Hay diversos motivos para romper una piñata –casi todos divertidos–, si usted no ha experimentado el gozo de atinarle a un cántaro de barro, a ciegas y con un palo de escoba recortado, le recomiendo que salga inmediatamente a la calle en búsqueda de alguna celebración por su barrio a robarle el turno a algún niño distraído. Créame, la catarsis es con mucho superior a la confesión, el psicoanálisis o el sparring. La descarga de adrenalina y el júbilo de dar en el blanco liberan energías vigorosas que se apoderan de uno, la sensación de omnipotencia es atrayente e irresistible. Aunque oiga el cántico de “dale, dale, dale, no pierdas el tino”, verá que la sensación de poderío exuberante le hará escuchar en su cabeza, más bien, La Cabalgata de las Valquirias de Wagner o algo similar. Antes que cualquier otra sensación, pues, desde niños conocemos la fuerza, la vehemencia, el poder, la enjundia vitalista. El premio pasa a un segundo plano y la sensación desbordante, frenética y sudorosa, nos hace liberarnos con ansiedad de la venda en los ojos, empuñar con más fuerza el palo y voltear a ver a todos los presentes con cara de chivo indómito: “¿quién sigue?, ¿qué más?, ¿qué más puedo romper?”, preguntamos con los ojos a los rostros estupefactos de las buenas madres sobreprotectoras que no saben exactamente qué hacer.
Si usted desea adoptar un mexicano, tenga en cuenta que las actitudes ante una piñata varían, puede despertar demonios o calmarlos, tal es su poder, por lo que se le recomienda seguir los siguientes pasos según el mexicano o mexicana que le toque en suerte. Ojo, todos son igual de peligrosos, la clave está en saber administrar esa energía pujante que surge en las fiestas, sí, otra vez.
Si le toca un mexicano que profese algún grado de catolicismo, desde el perverso hasta el exclusivamente dominical, tenga en cuenta lo siguiente. Así como los protestantes –especialmente los luteranos– creen que la mejor manera de orar o rendirle tributo a dios es mediante el trabajo (Max Weber dixit), los católicos creen que dios los escucha cuando hacen fiestas. Entonces, donde haya una fiesta con piñata, los católicos más recalcitrantes creerán que están en una especie de ceremonia religiosa (?) donde la piñata es una alegoría facilona de significados maniqueos. Si su mexicano es de ésos, siga los siguientes pasos.
Primer paso: compre sólo piñatas que sean estrellas de siete picos, ha de asegurarse de que su mexicano mocho sepa que la piñata representa los siete pecados capitales u alguna otra tontería que provenga del lado oscuro de la realidad (¡uy!).
Segundo paso: el palo representa la fe ciega y la virtud, su mexicano debe empuñarlo con orgullo y fuerza y soltar palazos a diestra y siniestra, no importa, pelea contra los pecados de este mundo.
Tercer paso: tal batalla contra el mal absoluto tiene sus recompensas: el reino de los cielos en mundana forma de golosinas. Sólo asegúrese de que los dulces o frutas no sean exóticos o con referencias que pongan en entredicho la semántica fervorosa.
Hay mexicanos pseudopaganos que creen que son herederos guardianes de los modos y costumbres prehispánicas –cualesquiera que éstos sean– o que pueden comulgar con la religión que quieran, como si fuera cuestión de elección, no se preocupe, sólo hay que seguirles el juego, sólo tenga en cuenta lo siguiente, en público, estos mexicanos gritan a los cuatro vientos nombres mal pronunciados de dioses ajenos (aztecas, mayas, griegos, romanos, egipcios, hindúes, etc.), pero en privado son monoteístas recios por educación y por convicción. El sistema de creencias, pues, es el mismo que el del cualquier cristiano, sólo que son un poco más espurios. Si le toca un mexicano así, siga los siguientes pasos.
Primer paso: compre sólo piñatas que sean estrellas de siete picos, ha de asegurarse de que su mexicano disque pagano sepa que la piñata representa el solsticio de invierno, el fin del mundo, el cosmos u alguna otra tontería que provenga del lado politeísta, “verdadero”, de la realidad (¡uy!).
Segundo paso: el palo representa la fe ciega y la virtud, su mexicano debe empuñarlo con orgullo y fuerza y soltar palazos a diestra y siniestra, no importa, a punta de palazos él se vuelve uno con el universo, la multiplicidad se vuelve unicidad, se une con los dioses y todo se vuelve todo… uno, pues.
Tercer paso: tal ritual abundante en significados cacofónicos propios de una mala traducción también tiene sus recompensas: dulces y frutas, de nuevo, un tributo a los dioses, para apaciguarlos, dicen.
Si corre con la enorme suerte de que no le toque ningún mexicano como los descritos líneas arriba, entonces sí la cuestión se pone más interesante: la piñata puede ser de Buzz Lightyear o de Spider-Man o de Bob Esponja y el palo es una arma para conseguir a como de lugar el botín de guerra: los dulces, hay que obtenerlos todos o casi todos, por orgullo, porque es nuestra fiesta, por diversión, por glotonería, nada más.
Preguntas frecuentes: ¿el mexicano es un rompepiñatas? Sí. ¿El mexicano es un rompecabezas? No. ¿El mexicano es un rompehuevos? Depende.