En Navidad se habla de dioses / The Insolence of Office - LJA Aguascalientes
16/11/2024

 

A los norteamericanos les encantan las listas: que el top 100 de las mejores canciones de rock; que el top 10 de las peor vestidas; que el top 5 de noticias del día. En literatura, quizá por influjo de Harold Bloom, se ha continuado esa suerte de tradición tan extravagante. Desde que se publicó su Canon Occidental han surgido debates en torno a la pertinencia de un determinado autor en el ranking del crítico estadounidense. A pesar de que hay grandísimos escritores que han inaugurado, renovado, vitalizado y problematizado los géneros literarios, supongo que para algunos la principal confrontación, al respecto de quién ocupa el centro de dicho canon, es entre Cervantes (C) y Shakespeare (S).

Admito que a mí también me gustan las listas. Tratar de decir quién es mejor -más con espíritu deportivo que literario- es sumamente interesante. Por lo regular los argumentos que se pronuncian -o la manera de modificar el marcador en esta clase de conversaciones- van sobre lo siguiente: que el número de personajes memorables del inglés son superiores a los del español (S 1 – C 0); que el Bardo renovó la lengua inglesa tanto como el manco de Lepanto (S 2 – C 1); que Cervantes crea el camino de la novela moderna mientras que Shakespeare no comienza ningún género (S 2 – C 2); que el “¡Oh, Adán de los poetas!”, palidece al lado de los sonetos shakespereanos (S 3 – C 2). Habrá, seguramente, más comentarios; pero, para mi conveniencia, dejo el tablero como está.

En un sentido estricto todo lo que se pueda decir sobre quién es mejor no tiene sentido. O, en cualquier caso, difícilmente comprobable. Las estadísticas, en el mundo literario, enriquecen la comprensión de un autor. No la mejoran o empeoran. Sin embargo, en futbol -siguiendo este ánimo de crear rivalidades-, las estadísticas sí que revelan cierta superioridad o inferioridad de un determinado deportista sobre otro.

Debido a que se aproxima Navidad y que Dios está en todas partes y que las listas sobre cualquier cosa comienzan a salir y que Messi tuvo un año excepcional, me apetece continuar el hasta ahora inacabable debate sobre quién es el Mesías y quién es Dios. Messi (Me) o Maradona (Ma).

Lionel Messi rompió recórds que se antojan insuperables. Cuando Hugo Sánchez -hace más de 20 años- igualó la cifra de 38 goles establecida por Zarra, lo hizo con un hat-trick en el último partido. Después vino Cristiano Ronaldo con 41. La cota que ha alcanzado Messi, literalmente, es increíble: 50. ¿Quién va a alcanzarlo? Esto abre, nuevamente, la comparación con Maradona.

Al parecer la pulga ha superado, por mucho, lo que Diego pudo llegar a hacer a nivel de clubes. Sin embargo, habría que puntualizar un par de detalles: Messi tiene a Xavi y a Iniesta (pocos equipos tienen dos cerebros en su organismo); Maradona, si acaso, tenía a Careca en el Napoli. Messi tiene tres balones de oro (está a la espera del cuarto), un par de champions, títulos de liga, copas del rey, campeonatos de clubes, entre muchos otros trofeos que, sin un equipo tan potente como el Barcelona, difícilmente -sospecho- podría haberlo logrado; Maradona se fue al futbol más duro que hay -el italiano-, con un equipo de media tabla y, casi que él solo, lo hizo campeón unas cuantas veces: el 10 se cargó tanto al Napoli como a Argentina en sus hombros y los llevó a lo más alto. Messi, en 2007, metió un gol que recuerda al segundo gol hecho por Maradona contra Inglaterra en 1986. Sí, pero se lo hizo al Getafe en una liga más espectacular que cerebral: la española. Maradona, evidentemente, lo marcó en un mundial en cuartos de final.

Hasta aquí podríamos decir que hay una suerte de empate (Ma 1 – Me 1): los logros de ambos, en un plano individual, hacen que la balanza se equilibre. Más exacto: que, en apariencia, se equilibre. Messi ha alcanzado todo lo anterior con tan sólo 24 años. Maradona, a sus 25, ya era campeón del mundo. (Si no fuera por Menotti que no lo quiso en el 78, podríamos hablar de bicampeón. Ya ni mencionemos a Codesal y sus ilusiones en la final de Italia). No he visto un juego de la selección argentina (copa américa, copa del mundo) donde Messi se muestre decisivo. Con Maradona el asunto es distinto. Basta, como ejemplo, el mundial del 90: si Argentina llegó a la final fue por la fortuna de Goicoechea y el cerebro de Maradona.

En literatura no tienen mucho sentido las estadísticas. En futbol, me parece, ocurre lo contrario. Así que, de momento, el marcador está Me 1 – Ma 2. Aún faltan un año y medio para ver si Argentina, con Messi a la cabeza, puede ganar el mundial que lo consagre y que lo haga empatar a Maradona. Si la pulga consigue dos mundiales, entonces sí estaríamos hablando de que Dios ha muerto. (Pero continuará hablando español. En literatura, habla en inglés.)


 

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