una U invertida) que se comporta de la siguiente manera: para algunos niveles de desigualdad el ingreso per cápita aumenta hasta alcanzar un cierto valor. A partir de ese valor crítico, todo incremento en la desigualdad disminuye el ingreso per cápita; en el caso extremo de desigualdad, el ingreso per cápita prácticamente se nulifica para un muy amplio segmento de la población. Hasta donde sé, un conjunto de trabajos empíricos más o menos contemporáneos corroboran estas apreciaciones sobre la relación entre la desigualdad en el ingreso y el bienestar económico.
En este rubro de la distribución del ingreso nuestro país exhibe algunas características que no dejan de llamar la atención. Por ejemplo, entre los 110 hombres más ricos del mundo, México ocupa el tercer lugar por el monto de los patrimonios de los miembros mexicanos de este selectísimo grupo. En contraste, Noruega, que ostenta el primer lugar en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, no tiene a ninguno de sus ricos en ese distinguido club de 110 personalidades.
Según Joseph Stiglitz (un Premio Nobel más) el índice de Gini, que mide el grado de desigualdad en la distribución del ingreso en una economía, debe estar alrededor de 0.300 para representar una distribución aceptable. El índice de Gini, por ejemplo en Dinamarca, registra un valor de 0.247, que es indicativo de una muy razonable distribución. En México, ese mismo índice, alcanza el valor de 0.546: más del doble que en el país escandinavo.
Si Krugman tiene razón, -y yo creo que la tiene- todos los interesados en la economía de nuestro país deberían estar pendientes de esta concisa trinidad que hemos comentado. Por lo pronto, en materia de productividad y en materia de distribución del ingreso no andamos muy bien que digamos. En cuanto al empleo, ya ha señalado Claudio Vargas cuáles son los desafíos que se enfrentan y deberán enfrentarse en el futuro.
Si no se corrigen las deficiencias del crecimiento de la productividad, en las anomalías del empleo y la grave desigualdad en la distribución del ingreso que nos afecta, los otros problemas que padecemos en materia económica no podrán resolverse con facilidad y prontitud. Así se desprende del contexto teórico de Krugman. Por consiguiente, una manera inteligente de evaluar a los nuevos gobernantes de nuestro país en su desempeño en la economía, según creo, será mantenernos al tanto de qué es lo que hacen en materia de productividad, empleo y distribución del ingreso. Si no aumenta la productividad estaremos condenados a no mejorar en términos individuales porque no aumentarán los ingresos per cápita reales. Cierta desigualdad puede ser un incentivo para el quehacer económico, pero exagerar en las diferencias salariales y de ingresos, como ya ocurre en nuestro país, puede conducirnos a situaciones de muy severo conflicto en nuestros propósitos de desarrollo económico. Claudio Vargas ha comentado los desafíos en materia de empleo que deberán enfrentarse en los próximos años.
Ofrezco presentar una revisión de estos conceptos a fines del año próximo, si los procesos biológicos que actúan sobre mi edad me lo permiten. Veremos qué pasa con esta concisa trinidad de conceptos que constituyen los cimientos de nuestro edificio económico. Krugman dixit…