!Paco y compañía: ¡que vengan muchos, muchos más!
La presente columna, que intentaremos periódica y de vocación dominical con la complicidad de La Jornada Aguascalientes, no tiene mayor pretensión que hablar de algunas de las cosas que importan en la vida. En este caso se trata de algo inherente al hombre –y a la mujer, diremos para ser políticamente correctos- en cuanto ser vivo: la alimentación; pero también en cuanto su condición de ser social: la cultura culinaria, la comida, la bebida y los comederos, principalmente los de nuestra ciudad de Aguascalientes. Lo mismo de restaurantes, fondas y cafés que de taquerías y puestos del mercado o en la calle. Y también, ¿por qué no? de productos y productores agropecuarios, pues ¿qué sería de la gente de la ciudad si el campo y sus habitantes no produjesen todo lo que comemos?
De entrada permítaseme decir que en mi modesta opinión lo mejor de la gastronomía de Aguascalientes es netamente popular: antojitos, tacos y cenadurías. Y también, de paso, que los ciudadanos de Aguascalientes somos, en nuestra gran mayoría y como bien dice un amigo y colega: “pueblo garnachero” sin que eso implique una connotación peyorativa, pues como decía, creo que refleja muy bien nuestras costumbres y el hecho de que los logros culinarios más destacables de la cocina de Aguascalientes están, hoy por hoy, en la cultura tradicional y popular. En la calle, en las plazas y en los mercados, y no necesariamente en las cocinas y comedores de los restaurantes caros y/o con pretensiones de sofisticación, de la cual por lo demás, carecen en su gran mayoría.
También aclaro que esta columna no sustentará nunca verdades absolutas, porque hablará del sentido del gusto, que es subjetivo por naturaleza. Que no es ni será patrocinada por empresa a persona alguna que no sea su autor, y que las opiniones reflejadas son sólo eso. Opiniones argumentadas y derivadas de mi experiencia como comensal y aficionado a la mesa, lo mismo que la de las personas con las que comparto o no, opinión y afición. Porque dicen que sobre gustos no hay nada escrito, aunque sabemos que en realidad sí lo hay, así que tal vez la frase se refiera a que es casi imposible que llueva a gusto a todos, porque lo que a unos agrada a otros enfada, y viceversa. Así, el compromiso del Nuevo Comidista será con sus amigos lectores y con sus propios sentidos, los cinco; lo mismo que con un periodismo lúdico, útil, constructivo e independiente, tal cual es la línea editorial de LJA.
Así que entremos en materia: la moda de los restaurantes de estilo argentino es relativamente nueva en Aguascalientes comparada con otros lugares del país, como El Distrito Federal o Guadalajara, pero también Monterrey, Puebla o Tijuana. Pongamos el ejemplo de la vecina ciudad de León: muchas personas, entre ellos mi compañero y amigo Gustavo Muñoz, conocieron desde hace muchos años El Martinolli, regentado por un ex jugador argentino de los Panzas Verdes que luego se metió a cronista deportivo; o el Nostalgia de Davino, de Jorge Davino, el padre de los jugadores y ahora respectivamente comentarista y auxiliar técnico de Lavolpe en Cancún, y que según nos cuenta Juancho desde León, es el mejor de aquella ciudad, o bien El Rincón Gaucho, del que doy fe de su calidad y precios elevados.
Así que recientemente mi primo, un gran comedor de afición acá de vacaciones desde Cancún, me pedía que le invitara a un buen argentino. Llegamos a la conclusión de que valía la pena probar uno recién reabierto allá por el rumbo del bulevar a Jesús María cuyo nombre se debe al mote de un chaparro cuanto habilidoso extremo izquierdo argentino de muy malas pulgas y apellido Ceballos, que hizo época con el equipo tricampeón de la Cruz Azul –ése por quien siente tanta nostalgia Juventino- del mítico Gato Marín y el recio defensa Miguel Ángel Cornero, discípulos del inolvidable Nacho Trelles.
