Guía para adoptar un mexicano / La Navidad: nacimiento, muerte y resurrección - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Van a tratar de engañarlo, atento. Pretenderán hacerle creer varias cosas. Se las presentarán como evidentes y absolutamente irrefutables, como si por el hecho de estar a la vista se salvaran de cualquier cuestionamiento. No hay nada que decir, así son las cosas, le dirán. Incluso la realidad misma podría inducirle a error, con sus artificios incrustados que aparentan una pátina de naturalidad, atento, la realidad es artera, tal es su poder, su trama de embelecos, su locura, sus portentos hechiceros. A la vista parecerá una celebración religiosa, la más importante para una cuarta parte de la población mundial –aunque, claro, ellos creen que son mayoría–. Ojo, todos los detalles le indicarán que efectivamente se trata de un ritual de creyentes en un dios único y todopoderoso con un código terrenal bien instituido y jerarquizado. Verá el recorrido lento y enfadoso, como rosario, por la retahíla de detalles sacrosantos y, por ende, intocables e inefables. Adornos, figurillas, efigies, comida y bebidas con significados promiscuos: símbolos sobre símbolos sobre símbolos. No se deje engañar, detrás de toda la parafernalia sagrada está el verdadero quid del asunto: la fiesta. Podrá parecer que los mexicanos celebran en la Navidad el nacimiento de su supuesto creador que tiene una muy terrenal fecha de cumpleaños, o incluso podrá parecer que celebran el solsticio de invierno, pero nada de esto es cierto. El trasfondo, sostén y único motivo de tanta reunión social es la fiesta, la desbandada sensorial a través de la ingesta díscola de comida y bebidas.

Las fiestas mexicanas decembrinas tienen a un mismo tiempo una mueca de tristeza y felicidad, mitad cristiana, mitad pagana, la máscara navideña en México cobra forma muy temprano con una celebración del calendario religioso-civil, antes azteca nada más, a una virgen de nombre náhuatl y árabe que dicen que es el símbolo por antonomasia de todos los mexicanos, pasa por la celebración del solsticio de invierno con rituales optimistas new age de atavíos blancos y listones rojos, en cualquier pirámide a la mano, por puro afán neomístico y fotosintético –o sea, para recibir la energía solar divina–, este año de tintes apocalípticamente mayas, continúa con las comilonas y juergas de Nochebuena y Navidad –antes clímax de los festejos al dios-sol, a Saturno, o de manera similar a Huitzilopochtli, la otrora Natalis Solis Invicti romana, hoy reloaded según las plumas de la mala literatura, de malos personajes, de mala trama, de malos autores de la cosmovisión judeocristiana–, sigue, ahora ya de bajada, hacia una nueva francachela para despedir el fin de año de acuerdo al calendario gregoriano y termina, por fin, los primeros días del año recordando a unos embajadores orientales portadores de regalos de dudosa utilidad, mediante el endulzamiento del paladar con chocolate caliente y pan dulce con monitos de plástico comprometedores y rompemuelas.

Tenga pues usted en cuenta, amigo adoptante, los múltiples ribetes del jolgorio decembrino mexicano: germánico o escandinavo (árboles iluminados), romano o prehispánico (el día más corto, la noche más larga del año, el ciclo solar, pues), cristiano (el nacimiento de Jesucristo) y otros varios más. Pero no se preocupe, a pesar de las apariencias cargadas de significados sacros personificados en individuos barbados o en elementos de la naturaleza, lo que rige en el último mes del año son las reuniones con amigos y familia y las cantidades pantagruélicas de comida y bebida que se ingieren. Así que, más que preocuparse por no pisar el callo de algún dios de esta o aquella mitología, preocúpese por tener la resistencia física para atravesar con dignidad semejante trance amoral de néctares etílicos y generosas viandas. Si usted va a adoptar un mexicano, además de las previsiones de costumbre, se recomienda seguir los siguientes pasos.

Primer paso: por lo general en las posadas se respira un ambiente familiar y son convites divertidos y agradables –salvo la monserga de los rezos de sonsonete–, pero tenga cuidado si asiste a una posada de alguna empresa u oficina de gobierno, los ánimos temerarios de esos huateques pueden traer consecuencias funestas: pérdida de prestigio, reacomodo de jerarquías, recomposición de tabulador salarial, demandas legales.

Segundo paso: el 24 de diciembre puede abrir la boca para comer y beber todo lo que quiera, sí, está bien, tiene permiso para recorrer toda la barra y todo el menú, solamente cerciórese de no abrir la boca para hablar, al menos no demasiado, el embotamiento sensorial le puede llevar a equívocos catastróficos de proporciones familiares (que pueden llegar a ser muy grandes y dolorosos): no es momento para resolver disputas fraternales ni diferencias políticas, hacer confesiones vergonzosas bañadas de lágrimas borrachas (“los quiero un chingo, en serio”), tomar la batuta para hacer un brindis soporífero o cursi, olvidar regalos o equivocar sus destinatarios, contar chistes malos (ojo: con cada repetición no mejoran) o hacer lances a la parentela política –de verdad, son amables con usted, nada más, no es coqueteo–. En resumen, coma y beba mucho, sí, hable poco, bien.

Tercer paso: el día 25 de diciembre es menester darle una ayudadita al cuerpo. Un buen caldo para comenzar –consomé, menudo– y recalentado y cervezas ya más avanzado el día. Ya con los ánimos más tranquilos, aquí podrá ver varios detalles con mayor claridad: ¿si es bienvenido?, ¿si estuvo bien el comentario que hizo?, ¿si gustaron sus regalos?, ¿si lo quieren? Si la mayoría de las respuestas son negativas, es momento de buscarse otra familia o de adoptar un nuevo mexicano y comenzar todo de nuevo, nada ni nadie se lo impiden.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es católico? Sí. ¿El mexicano es prehispánico? Sí. ¿El mexicano es romano? Sí.

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