“Avión de redilas” fue el término creado por Jorge Ibargüengoitia para referirse a la práctica del gobierno de Luis Echeverría de hacerse acompañar de intelectuales de toda ralea, lo mismo desde su “campaña política” hasta sus constantes giras de gobierno, como una forma de demostrar los nuevos consensos; haciendo el escritor un parangón con los camiones de redilas que acarreaban a campesinos de la CNC u obreros cetemistas, y aunque el uso de aviones daba la impresión de más “catego” el propósito final era el mismo: expresar el apoyo. La medida tenía como trasfondo la gran ruptura del anterior presidente, Gustavo Díaz Ordaz con la élite pensante, evidenciada en la represión al movimiento del 68 y en los encarcelamientos del último sobreviviente de los “tres grandes del muralismo mexicano” David Alfaro Siqueiros y del escritor José Revueltas; el punto fue que su sucesor definió como prioridad el restañar estas heridas y recomponer la relación con la intelectualidad que, de voluntad o involuntariamente, había contribuido a la validación del régimen posrevolucionario, también conocido como “la dictadura perfecta”.
Algo similar intentará Peña Nieto, quien en sentido estricto no ha tenido un real desencuentro con la clase intelectual, sino simplemente un “no encuentro”, pues en su pragmática carrera política no ha sentido la necesidad de ser aceptado en la tertulia de afamados escritores o cultivar la amistad de las estrellas de la plástica; diría yo que ni Enrique Batiz, quien dirige la Sinfónica del Estado de México y por ende fue su empleado, lo distingue con su apego. Empero, a consecuencia del incidente de la FIL y los tres libros que no recordaba y la muy eficiente contra campaña de los #YoSoy132 se fue creando un distanciamiento tal que devino en insalvable brecha al punto que el simple saludo equivaldría a baldón inexcusable. Pero la “cultura mexicana” ha crecido a la vera del Estado y su subsidio la ha hecho prosperar y más temprano que tarde se reestablecerán los vínculos, aunque eso sí, lejos de los términos a los que Calderón los acostumbró.
Durante los dos sexenios que fue gobierno, el PAN demostró su disfuncional relación con la cultura y sus creadores, condición hasta cierto punto paradójica si consideramos que su fundador Manuel Gómez Morín fue uno de los “siete sabios” y que su reducida militancia se concentraba en la clase media urbana, usualmente más educada. Empero, mientras el PRI centraba su propuesta cultural en la exaltación del nacionalismo y los valores relacionados con la historia, indigenismo, etc. y la izquierda en la justicia social, los derechos de los pobres y la exaltación estética de sus luchas; el PAN en lugar de optar por suscribir los valores de la cultura clásica universal, donde José Vasconcelos ya había marcado rumbo, poniendo por delante la libertad del individuo, decidió que lo suyo era el conservadurismo católico y sus dogmas por encima de cualquier expresión cultural y estética. Fue lógico, en consecuencia que incluso pensadores ajenos al chovinismo cultural priísta como Octavio Paz ni siquiera consideraran la posibilidad de suscribir la agenda del PAN.
Vicente Fox por sí mismo en su gobierno hubiera optado por la política del Partido Republicano; que propone la no intervención gubernamental, sobre todo con dinero, en la cultura, dejando que el propio mercado decidiera qué formas prosperan y cuáles no; empero siguió, con algunos trompicones las líneas heredadas del PRI, sobre todo en relación con los creadores. Más difícil la tuvo Calderón, pues aunque personalmente ostenta una formación cultural media, los cuestionamientos al origen de su legitimidad generaron un casi total divorcio con la comunidad, quien con palabras más comedidas lo consideraba “espurio”; quizá no todos se creían la fábula del “fraude” pero se veía muy mal decirlo en público. La respuesta fue una reedición del “avión de redilas” pero usando el sistema de apoyo a creadores instaurado en el sexenio salinista: cuanta propuesta tuviera un tufillo a “crítica social” o denuncia, era automáticamente aprobada, al margen de su calidad e incluso costo; así, padecimos películas, obras de teatro, propuestas dancísticas e inenarrables obras literarias girando sobre la “guerra de Calderón”, la glorificación del zapatismo y demás guerrillas menores o la condena al neoliberalismo, todas rigurosamente subsidiadas y todas rechazadas por los pocos consumidores de bienes culturales por su ínfima calidad. De esta manera mediocres escritores y demás creadores prosperaron y engordaron a la vera del subsidio de un gobierno que rechazaban en el discurso, aunque a su beca no.
El nombramiento de Tovar de Teresa, viejo lobo de mar, en Conaculta indicaría que esta práctica está por terminar, no bastará ya con darle de patadas al pesebre para recibir la beca o el financiamiento, la propuesta además tendría que tener calidad, lo que augura malos tiempos para muchos (no pongo nombres para no incordiar de más); ahora más importante sería cambiar el énfasis de los “creadores” a los “consumidores de cultura”, de la minoría vociferante a la mayoría silenciosa; dejar atrás la paradoja de los prósperos creadores en medio de la inopia de los consumidores. La Encuesta de Consumo Cultural debe ser indicativa, la verdadera evaluación no se debe centrar en los recursos asignados, sino en el incremento a asistencia a museos, conciertos musicales y libros leídos, conjunto que completa una definición más acertada de “cultura”. Otro día le sigo al concepto de “mercado de bienes y servicios culturales”.