Pero volvamos al restaurante. Llegados al lugar, que no hacía ni un mes de su reapertura y que ya no pertenece al chaparro ex jugador, según nos comentaron los propios empleados, apreciamos que el local es agradable, amplio y bien dispuesto. Tiene una terraza disfrutable, a no ser porque su cercanía con el bulevar la hace un poco ruidosa. Tal vez los dueños podrían plantearse cerrar los cajones de estacionamiento contiguos a la terraza, y poner en su lugar plantas y vegetación para amortiguar el ruido, y así hacer de esa terraza y sus mesas un lugar mucho más agradable.
El servicio es atento, sin exagerar, aunque lento, pues denotan su falta de ritmo, que esperemos vayan tomando conforme el restaurante camine. La mantequilla, salsas y pan con que te acompañan la primera ronda de bebidas son vistosos y sabrosos. Tal vez lo más destacable de la tanda sea la salsa chimichurri (no esa amarilla y picante que llaman equívocamente así) con un ligero toque picante que ignoro si es deliberado o fue un accidente de cocina. Lo cierto es que en la opinión de varios oriundos de aquellas tierras, el chimichurri tradicional sólo lleva, si acaso, pimentón dulce (dice Gloria la esposa de Marcelo el uruguayo que ni siquiera lleva pimentón), puesto que el chile o ají, como le conocen allá, no es un condimento originario de la llanura argentina, brasileña o uruguaya. Pero debo reconocer que ese leve toque picante es afortunado para el paladar autóctono, que como sabemos, en general disfruta del picante hasta el exceso.
Pasemos a la comida. Lógicamente había que pedir cortes al estilo argentino. Asado de tira o bife, por ejemplo. La carne nos pareció de buena calidad, también sin exagerar. Desafortunadamente no estaba en su punto. Porque cuando pides una carne a la parrilla, que me consta que en el lugar tienen una enorme junto a la cocina, esperas eso: un corte bien hecho por fuera y en el término solicitado por dentro. En el caso, esto no sucedió con ninguno de los dos cortes pedidos para compartir. Ninguno estaba bien hecho por fuera, y lógicamente por dentro tampoco. Y nadie dice que lograr esto sea fácil. De allí la fama que llevan los comederos regentados por nuestros primos australes, que son verdaderos fanáticos de la carne en su punto en todas sus modalidades y cortes. Esto no obsta para reconocer que la calidad de la carne salvó la falta de oficio del parrillero, y que la ensalada y papa asada pedidas de acompañamiento y guarnición cumplieron.
La carta de vinos es muy básica, pero al tener un poco de todo, no te deja mal servido. Destacamos un vino uruguayo, Punta de Cielo, de variedad malbec, elegido a iniciativa de mi primo, muy ligero y fácil de tomar. Tal vez hubiésemos probado el único disponible de la tierra: Tabla 21, según nos informó el mesero sin que apareciese así consignado en la carta, pero su precio nos pareció un poquito exagerado. En el rubro del vino local me atrevo a recomendar un buen blend tinto llamado Augurio, de Jorge Pimentel y asociados, que es en su edición 2012 un gran vino local, mismo que ojalá esté pronto en la carta del restaurante reseñado y en otros muchos. Hay que decir también que hacen falta otras opciones en espumosos y tintos nacionales y extranjeros de esos que no fallan. Marcas hay muchas, la mayoría del portentoso Valle de Guadalupe, en Baja California.
Los precios del lugar no son baratos, pero tampoco tan caros como los de otros restaurantes de estilo argentino muy frecuentados por políticos y empresarios locales. De destacarse es que el comedero reseñado ofrece pastas, pizza y pescados como alternativa a los no carnívoros. Habrá que probar en otra ocasión.
Es de agradecer que el propietario en persona se haya acercado a la mesa a preguntarnos nuestra opinión sobre alimentos y bebidas, acompañado del jovencísimo jefe de cocina, y que se hayan tomado la molestia de escuchar con interés las sugerencias que hicimos. Esto, dicho sea de paso, no sucede en la mayor parte de los negocios del ramo. Mucho menos en los de cadena y/o comida rápida que proliferan por doquier. ¿Volveríamos? lo más probable es que sí, y que usaremos la tarjeta de descuento en nuestro siguiente consumo que nos obsequiaron al pagar la cuenta.