Albert O. Hirschman falleció el pasado domingo 9 de diciembre. Hirschman fue, sin duda, uno de los economistas más creativos y provocadores de la segunda mitad del siglo XX, pero, más que eso, fue uno de los últimos y más lucidos ejemplares de esa especie en extinción que son los intelectuales zorros, especie que se distingue, de acuerdo a la simpática caracterización que propuso hace algunos años Isaiah Berlin, por negarse, tanto por temperamento como por convicción, a entender su vida y la de los demás en base a un sistema de pensamiento totalizador, plenamente coherente y, desde luego, asfixiantemente autorreferenciado. Como buen zorro, y en dirección contraria a la seguida por sus colegas erizos, Hirschman tuvo la astucia de confiar más en la fecunda y provocadora reflexión que en la estéril modelización o la cargante e inútil teorización, en el fértil traspaso de fronteras disciplinarias que en la endogamia disciplinaria, y siempre fue más un nombre de ideas que de ideologías: nunca alimentó las perniciosas nostalgias por lo absoluto que tanto dolor y frustración causaron en el siglo XX.
A lo largo de su dilatada trayectoria –su primer libro, National Power and the Structure of Foreign Trade, es de 1945 y el último, Crossing boundaries: selected writings, de 1998- Hirschman siempre mostró que lo suyo era la búsqueda, el diálogo abierto y heterodoxo entre las preguntas y saberes de la economía, la política, lo cultural, lo histórico y lo psicológico, el subvertir las ortodoxias de cualquier índole y, cosa por demás inusual entre los académicos e intelectuales, el optimismo militante de la inteligencia. Su obra es ejemplar, entonces, por su apertura intelectual, pero también, y esto es igualmente inusual en el mundo de los académicos e intelectuales, por la pulcritud y diligencia, en ocasiones la brillantez, con la que fue escrita. La claridad con que Hirschman suele exponer o debatir las más complejas ideas está a años luz de las manías crípticas de la mayoría de los economistas o de los autollamados científicos sociales.
Albert Otto Hirschman nació en Berlín, en el seno de una familia judía asimilada de clase media hace 92 años, el 7 de abril de 1915. En 1933, ante el ascenso del nazismo, deja Alemania para instalarse en Francia y estudiar economía en la École des Hautes Études Commerciales, de donde pasó después a Inglaterra para seguir sus estudios en la London School of Economics y, finalmente, obtener en 1938 su doctorado en Italia en la Universidad de Trieste. En estos años Hirschman no estuvo ocupado sólo en su formación académica, sino que fue un activo militante antifascista. En 1936 se alistó en Barcelona a las Brigadas Internacionales que combatieron a favor de la democracia y la legalidad, es decir a favor de la República española, en 1939 se alista de manera voluntaria a las milicias francesas y en 1940 se convierte en el principal asistente del periodista norteamericano Varian Fry quien tenía bajo su cargo la delicada misión de rescatar de la persecución fascista a escritores, intelectuales y artistas europeos residentes en Francia. Para septiembre de 1941, el grupo de Fry y Hirschman había logrado salvar la vida de por lo menos 2 mil personas, entre las que se encontraban los artistas y escritores Marc Chagall, Max Ernst, André Breton y Marcel Duchamp. Posteriormente, en 1943 y ya como residente en los Estados Unidos, Hirschman se une, también por su propia iniciativa, al ejército americano prestando sus servicios en los frentes de Italia y el Norte de África. En 1945 fungió como traductor en los juicios de Nuremberg. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Hirschman, que a los 30 años de edad contaba ya con una desacostumbrada experiencia vital y una sólida formación académica, ingresa a la Junta de Reserva Federal de los Estados Unidos donde participó en la gestión del Plan Marshall, iniciativa que dio el impulso inicial a la reconstrucción económica de Europa de posguerra.
Con estos antecedentes en el mundo político, académico y de administración de políticas públicas, Hirschman estuvo en posibilidades de escribir su primer libro, National Power and the Structure of Foreing Trade, y de presentar sus primeras ideas en torno a cómo se da en el mundo real el engranaje de la economía y la política tanto a nivel nacional como internacional. Este libro inicial puso en cuestión uno de los dogmas más arraigados del pensamiento económico convencional (el que los países que comercian entre sí no tienen incentivos para hacerse la guerra) y mostró, de manera pionera, cómo la asimetría en las relaciones entre países con diferentes países derivaba no sólo de las disparidades de carácter militar, sino ante todo, de las prácticas comerciales entre ellos y de los distintos grados de desarrollo que estas prácticas tendían a reflejar. El propio Hirschamn, hacia finales de la década de los 70, se encargaría años después de evaluar críticamente tanto en sus alcances y como limitaciones de estas ideas, pero entre tanto éstas ya habían sido lo suficientemente persuasivas como para convertirse en una de las fuentes de inspiración de muchos estudios empíricos y teóricos en torno a las relaciones entre los países desarrollados y en desarrollo, o, para utilizar la jerga entonces en uso, de las jerarquías o relaciones de dependencia prevalecientes en el orden económico mundial.
A mediados de la década de los 50, Hirschman realiza un primer viaje a América Latina que tendría consecuencias extraordinarias en su trayectoria académica como en la teoría del desarrollo entonces vigente. Hirschman viaja a Colombia como asesor económico del ministerio de planeación del gobierno de Colombia y adquiere por vez primera una noción clara de lo que, en su opinión, podrían ser las estrategias de desarrollo económico más adecuadas para los países entonces llamados “insuficientemente desarrollados”. De su experiencia en este país, y, desde luego de su conocimiento de primera mano de otros países sudamericanos, en especial Brasil, Perú, Uruguay y Ecuador, emergieron varias libros y ensayos –Colombia: highlights of a developing economy (1955), La estrategia del desarrollo económico (1958), Latin America issues; essays and comments (1961), Journeys toward Progress: studies of economic policy-making in Latin America (1963), Desarrollo y América Latina. Obstinación por la esperanza (1971) y El avance de la colectividad: experimentos populares en la América Latina (1984)– que impulsaron una forma totalmente heterodoxa y creativa de tratar de comprender el proceso de desarrollo en general y la complejidad y riqueza de la experiencia latinoamericana en particular.
En su debate con Hirschman, Paul Krugman no dejó de anotar que los días de gloria de la alta teoría del desarrollo -etapa que se inicia en 1943 con el estudio de Rosenstein Rodan sobre los problemas de industrialización de los países del sur de Europa- llegó a su punto de culminación precisamente con las aportaciones de 1958 que Hirschman condensó en su libro La estrategia del desarrollo económico. Pero esto sólo era el comienzo del camino. A partir de la década de los 70, y sobre todo desde la School of Social Science –que fundó con Clifford Geertz en 1974- del Institute of Advanced Study en Princeton, Hirschman traspasando una y otra vez las más diversas fronteras disciplinarias, amplía la perspectiva de sus intereses y escribe una serie de libros que destacan no sólo por su originalidad, capacidad de provocación y su pertinencia intelectual y moral. Con libros como Salida, voz, lealtad. Respuestas al deterioro de empresas, organizaciones y estados (1970), Las pasiones y los intereses (1977), De la economía a la política y más allá (1981), Interés privado y acción pública (1982), Visiones opuestas a la sociedad de mercado y otros ensayos (1986), Retóricas de la intransigencia (1991) y Tendencias autosubversivas (1995), Hirschman fue generando de manera continua aportaciones claramente originales en campos como la historia de las ideas, las relaciones entre la economía y política, los vínculos de las decisiones individuales con la acción colectiva y las formas en que las instituciones generan, usan y pierden el capital social, por sólo mencionar algunos de los aspectos más sobresalientes.
Esta riqueza de temas, alimentada por una amplísima curiosidad intelectual y política, así como la insobornable pasión por lo posible y el incesante impulso crítico y autocrítica que la sostiene, han hecho de la obra de Hirschman uno de los principales legados intelectuales que debemos al agitado siglo XX. Por su parte, su biografía, como intelectual, como antifascista militante, como promotor de la democracia y el desarrollo, como incansable zorro, hacen que la noción de ciudadano cosmopolita adquiera cierto sentido verificable.